¿Es democrático el voto obligatorio?

¿Es democrático el voto obligatorio?

Por: JOSE ALVAREZ-CARRERO
abril 29, 2015
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¿Es democrático el voto obligatorio?
Imagen Nota Ciudadana

Aunque la propuesta del voto obligatorio se hundió en Colombia en el pasado mes de octubre, no son pocas las voces que escudándose en las supuestas “ventajas para la democracia”, siguen planteándolo como una opción, e incluso, han pedido que se incluya dentro de la agenda de la reforma al equilibrio de poderes que actualmente se discute en el Congreso. Frente al tema, son diferentes los sectores que así lo piden, desde académicos, hasta discusiones de calle, donde el “quien no vota no debería tener derecho a quejarse” se vuelve cada vez más popular.

El tema sin duda que es relevante en países como Colombia, donde la abstención es superior al 60%, lo que significa que de cada diez personas en edad de votar, solo cuatro lo hacen, mientras que a los otros seis no les interesa acudir a las urnas, lo que refleja una baja legitimidad de la institucionalidad, y debe llevar a que se tomen medidas para revertir esa situación, pues un país donde su población se interesa más por equipos de futbol europeos que por su propia política, es sin duda un Estado que ha fracaso estrepitosamente , ya que –en principio- no sería racional que alguien se interese más por los premios que recibirá un club de once jugadores que en absoluto los compartirán con el desconocido hincha que está a diez mil kilómetros de distancia, mientras que en la política se trata ante todo de quienes gestionarán y en manos de quienes quedará el dinero que todos pagan en impuestos, desde el más grade hasta el más pequeño, que al solo pagar un juguete que le vale diez mil pesos, está dando entre mil seiscientos (16%) y dos mil quinientos (25%) de IVA, que irá al presupuesto, administrado a la vez por esos “Políticos” , de esa “Política” por la que muchos dicen no sentir ningún interés.

Aun así, tratar de legitimar al Estado a través de la fuerza, no solo es una contradicción, sino que constituye un ataque a las libertades individuales, pues la legitimidad significa aceptación VOLUNTARIA del poder, y no miedo ante el mismo. Por ello, cuando muchos se mofan del que “no votó pero se anda quejando” , lo que tal vez no han hecho es preguntarle “¿Por qué no vota?” pues muy seguro la respuesta de este será “Porque todos los políticos son iguales”. Esta respuesta aunque parece simplista, refleja en muchos escenarios, la realidad de un país, y a la vez, da luces para la solución del problema: Elecciones donde suelen ser los mimos políticos de siempre los que compiten por la rapiña de los votos, sin mayores soportes teóricos o ideológicos en sus propuestas, quienes al final salen elegidos en unos u otros cargos, independientemente de que las personas críticas ante esa situación voten o no, pues siempre sus argumentos estarán en desventaja ante la artillería propagandística que despliegan antes de cada certamen electorero. Así, muchos de esos abstencionistas, no es que no participen por pereza, sino porque efectivamente se sienten como ratones, en jaulas donde tienen que escoger entre dos o más gatos, que así sean de diferente color, no por eso dejan de ser felinos.

Tal situación solo refleja que sí es necesario hacer reformas, pero no reformas que coarten las libertades individuales de los electores, sino reformas que legitimen al Estado, y este solo lo logra ampliando la democracia. Para ello no es necesario guillotinas ni grilletes, pues se puede empezar por establecer unas reglas que amplíen las posibilidades de participación, como sería la prohibición de que los congresistas y las personas que ocupan puestos de elección popular (asambleas, consejos etc.) sean reelegidos, a la vez que se establezcan periodos mínimos de tiempo durante los cuales no puedan presentarse a elecciones en otro tipo de cargos, ni ocupar puestos de dirección dentro del Estado, por un periodo de tiempo. Ello acabaría con las puertas giratorias y sin duda que interesaría a caras nuevas a participar en política, independientemente de que sean de derecha, de izquierda, de centro o de cualquier gama política, y traería mayores beneficios a la democracia, pues debería retomarse el concepto premaquiavelico de Política, la cual era entendida como “el arte del buen gobierno” y no como “el arte de saber cómo acceder al poder y como conservarlo” ahora existente.

Es ilógico que el “ser político” se constituya en una casta separada del resto de población, como sucede ahora, dado que esto se convierte en un oficio permanente y no en un cargo transitorio, donde todo el mundo debería sentir las mismas posibilidades de acceder a los puestos de poder, ya que ¿Quién conoce mejor los problemas y puede plantear mejores soluciones que quien los vive a diario? ¿Cómo puede saber un político “profesional” los problemas del día a día de las personas, si anda con caravanas de escoltas, y como puede proponer soluciones, si al constituirse en casta, lleva posiblemente años que no va a una plaza de mercado, ni toma el transporte público?

Así, cuando intentes juzgar al abstencionista por los problemas del país, no olvides antes de eso en preguntarte ¿Qué estoy haciendo por cambiarlo? Preguntémonos si será que él tiene la culpa, o más bien seremos todos, quienes bajamos la cabeza como ovejas y votamos por el lobo de la izquierda o de la derecha, sin mirar que tal vez lo mejor es reformar el corral, para que las ovejas también puedan mandar en el hato.

 

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