Culpar al gobierno por la lentitud de los cambios prometidos es de las cosas más injustas que se pueden hacer hoy porque, si bien elegimos a Gustavo Petro como presidente, las entidades que dependen de su cargo las diseñaron las castas nacionales para organizar y defender los intereses de los caciques de los partidos tradicionales.
Los trabajadores que hay en los ministerios, así como en las otras ramas del Estado, no se pueden sustituir de la noche a la mañana y toca soportarlos con sus mañas, ineptitudes o gustos de conspiretas, pues, son funcionarios de carrera o no dependen directamente de la presidencia, como son los trabajan en los órganos de control, el parlamento y la rama judicial. Para empeorar las cosas, en la inmensa mayoría de las regiones “gracias al favor popular” aún reinan los mercenarios de los grandes capitalistas que se atraviesan a las transformaciones como o vacas muertas.
El burócrata es el puente entre la abstracción de las políticas del Estado y los ciudadanos y es por culpa de la extensa historia corrupta del bipartidismo que en Colombia la palabra burócrata tenga una carga peyorativa. De nada sirvió que, para endulzar la realidad, decidieran escoger al 27 de junio para celebrar el día “Nacional del Servidor Público”.
Pero no es mi intención referirme específicamente a dichos empleados, sino al burócrata universal a la actitud de ese amplio conjunto de seres humanos que se caracterizan por su gusto por la formalidad, el arribismo y sus deseos de arrodillarse ante los que tienen alguna cuota de poder.
Los burócratas, entonces los encontramos siempre luchando por pertenecer una y otra vez a todos los micro niveles de poder posibles, como en los consejos de las unidades residenciales, juntas de acción comunal, asociaciones gremiales, sindicatos, administraciones universitarias, cooperativas, medios de comunicación etc. No es que les interese luchar por el bienestar general, como lo hacen los auténticos líderes sociales, sino que se escudan en las preocupaciones de las colectividades para escalar posiciones de prestigio y bienestar para sí mismos o sus allegados más cercanos. Por ello tarde o temprano desde familiares, compadres y copartidarios son la fuente de la corrupción.
El burócrata universal es un personaje fácilmente reconocible porque confunden el respeto por el poder con la zalamería. Son profundamente hipócritas, “amigueros” saludadores, que ponen cara de simpáticos hasta con sus enemigos y cuando buscan quedar bien, se acercan para echarte una flor o decirte. “tenemos que hablar porque me gustaría contar contigo”.
Como no son inteligentes, sino astutos, cada movimiento está bien calculado y fácilmente prometen algo que después te quitan de frente o a tus espaldas. Ellos, en sus estrategias camaleónicas rápidamente van asimilando los discursos de moda, ahora repiten el discurso manido del “Territorio” y ya hoy son diestros en los temas del cambio climático o la igualdad de género, pero en realidad son corporativistas, no están interesados en la ampliación de los derechos para todos los conciudadanos, sino en lograr, por ejemplo que su amiguita, sea respetada en sus privilegios laborales.
Como les digo viven de la representación, las buenas palabras en el momento adecuado, la mirada sutil, el traje y los zapatos bien puestos. Siempre políticamente correctos, siempre guardando la compostura, aunque les insulten en la cara.
No reaccionan con rapidez ante las circunstancias porque viven rehenes del miedo, temen hacer el ridículo, no están dispuestos a arriesgar nada por nadie y odian las ideas revolucionarias porque aman los procedimientos, dentro de la ley de los procedimientos. Otra característica especial es que creen que todos los demás somos tontos, que no entendemos sus artimañas ni sus discursos subrepticios. Ante los espíritus analíticos en realidad aparecen como sujetos elementales de pensamiento, resultan ridículos porque siendo simples asalariados como los millones de obreros y campesinos de este país, se creen aristócratas refinados por tener una representatividad pasajera.
Aparte de ser el campo de cultivo de la corrupción nacional, el otro daño que le hacen los burócratas al país es que, por lograr acaparar los puestos de representatividad, excluyen a los verdaderamente honestos, a los auténticos promotores de la generosidad social.
Como no quiero que se queden con una mala impresión y me acusen, según la moda, de que estoy fomentando el discurso de odio, he de señalar que esos personajes también tienen cualidades. Como son diestros con las formalidades y los procedimientos, ellos se merecen los puestos que tienen que ver con el papeleo, las ventas y la elaboración de proyectos ante los entes administrativos.
Pero todavía más, como les gusta tomar la palabra, hay que exaltarles su capacidad discursiva y nada mejor que asignarlos a un comité donde se sientan elegidos para que se explayen haciendo “planes estratégicos de desarrollo”, donde hagan gala de su capacidad imaginativa en asuntos de prospectiva. A ellos les fascina esos ejercicios mentales que riegan palabras en un mundo que no van a cambiar, porque al fin y al cabo, los que hacen el cambio no son los burócratas eruditos de la superación personal o el liderazgo gerencial, sino las hormigas que trabajan en silencio.
De manera que tengan mucho cuidado de los burócratas, aprendan a descubrirlos y mantengan en ellos la mirada fija, analizándolos para que no se desborden en marrullerías, como tantos de esos que ahora vemos cantando “el ave maría” en la fiscalía.