Nació como un pequeño poblado ribereño sobre el río Atrato hace setenta años. Allí, en Bojayá, viven 10.000 entre afros e indígenas. Dos generaciones de pobladores humildes, casi todos chocoanos, pescadores, pequeños agricultores, navegantes, músicos.
Desde el 30 de abril hasta el 6 de mayo de 2002, Bojayá fue el campo de batalla de 200 paramilitares del Bloque Elmer Cárdenas en cabeza de Fredy Rendón “El alemán”, y guerrilleros del Frente 58 de las Farc, Bloque José María Córdoba comandado por Joverman Sánchez “El manteco”. Se enfrentaron por el control territorial de este corredor estratégico hacia el océano Pacífico.
El 2 de mayo la historia de Bojayá cambió: 79 personas, 48 de ellos niños, murieron, 98 quedaron heridos, atrapados en la iglesia adonde habían llegado junto a otros 200 vecinos en busca de refugio y protección. Aterrorizados por las balas cruzadas, por el estruendo. Con ellos estaba el padre Antún Ramos, un religioso de la Diócesis de Quibdó querido como ninguno otro por la gente.
Eran las once de la mañana cuando la iglesia fue el blanco de un cilindro bomba lanzado por guerrilleros de las Farc. Impactó el techo y se estrelló contra el altar. La fuerza de la onda explosiva desmembró cuerpos, los lanzó contra las paredes. Se incendió el templo y decenas de cadáveres quedaron tendidos sobre los mosaicos ensangrentados del piso de la iglesia. Los heridos no lograban salir. Silencio. Gritos de angustia. Todo fue dolor y miedo. El fotógrafo Jesús Abad Colorado consiguió llegar: registró el horror.
Tres días pasaron sin que se presentara autoridad alguna desde Quibdó, la capital del departamento, a cinco horas en lancha. Nadie llegó a reconocer la identidad de los muertos para poderlos enterrar. Los deudos cavaron fosas colectivas y los despidieron sin ritual, traicionando creencias y tradiciones enraizadas en lo profundo del alma afro.
Las Fuerzas Militares bajo el mando del general Mario Montoya, comandante de la IV Brigada con sede en Medellín, tardaron seis días en llegar. El 8 de mayo encontraron solo la huella del dolor, paramilitares y guerrilleros habían huido. Estaban lejos.
El Presidente Andrés Pastrana, impactado, el 9 de mayo anunció el Plan ‘Reubicación con Dignidad’ para trasladar el pueblo al Alto del Fuerte, menos inundable. Se le cambió el nombre. Ahora se llama Nuevo Bellavista y ya no mira al río.
El 2 de mayo está presente en la vida de cada quien en Bojayá. Se fueron parientes y amigos, conocidos y vecinos; solo cayeron inocentes. “Esto a uno no se le borra nunca. Cuando me baño, me miro en el espejo, me veo mis cicatrices y me digo: mira lo que cargas de la guerra sin hacer un solo tiro”
Nadie olvida, pero allí todos han sabido perdonar. La vida sigue. Con alegría. Ocho de ellos narraron su historia.