¿Qué hace la superestrella Dennis Rodman en Bucaramanga y Quibdó?

¿Qué hace la superestrella Dennis Rodman en Bucaramanga y Quibdó?

El extravagante compañero de Michael Jordan, examante de Madonna que fue contratado por la empresa Big Marketing Events para promover el baloncesto, tiene decepcionado al público porque no juega

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abril 28, 2015
¿Qué hace la superestrella Dennis Rodman en Bucaramanga y  Quibdó?

Hace 15 años Dennis Rodman vivía en una casa de cuatro mil metros cuadrados, ganaba dieciocho millones de dólares al año y había conformado el mejor equipo de la historia del basketball. Ahora, el exesposo de Carmen Electra acaba de llegar al coliseo de la Universidad Tecnológica de Quibdó traído por la firma Big Marketing Eventos. Cientos de niños lo rodean y él los saluda con aire ausente. Sus gafas oscuras ocultan los dos huecos negros que son sus ojos. Una noche antes había salido abucheado del coliseo Vicente Díaz Romero en donde vio el partido que perdió su equipo contra los Bucaros desde el banco de los suplentes, lugar donde, cuando era el mejor rebotero de todos los tiempos, se aburría tanto que terminaba metiéndose su mano entre la pantaloneta y ahí, en medio de una multitud, se masturbaba.

Tres mil boletas entre los veinte y los cuarenta mil pesos pagaron los bumangueses para ver al Bad Boy de los Chicago Bulls mirar constantemente el reloj esperando que el partido terminara.  Nada queda de la gloria pasada. Rodman apenas percibe un ingreso mensual de cuatro mil dólares y las deudas, como la que sostiene con una de sus tres exesposas y que asciende a los ochocientos mil dólares, lo han obligado a llevar su imagen, lo único que tiene, a lugares tan lejanos como Pyongyang, Sofía, Bucaramanga o Quibdó.

En esta última ciudad nadie se queja porque no juegue. Igual no han pagado boleta y que un hombre que fue siete veces campeón de la NBA, que luchó en un ring contra el mítico Westler Hulk Hogan, que tuvo un romance con Madonna y que protagonizó películas con Jean Claude Van Damme y Silvester Stallone esté en el Chocó, es casi un milagro.

Los problemas con el alcohol se agudizaron en 1998 cuando durante seis meses hubo una huelga que paralizó la NBA. Entonces Rodman descubrió las ventajas de tener 36 años y sesenta millones de dólares en una cuenta bancaria. Enfiestado podía durar hasta dos semanas sin dormir. Las anfetaminas y la cocaína le ayudaban a mantener en pie sus 203 centímetros. Cuando la huelga terminó Dennis Rodman se había enterado que ya no era jugador profesional.

Hijo de un veterano del Vietnam que lo abandonó cuando apenas tenía dos años, El gusano, apodo que se ganó por la manera como se retorcía jugando paintball, pasó de ser un ladronzuelo de las calles de Trenton, problemático sector de New Yersey, a un ídolo nacional en un par de años. Su estatura nunca le permitió destacarse en las ligas menores, pero un repentino estirón, que lo llevó a superar los dos metros de estatura, lo convirtió en un deportista endiablado.

Nunca fue muy técnico pero tenía coraje. Era el hombre rudo detrás de magos como Scottie Pippen y Michael Jordan. Los rivales lo temían. Sin embargo dos males empezaban a atacarlo: el exhibicionismo y el alcohol. A Rodman le empezó a gustar más llamar la atención que jugar al baloncesto. A principios de este siglo empezó a aparecer desnudo en cuanta revista estuviera dispuesta a poner sobre la mesa un sudoroso fajo de billeticos verdes, protagonizaba escándalos en discotecas y fue el ganador de un reality en donde mostraba los problemas que tenía con las drogas.

Rodman a los cuarenta años ya era mercancía dañada. Su descenso a los infiernos se volvió vertiginoso cuando su dieta se basaba en cuatro litros de vodka al día. Sus escándalos sobrepasaban los más escabrosos tabloides amarillistas y ya, simplemente, un día dejó de sonar. En Estados Unidos a nadie le importa El gusano.

Dennis Rodman está feliz en Quibdó. Otra vez, después de mucho tiempo, vuelve a ser el centro de atención de toda una multitud. Además le pagan por lo que ahora sólo sabe hacer: sonreír a una cámara con la mirada perdida.

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