Hay una clara diferencia entre hacer crítica literaria y comentar un libro. La crítica literaria se hace con esfuerzo y perspicacia lectora. El comentario, por el contrario, se hace con rumores y breves intuiciones.
Si hablamos de narrativa, el crítico verdadero se imbuye en lo que dice el texto: desentraña personajes, historias y situaciones; deambula por las ideologías y la psiquis del autor. Si de poesía se trata, el crítico verraco –ese parásito que vive de otro parásito que es el artista, como alcanzó a precisarlo Álvaro Cepeda Samudio –desarticula el poema buscando el verso que lo salve, devela la imagen trashumante o la inaparente conexión entre poema y poema.
El crítico real descubre asociaciones, influencias pretéritas. Un crítico literario sabe que un texto siempre deambula entre contextos y cotextos, esto es, entre intertextualidades.
El comentador es otra cosa. Mucho más relajada, más liviana, más efímera. Un comentador hace uso de la imagen de la portada y de la solapa de un libro, de las impresiones de los lectores o de los tipos de lectores. El comentario se hace con el solo nombre del libro y con una pizca de la biografía del autor. El comentador, insisto, está más pendiente de las personas que rodean al libro que del libro mismo. Es un enjuiciador desjuiciado.
Digo lo anterior porque hace un par de días mi compadre Iván Gallo –a quien aprecio en demasía y por quien siento la más profunda de las admiraciones –publicó un comentario –nótese de una vez la diferencia –a mi modo de ver muy irresponsable, en el que termina enjuiciando y enrostrando a los lectores, antes que a los libros mismos.
El comentario de Gallo –insisto, no es una crítica –metió en un mismo tarro a Dan Brow, Coelho, Benedetti, E.L. James y Stephenie Meyer. Primer error. Repasó someramente el contenido de cada uno de sus libros. Hablo de cifras y empezó a fustigar al hombre que se acerca a la lectura por medio de estos libros: de incultos, nos trató.
Gabo alguna vez dijo que la única forma de llegar a la buena poesía es a través de la mala. Y esto se hace extensivo al resto de la Literatura. Pocos hemos tenido el placer de iniciarnos en la lectura a través de los clásicos. Y muchos recordamos con más pasión aquel libro de aventuras que leímos en la primaria que El Aleph de Borges o las Opiniones de un Payaso de Böll.
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Olvida –o más bien desprecia –mi amigo Iván, tres factores importantes en el comentario hecho sobre sus cinco detestados libros. El primero, que ya he adelantado con la frase de Gabo, es que es irresponsable criticar a aquellas personas que no leen libros del Canon Literario. Nada más hace un par de días el diario El Tiempo publicó un informe en el que muestra cuánto leemos y por qué leemos los colombianos. Y los resultados no son para enorgullecernos. Aquí, en últimas, no es importante qué se lee, sino leer simplemente –acaso el mayor acto revolucionario del hombre moderno –.
La lectura tiene la capacidad de ser procesual. Y cuando un chico se emociona con un libro o con un autor puede seguirlo hasta las mismas influencias de este. El que lee a Gabo necesariamente tiene que buscar a Hemingway y a Faulkner. Como el que lee a Mo Yan se ve impelido a buscar a Gabo.
El segundo es que la lectura, como el arte en su totalidad, obedece a nuestro estado de ánimo. Alguna vez mi amigo Alex Silgado, profesor de la Universidad del Tolima e intrépido lector de poesía, me comentó que estaba leyendo a Walter Riso porque su instinto se lo pedía. Después he visto a Alex haciendo bromas sobre la calidad de este autor, pero bajo la consciencia del que ha hecho la tarea.
Finalmente, se le escapa a Iván Gallo que hasta de la mierda se puede sacar oro. ¿Acaso no construyó Cervantes su Quijote a partir de toda la insulsa literatura de caballería escrita en la Península durante varios siglos? ¿No es el Lazarillo de Tormes la mayor sátira hecha contra las novelas pastoriles de la España renacentista? ¿No es Rojo y Negro de Stendhal una síntesis de todas las nouvelles de pasiones clandestinas que produjo la Francia de los siglos XVIII y XIX? Y ubicados en el cine, ¿No escribió Tarantino el guion de Pulp Fiction influenciado por todas esas historietas baratas que leyó cuando niño?
Alguna vez soñé –tal como ocurre en el Quijote –con quemar aquellos libros que consideraba funestos para la humanidad. De mi sueño solo quedó un artículo publicado en mi blog. Tiempo después escribí un segundo artículo como continuación al anterior, en el que defendía los libros no por buenos o por malos, sino porque simplemente nos acercan a la lectura.
Siempre será más fácil desechar los libros que justipreciarlos. Así como siempre será más fácil escribir un comentario que hacer una crítica sesuda. La basura no es cosa distinta al abono en el que sembramos la comida del futuro. Termino este artículo con unos versos de Inventario, ese libro al que siempre vuelvo cuando la ilusión se ha ido y mi espíritu inculto solicita un poema o un verso esperanzador:
Pongo estos seis versos en mi botella al mar
con el secreto designio de que algún día
llegue a una playa casi desierta
y un niño la encuentre y la destape
y en lugar de versos extraiga piedritas
y socorros y alertas y caracoles.