Al finalizar abril mes del niño, de acuerdo a las agendas de la Unicef, es un tema con distintos matices, que cada año pasa a engrosar a los archivos de anteriores iniciativas nacionales e internacionales, puro ofrecimiento banales, ya empolvadas por el grosor del olvido y en las promesas de cada gobierno, son los casos particulares del país recordando por poco espacio a Santiago en Fusagasugá, Sara en Ibagué, Génesis en Fundación, Samboni en Bogotá, Dilian en Usme ,la muerte de los niños en la localidad de el Bajito-San Onofre(Sucre)
En Colombia urge conceptualizar políticamente a la niñez como el recurso natural no renovable más valioso. Decimos no renovable porque cada infante que sobrevive a la pobreza y la marginalidad creciente, y que no recibe educación y buen trato, es persona que se convierte de pocas capacidades y con grandes dificultades para recuperar el tiempo de desarrollo perdido.
Si la sociedad lograra restructurarse institucional y económicamente teniendo como eje central el desarrollo de la niñez, con seguridad podría alcanzar un auténtico desarrollo humano, ético y económico.
Nuestra memoria es corta cuando de indignación se trata con 420 niños asesinados y maltratados para el año 2023, pero la muerte de hambre no es ni de lejos un caso excepcional.
Y un país cuyo corazón no termina de estremecerse al ver la intensidad que ha cobrado entre nosotros las embestidas brutal contra la niñez que se abultan y nos abruman, en medio de una de las coyunturas más adversas y hostiles que hayamos vivido como pueblo, nación y Estado.
De otro lado, la visibilidad creciente de los temas de violencia familiar, y de abuso sexual infantil, dio por tierra con el mito de que los violentos y abusadores pertenecían a un sector social marginal. Cuando tal visibilidad muestra que hombres pertenecientes a sectores socioeconómicos medios y altos, con niveles culturales destacados, también han sido y son capaces de cometer esos actos –y que gracias al poder económico que detentan pueden contratar a profesionales abogados que los asesoran y los representan judicialmente–, comienza la reacción conocida como “backlash”, que niega la existencia de tales abusos, para la muestra el caso del Arquitecto Uribe Noguera al matar la niña Samboni.
En rigor, concepto de infancia ha ido variando de acuerdo a las representaciones que los adultos se han hecho del niño y de las relaciones padremadrehijo a lo largo de la historia. La infancia no siempre se ha parecido a la actual ni los sentimientos hacia los niños han sido siempre los mismos. El protagonismo del niño ha ido en aumento y en la sociedad capitalista él también ocupa el lugar de consumidor. Se le ofrecen objetos de manera incesante, exigiéndole que los valore más, cuanto más caro son, entrando a formar parte del mercado, sino también reducirlos a la categoría de número, empleados o futuros ciudadanos bien portados.
Dickens y Dostoievski hicieron grandes revelaciones sobre el sufrimiento de los niños en la historia y es así que la crianza del niño puede ser militancia frente a padres de la familia disfuncionales y tal criterio lo formuló Dickens, el que hizo sin duda el mejor acercamiento a los daños colaterales del progreso: los miles de niños ingleses que fueron utilizados en las minas de carbón, en el tendido de vías entre Manchester y Londres o en las grandes fábricas textiles. Regimientos de niños que morían de hambre, de viruela o mutilados por las grandes máquinas industriales. Niños que medían 12 centímetros menos que los hijos de los aristócratas y a quienes resultaba más económico comprar y desecharlos que prestarles servicios médicos
A lo largo de la historia, la humanidad ha sido fiel a un absurdo: todos los intentos de justificar hasta el hartazgo uno de los numerosos dilemas que Dostoievski planteó en su novela Los Hemanos Karamázov , un pasaje que sirve de epígrafe a esta obra de Alexiévich, tiene que ver con la justificación de la violencia. Iván Karamázov formula a su hermano, el piadoso Aliosha, la siguiente disyuntiva: ¿sería admisible el sufrimiento de un niño si, con él, se alcanzara la felicidad de la humanidad? Lo mismo podríamos preguntarnos en cuanto al triunfo de una ideología. Iván aderezaba su argumento con ejemplos de maltrato infantil, casos extraídos de los periódicos de la época, pero, pese a la imaginación polifónica del escritor ruso, este personaje ni de lejos perfilaba la barbarie que tendría que soportar la infancia en el siguiente siglo, que el autor ya no conoció.
Hoy la panacea es el derecho de ciudad que debe reconsiderarse frente a los movimientos urbanizadores más beligerantes como clave creativa de apropiarse de la ciudad desplazando a los simbolistas del siglo XIX que desde entonces pusieran ese énfasis en la necesidad urgente de reinfantilizar los contextos de la vida cotidiana.
Reinfantilizar como restaurar una experiencia infantil de lo urbano: el amor por las esquinas, los portales, los descampados del fútbol, los escondites, los encuentros fortuitos, la dislocación de las funciones, el juego. No en el sentido de volverlos más estúpidos de lo que los han vuelto ciertos lugares de diversión, las iniciativas oficiales de monitorización, sino en el de volver a hacer con ellos lo que hicimos —sin permiso— de niños. Hacer que las calles vuelvan a significar un universo de atrevimientos, que las plazas y los solares se vuelvan a convertir en grandiosas salas de juegos y que la aventura vuelva a esperarnos a la salida, a cualquier salida. Recuperar el derecho a huir y esconderse. Espacios tan perdidos como la propia niñez.