Detrás de cada suicidio queda una nube de preguntas, una estela de conjeturas, una colección de puntos suspensivos que no terminan con el punto final del que se va. A veces hay cartas que dicen adiós, otras tantas veces no. Igual las dudas son el mar en que se sumergen los que sobreviven a la ausencia en esta orilla. Detrás del suicidio de una persona reconocida por la comunidad quedan las frases hechas, los prejuicios, los comentarios en baja voz y los titulares de prensa, la comprensión y la incomprensión. Detrás del suicidio de una persona que nunca tuvo reflectores encima queda un silencio espeso, algo que solo conocen los suyos. En ambos casos lo que sobrevive es un dolor indecible.
En el suicidio las palabras alivio y tormento no se escriben separadas.
No hay razón por la que puedas pensar que algún motivo es de menor importancia frente al suicidio. Igual peso tiene el acoso que sintió el estudiante Sergio Urrego para lanzarse desde la terraza del centro comercial Titán Plaza, en Bogotá, que la crisis financiera por la que el multimillonario Adolf Merkle se lanzó a las vías del tren en Blaubeuren, Alemania. Igual peso tiene la determinación de una madre resuelta a no ser un peso para nadie por una enfermedad y que decide terminar con su vida en casa, que la depresión de un abuelo en Laureles que termina con la suya en la calle a la vista del barrio, que una joven pareja que se lanza en un puente transitado. porque no puedes olvidar esto: el suicidio no tiene género ni edad.
Aunque los motivos y decisiones en cada caso son íntimas y personales debemos asumir el suicidio como un problema de salud pública. La salud mental es uno de esos asuntos de los que entre nosotros no se acostumbra hablar. Y es necesario. Estamos ante la segunda causa de muerte en el mundo entre jóvenes de 15 a 29 años según la organización Mundial de la Salud y la principal causa de muerte en hombres en el margen de los 40 años. Diariamente se suicidan tres mil personas en el mundo, lo que equivale a una cada treinta segundos. En los últimos cincuenta años la tasa de muertes por esta causa ha aumentado un 60 % en países en desarrollo, como el nuestro.
Hoy día el suicidio es la cuarta causa de muerte violenta en Colombia, en promedio cada dos días se registran nueve suicidios en el país según registra el Instituto de Medicina Legal, tiempo atrás el doctor Carlos Alberto Romero haciendo parte de la Secretaria de Salud de Medellín señalaba un dato contundente: en Medellín se registró un promedio de 23 intentos de suicidios diariamente. En ese número caben los casos reportados, claro, pero este es un asunto del que las cifras no hablan de todos los que son porque no todo lo que sucede queda consignado en papel de estadísticas.
Estudios hechos en Antioquia señalan que son más las mujeres que intentan suicidarse, pero es mayor el número de hombres que llegan a cumplirlo.
Cuesta el silencio ante el suicidio porque termina por ser un velo que oscurece la mirada ante lo evidente. La OMS dice que el suicidio puede prevenirse en la mayoría de los casos al hablarse de él pero, al mismo tiempo, señala como peligroso el hecho de que los medios masivos nombren la situación porque de alguna manera estimula a quienes están pensando en cometerlo porque les hace sentir que la idea autodestructiva que llevan con ellos es fácilmente realizable. Ha de ser por eso que apenas ayer el periódico El Tiempo para hablar de los cinco años de la desaparición de la modelo y presentadora Lina Marulanda aún nombra la causa de su desaparición como “muerta en extrañas circunstancias” cuando es por todos conocido que se arrojó por una de las ventanas de su apartamento. Ha de ser por esto mismo que el Metro de Medellín en su recién estrenada cuenta de twitter informa sobre “persona en la vía” cuando reporta el motivo por el que se ve interrumpido el servicio de transporte por la muerte de alguien que se arrojó a los rieles ante la inminencia del paso del tren. Algunos dirán eufemismo, otros responderán prevención.
El asunto es ¿qué podemos hacer para evitar más suicidios?
La delicada situación social que hoy desnuda el suicidio reclama atención de múltiples sectores, estrategias distintas, acercamientos incluso audaces y —dejando el frío de las estadísticas a un lado, que se parece un poco al frío de los refrigeradores de medicina legal— necesitamos un mucho más de amor y abrazos, de escuchar además de oír, de acompañar con cada centímetro del cuerpo, quizás es tiempo de deshacernos en átomos de sinceridad con el otro y perder el miedo a llorar delante de los demás porque el consuelo que buscas puede estar justo al lado tuyo y no lo habías visto.
Tal vez así la noche en que decidiste suicidarte se encuentre a la mañana siguiente con el día en que preferiste darte la oportunidad de vivir.