¿Ya es hora, doctor?, preguntó la amiga con sus ojos, con la sola expresión de sus ojos, ya que su cuerpo paralizado totalmente por la esclerosis (ELA) le dejaba solo el medio que utiliza el alma para comunicarse. “Sí” le respondo musitando con los labios y devolviéndole esa mirada profunda y de fortaleza. Ese día, ya en la noche, abandonó su cuerpo. Vivió, en el profundo sentido de la palabra, hasta su última respiración.
En dos ocasiones familia y médicos creyeron que su final estaba tan cerca como unas pocas horas. En ambas el estado de estupor, la inmovilidad, la ausencia de alimentación y la respiración irregular, eran evidentes en los días precedentes. Mas su cuerpo permaneció cálido y su alma tranquila. En ambas y solo con cuidados paliativos, recuperó hasta el punto de hablar, movilizarse y hacer bromas. Compartió nuevamente con su familia eventos especiales. Disfrutó los manjares que prepara una de sus hijas, durante varios meses. Luego sí partió, no sabemos a dónde, el creía que todo acaba aquí, con la muerte.
Leyendo últimamente sobre eutanasia y temas relacionados encuentro estas frases del doctor Rómulo Rodríguez en su artículo “Eutanasia: aspectos éticos controversiales”, dice allí: “Por último no debe confundirse la ΄calidad de la vidaʹ con el concepto de ʹvalor de la vida΄ pues si la calidad es variable, el valor de la vida humana no lo es y siempre será independiente de la circunstancias”.
Considero que en los dos ejemplos que acabo de dar, primó el valor de la vida sobre una calidad que algunos discutirían por las condiciones clínicas de las personas. En ambos casos ellos continuaron tomando parte activa de su vida con familiares y amigos, así su cuerpo les impidiera realizar muchos actos. Ambos contaron con el apoyo incondicional de sus allegados, bello, muy bello. La vida es compartir, eso sucedió hasta la última respiración.
En los dos se hizo lo que fue necesario sin llegar a medidas extremas, se acompañó a vivir y a morir. Como anota el autor ya citado:
Al final el médico debe distinguir claramente entre prolongar la vida y prolongar la muerte, si lo primero tiene sentido lo segundo no. El médico necesita mucha ecuanimidad para evaluar qué debe hacerse o qué no, buscando siempre el bien del paciente. El médico bueno, no es el que “hace hasta lo último” por el paciente; en medicina hay que saber hacer y no hacer, los “encarnizamientos terapéuticos” no tienen sentido.
Lo comparto plenamente.
Del mismo doctor Rodríguez:
En tiempos pasados, la mayor parte de las personas morían en casa, en medio de sus seres queridos, con atención religiosa, sabiendo que iban a morir y con todas las facilidades para tomar las decisiones pequeñas o grandes (digo yo, esto es vivir). La ciencia y la tecnología médica, a cambiado la forma de morir que era tradicional, hoy la muerte se ha “hospitalizado”, produciendo una involuntaria deshumanización de la medicina.
Prosigo, sin embargo estamos haciendo, definitivamente hay movimientos para recuperar el “vivir” hasta la última respiración. Cada familia es la responsable de tomar o no este camino. A eso nos comprometemos.
Concluyo con otro caso. El hijo (que es personal de salud) solicita evaluar si su padre quiere morir. El padre respira hace años con ventilación asistida, —otro caso de ELA—. Si se desconecta es sencillamente dejar que la naturaleza siga su curso y morirá. Con sus ojos, más exactamente el mirar a derecha o izquierda lo que ya es habitual en él para responder con un “si” o un “no”, es con lo que hará saber si quiere ya partir. Así ha seguido tomando decisiones sobre sus negocios y ahora lo hace sobre su vida. Categórico “vivir”, responde él. La vida seguirá, hasta la última respiración aunque esta vez sea artificial.
Una recomendación, el libro de Anita Moorjani: Muero por ser yo.