Carlos Rojas nació un18 de abril de1933 en Facatativá y murió de repente en 1997 en Bogotá. La próxima semana, la galería de Nohra Haime realizará una importante y merecida retrospectiva de su obra en la ciudad de Nueva York en la Quinta Avenida, donde se merece exponer este gran artista.
Sus franjas verticales y horizontales se reconciliaron como mallas eternas. Su idea de pintar las ventanas campesinas con el espíritu del amante de la naturaleza americana, se convirtieron en ventanas urbanas selladas con los mitos del ser inconforme. También su pintura ordenada con infinito cuidado del color, de la composición, de pronto, dio un salto al vacío y sus trabajos se convirtieron en construcciones con diversos materiales donde cambió su pintura por objeto conceptual. En su impaciencia impulsiva le dio la vuelta al bastidor para trabajar con la idea de un espacio interior.
En la serie Mutantes, el acto de construir con el desecho, es parte de su testimonio de la pobreza. Armar con los materiales encontrados una fachada sellada con madera, quemada, pintada es el sinónimo de la no salida.
En esta faceta se alejó de su mundo ordenado y apacible y armó un universo cerrado de composiciones complejas donde importan más las texturas que logra sobre la madera, y, cada cuadrado encierra todo un planteamiento sobre el color que abarca desde el negro rotundo que deja los estragos del fuego, hasta el sueño o la fatalidad del El Dorado.
Esta vez, la galería prefiere la serie América. Carlos Rojas, como lo hizo siempre, estaba cortando a la realidad con navaja de la razón. Intentaba denunciar el horror de la pobreza, la injusticia, la crueldad de los seres humanos.
Tal como lo dice el abogado en el libro de Antonio Tabucchi en La cabeza Perdida de Damasceno Monteiro:
Yo defiendo a los desgraciados por que soy como ellos, esa es la pura y simple verdad. De mi ilustre estirpe utilizo el patrimonio material que me han dejado, pero, como los desgraciados a los que he defendido, creo haber conocido las miserias de la vida, haberlas comprendido e incluso asumido, porque para comprender las miserias es necesario meter las manos en la mierda, perdóneme la palabra, y sobre todo ser consciente de ello.
Eso hacía Carlos Rojas mientras pensaba en la situación colombiana. Construía sus mundos de sutil color. Armó y pintó sus obras a las que les impuso todo su rigor intelectual y técnico.
Con su inteligencia casi universal existían miles de eventos que sucedían mientras estaba siempre lejos de las complicaciones de la vida diaria. El estaba centrado en el presente, en el pasado y en el futuro mientras entendía la problemática de las galaxias, estudiaba la versatilidad de una hoja, mientras observaba la realidad con microscopio o de dedicaba a ser jardinero de bonsáis donde detenía el paso del tiempo. Carlos Rojas tenía esa elocuente capacidad de tener múltiples intereses donde a todo le otorgaba la importancia e hizo que su obra fuera genial con pocos argumentos. Le otorgó a su mundo real la eternidad de lo sagrado. A lo permanente fue fugaz, a la historia le quitó en peso de la linealidad.
Cuando pensaba en la gravedad la utilizaba en dos sentidos: la gravedad en el espacio y la gravedad del los conflicto de la sociedad colombiana Y, creo que por eso, su obra parece sorda. Logró la construcción de un mutismo bello. Logró silenciar esas voces existenciales que se preguntaron un día por qué Holderlin murió loco.
Sus composiciones están hechas con el mismo altruismo que el artista uruguayo Joaquín Torres García proclamó en 1944 sus teorías sobre el Universalismo Constructivo donde, por ejemplo, cada elemento geométrico de la composición tiene el mismo valor dentro de la obra, no importa su ubicación o tamaño. Por eso en el trabajo de Carlos Rojas tiene su equidad, cada cuadrado un símbolo, cada rectángulo una metáfora de poeta.