Los “meros meros” de los “nadies nadies”
Opinión

Los “meros meros” de los “nadies nadies”

Entonces viene del país del “mero mero” —¿Del mero mero? ¡Y ese cuál es! —Pues el mero mero. —Pero no le entiendo— le repliqué

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abril 13, 2024
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Nunca, ni como periodista que recorrió el país haciendo reportería y presentando noticias, ni como quien vivió y creció en pueblos y ciudades pequeñas de Colombia, me había tropezado con una muestra tan real del pensamiento de los “nadie” latinoamericanos pertenecientes a las bases sociales que vienen a Estados Unidos a hacer una mejor vida, pero que llevan siempre consigo su realidad a flor de piel y de sus palabras.

El protagonista de esta historia es un mexicano “común y pascual”, uno de los muchos “nadie o nadies” de los que habla Eduardo Galeano en su poema y que están viviendo en este país. Buenos y trabajadores en su mayoría, así hay que decirlo, que no han cambiado su forma de pensar porque todos cargamos con la que aprendimos y según nos vaya nos quedamos igual, o evolucionamos. Es que las raíces marcan mucho. ¿Cómo se llamaba el mexicano de esta historia? Ni le pregunté, ya verán por qué.

Estábamos con mi esposo en la oficina de la contadora en la tarea de pagar los impuestos. Por alguna razón, comenzaron a entrar abejas por el ducto del aire acondicionado. Mientras solucionaban, me salí a la salita de espera y me tropecé con una pareja de mejicanos que venían a lo mismo. El señor me escuchó hablar y me dijo:

—Usted es colombiana.

—Sí señor, y usted mexicano, y me reí.

—Como no. Y es rola.

Déjenme decirles que aquí ya diferencian nuestros acentos entre rolos, paisas y algo los costeños y los vallunos; pero siguió la conversación:

—Entonces viene del país del “mero mero”.

—¿Del mero mero? ¡Y ese cuál es!

—Pues el mero mero.

—Pero no le entiendo, le repliqué.

Yo de verdad no caía en cuenta. Como pocas veces, me sentí confundida y extrañada. El señor me quiso aclarar:

—Ese bueno que les ayudaba tanto a los pobres como nosotros, pero en Colombia.

Y ahí sí que menos entendía porque pensé en los muchos altruistas que tenemos y hasta en los políticos (virgen del agarradero), porque no sabía para qué lado mirar. Entonces le dije que me lo nombrara, ¡y nunca lo hizo! Sólo daba pistas, hasta que me dio la principal:

—El de por allá de Medellín.

Viendo su forma de expresarse, aterrada, no se me ocurrió nadie más y le dije:

—¿Usted me está hablando de Pablo Escobar?, le pregunté con los ojos abiertos y redondos como dos platos.

—Pos claro, ese hombre era bueno. Les daba plata a los que no tenían allá en su país.

No podía estar más sorprendida de que con todo lo que se conoce mundialmente -¡mundialmente!- sobre Escobar, este señor se estuviera refiriendo a él casi como a un santo.

—¿Usted sabe cuánta gente mató? ¿a cuánta gente le dañó la vida para siempre?

Y él insistía:

—Pero esa gente es buena.

—¡Pero buena cómo si mataba gente! En mi país eso fue un desastre y sufrimos mucho.

—Pero él no mató a nadie.

Yo en este punto ya estaba desencajada e infinitamente asombrada, entonces me puse muy seria y muy firme:

—Pero cómo no. ¿Usted nunca vio en las noticias el horror de las bombas, los asesinatos de gente inocente, de ministros y hasta la caída de un avión? Yo soy periodista y conocí y entrevisté a muchas de esas personas que mandó asesinar con sus sicarios.

Ya consciente de que yo no estaba nada cómoda con la conversación, pero seguro de lo que creía, me dijo con voz más baja:

—Pero vea que no fue él, fueron los sicarios.

—¡Solo pensar en matar a alguien es un crimen!, le dije.

—  Pos todos esos traficantes son gente buena, sólo que su trabajo los obliga a cosas malas. Pero son buenos porque ayudan a los pobres.

Entonces la María Clara racional me habló al oído y me dijo: “¿Con quién discutes? ¿Cuál es su realidad? Como él, hay muchos en Antioquia y otros territorios; gente que tú no conoces, con los que nunca te has atravesado, y que van y le ponen flores a su tumba, le rezan y le piden milagros. Mejor, como la canción de Pimpinela, vete y pega la vuelta”… y eso hice con mucho tacto.

Toda esta historia para decirles que me quedé pensando -en paralelo- qué han hecho los meros meros de nuestra política chibchombiana con la mayoría de nadies nadies. Yo veo un espejo terrible y nada esperanzador en esta historia. El mero mero administrando a punta de labia las promesas que no va a cumplir, y los nadies nadies siguiendo al precio que sea al que les mantenga vivas sus ilusiones: la ayuda a los pobres. Como decía el tristemente fallecido Carlos Alberto Montaner: Esto se trata de administración de estómagos. ¿Nada que hacer? ¡No! Quiero pensar en todo lo que hay que hacer, así sea después de este desastre.

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