La pregunta que centro, derecha y opositores se deben hacer es cómo facilitar que Petro gobierne mejor hasta el fin del cuatrienio para beneficio colectivo. En vez de pensar en cómo le cierran el paso creyendo que así hará el menor daño posible al modelo preexistente. A su vez, Petro sesea en cuanto micrófono encuentra que el establecimiento no está diseñado para autorreformarse, que obstruye las transformaciones, que lo quieren anular, matar o desaparecer.
Dice que no lo dejan gobernar, que le cierran el tránsito a los cambios por la vía del congreso, que le tumban desde sus nombramientos hasta sus normas por la vía de las cortes, que lo desprestigian usando los medios de los grupos económicos para desinformar. Entonces radicaliza su discurso. Anuncia propuestas improvisadas como la asamblea constituyente que resolvería el dilema a favor de quienes se oponen al cambio.
La crisis que se está formando se resuelve como todas, con rupturas o con acuerdos. Establecer un acuerdo de gobernanza alrededor de reformas que sean aceptables para que las partes involucradas las procesen, es una tarea compleja. Los intereses que afecta cada transformación son enormes y requieren tiempo. Si el gobierno quiere imponerlas bajo el actual estado de fuerzas va a seguir fracasando porque sencillamente está en minoría en casi todas las instancias.
Petro es minoría en el Congreso, no tiene control en las cortes, ni en las Fuerzas Militares, su influencia en la dinámica económica es restringida, tiene a la gran mayoría de los medios en contra y su política de comunicaciones no despega. Perdió las elecciones locales de octubre y las regiones donde lo apoyan son marginales con respecto al conjunto del poder. En esas condiciones la amenaza de convertirse en dictador como Maduro es una excusa de la derecha y de los enemigos para acortar su período más que una opción con posibilidades de éxito.
Para que un gobierno atorado asuma facultades dictatoriales se requieren condiciones favorables. Una, el apoyo popular, la convicción de la población del fracaso de la democracia para mejorar sus condiciones de vida y la invitación a su reemplazo por un modelo autoritario. Otra, la convicción de que el gobierno, libre de las ataduras de la democracia, podrá repartir mejor las riquezas disponibles. Una tercera, anular el poder de las instituciones que tienen el deber de conservar el actual modelo: cortes, congreso, fuerzas militares, partidos políticos, gremios y hasta algunos organismos multilaterales que inciden en la salud económica del país.
Poner el letrero de “Se arrienda” en la puerta del Congreso como lo hicieron Reyes y Ospina Pérez es imposible para Petro. Tampoco tiene espacio para nombrar magistrados de bolsillo como lo hizo Chávez. La expulsión de un centenar de generales y de coroneles no ha significado la toma del control del estamento militar, ha generado resentimientos y aspiraciones sin cambiar la doctrina militar y la inseguridad espanta a la ciudadanía en todo el país. Tampoco controla Petro factores claves de la economía, como pasaba en Venezuela con el petróleo en manos de Pdvsa, de manera que doblegar al empresariado colombiano tendría otro costo.
Petro se autoinmoló como dirigente de cambio. Se anuló como gobernante eficaz. Si pudiera tener una ventaja Petro, es que sus enemigos se vuelven tan torpes como la oposición a Chávez
Al sembrar la idea de ser un pésimo administrador, de ser incapaz de organizar equipos y delegar tareas, de establecer prioridades y orientar a sus funcionarios, de ser ajeno a la concertación y al debate democrático, Petro se autoinmoló como dirigente de cambio. Se anuló como gobernante eficaz. Si pudiera tener una ventaja Petro, es que sus enemigos se vuelven tan torpes como la oposición a Chávez y Maduro que le construyeron la autopista hacia el autoritarismo. A Chávez trataron de sacarlo del poder con un paro en Pdvsa (la columna vertebral de la economía de Venezuela), con un golpe militar y con un intento de asesinato. Fracasaron y consolidaron el actual régimen que ya va para un cuarto de siglo.
El fracaso de la reforma a la de salud ilustra los daños que puede sufrir la ciudadanía con la radicalización. El deterioro del servicio de salud afecta la calidad de vida de millones de usuarios, profundiza las debilidades del gobierno y debilitará su respaldo popular cuando vuelvan las filas para pedir citas, los pasillos se inunden de pacientes sin atender y la falta de medicinas para los tratamientos genere dolores irreparables para millares de familias.
Tiene una gran parte de la clase política, de los gremios y los poderes económicos activos en su contra y al mismo tiempo las organizaciones sociales que lo respaldan están desorganizadas, sin estructura, desconcertadas y sin liderazgo. De manera que, sin opción de volverse un dictador, pero sin capacidad para gobernar, la tarea del establecimiento, del centro y la derecha, es buscar las soluciones que tantas veces ha encontrado a lo largo de la historia.