El peso de esta guerra de mierda
Opinión

El peso de esta guerra de mierda

Por:
abril 23, 2015
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¡Y qué peso!

Doloroso, trágico, cruel, devastador, son adjetivos que no alcanzan para denotar y significar cuanto pesan los muertos de esta guerra de mierda, soldados y guerrilleros.

E indígenas.

Porque, además de los asesinatos entre los bandos que contienden en ella, la guerra es vengativa; está al acecho de la venganza para compensar o, mejor, equilibrar las cargas que la muerte atroz va dejando entre sus huestes.

Y miren si no: aún estaban calientes los cuerpos de los soldados acribillados en el Cauca, cuando en el mismo territorio, proindiviso entre blancos, indígenas y negros, una familia indígena es  aniquilada por las balas de esa guerra.

Que fue uno o el otro bando, es caso que la pertinente y exhaustiva investigación determinará en el postconflicto, el asunto es que están muertos, criminalmente muertos.

Y muertos por la guerra, igual que los soldados emboscados y los guerrilleros dados de baja.

Muertos de una guerra por los cuales nadie responde ni procura que no sigan muriendo, aunque todos los días se hagan marchas, oraciones y pedimentos para que se acabe, se consolide la paz. Y, ¡ay!, para que el reguero de cadáveres que por los cuatro costados del país deja esta guerra de mierda, entre soldados, guerrilleros e indígenas, ¡ay! no sigan muriendo.

Pero esto sigue, y cada vez son más las razones de muerte que prevalecen para continuar en la danza macabra de matar y matar, y menos las políticas para dejar de hacerlo o intentar dejar de hacerlo siquiera por un tiempo, el necesario para acordar, y suena inhumano, a quiénes, cómo y cuándo matar, de uno y otro de los bandos enfrentados en esta matazón de colombianos que ya agregó a sus sinrazones la venganza.

Ahora, y por la sinrazón de la muerte de los once soldados en Buenos Aires, Cauca, se levantará la Mesa de Diálogo entre Gobierno y Farc-EP, en La Habana, se reanudan los bombardeos a la guerrilla en su teatro de operaciones, la guerrilla se defiende y contraataca, los indígenas son asesinados por venganza y desplazados de su territorio ancestral.

Y la guerra, ama y señora, adquiere, o más espesa, la tonalidad de otros  tiempos; se enseñorea e intensifica el conflicto, escalamiento llaman los expertos; los militares retirados, que se jubilaron al amparo de la guerra, piden el reintegro al servicio activo para acabar, ahora sí, a la guerrilla; la esperanza “se ha fracturado”, dice Humberto de la Calle, jefe negociador del Gobierno, y…

Bueno, esto, la paz, que no debería ser un pasatiempo distractor de campaña electoral más, se vuelve una prolongada, aumentada y consentida matazón; la negociación, una comedia que deriva en tragedia para los colombianos, más para unos: soldados, guerrilleros, indígenas, que para otros; el conflicto, más vivo y ardiente que nunca, en posconflicto.

Y este, en cifras, números, estadísticas y partes económicos, todos muy positivos y emotivos, de cuanto crecerá el PIB en el posconflicto; en periplos alrededor del mundo OCDE, y el de más allá, anunciando el nirvana del posconflicto.

Solo que, el aguafiestas que no falta, el conflicto está ahí: inamovible, inmutable, impetuoso, inmóvil, inalterable; sigue ahí; duerme y se levanta con nosotros. Y cuando despertamos, como el dinosaurio, sigue ahí.

Y quien sabe hasta cuándo, porque cuanto se otea en el horizonte y por los vientos de guerra que asuelan los resguardos indígenas del Cauca y los que vienen, impregnados de salitre y yodo, de La Habana, no hay esperanza de atemperarlo siquiera. Y, con las posiciones que cada comando negociador asume, tanto allá, en La Habana, como acá, en el teatro de operaciones, es improbable que la sangre deje de correr o de contenerse un poco. O, diríase en otro estadio de nuestra historieta, reducirse a sus “justas proporciones”.

Que somos pesimistas acerca del buen pronóstico de la paz para ya, vaya y venga. Sí lo somos, porque esas son las señales que recibimos de parte de quien la asumió, el presidente Santos, como proyecto y programa de su ascenso al poder. Y no precisamente basándola en la derrota militar del enemigo, las Farc-EP, sino negociando, dando y recibiendo a cambio de ella; negociando acuerdos políticos que los aproximaran  al fin del conflicto, el armado en primer término, sin vencedores ni vencidos.

Y eso no se vislumbra ni está a la vuelta de La Habana, porque quien debería asumirlo con coraje, carácter y compromiso histórico, el presidente Santos, no se atreve. Ni va dar un paso de avanzada como el que Obama dio con Cuba.

Su temor a lo trascendental lo inhibe. Igual que su miedo a la oposición mezquina y cerrera de un reducido sector de las derechas colombianas, que saben infundirle temor mediático paralizante frente a la historia que lo reta y convida a ponerle fin a esta guerra de mierda que nos mata a todos.

Poeta
@CristoGarciaTap
[email protected]

 

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