Viendo a tantos expresidentes, exvicepresidentes y políticos que ahora supuestamente lamentan la situación del país, ofrecen soluciones y alternativas de transformación solo puede uno recordar un acontecimiento histórico: cuando la reina Aixa y su hijo perdieron el poder en Granada y fueron condenados al destierro, Boabdil sollozante volvió la mirada para ver a su pueblo por última vez y Aixa “la honesta” le dijo: “no llores como niño por aquello que no pudiste cuidar como hombre”. No sé si se puede encontrar otro pasaje en la historia que logre ejemplificar mejor el cinismo de algunos; aquellos a quienes considerábamos unos verdaderos cadáveres políticos, buscan el caos para lograr la revivisencia.
Ya Platón en el Fedro hace una diferenciación entre dialéctica, retórica y demagogia; ya cada ciudadano determinará de cuál opción ha de hacerse preso, pero las estadísticas enseñan que preferimos la última. Colombia es un país de demagogos que se acostumbraron a crear los problemas para venderse como soluciones, y nosotros los acolitamos en ese cometido.
Todos estamos acostumbrados a escuchar a ciertos aduladores que dicen representarnos; en los discursos nos hacen sentir a veces que de verdad les importamos; con razón decía un cuentista argentino que el que se deja adular está a un paso de ser dominado.
Parafraseando a Vallejo uno diría que esos políticos que han estado prendidos de la “ubre pública” toda la vida no pueden venderse como soluciones a contextos que ellos mismo ambientaron. En política hay algo que se conoce como el teorema de Cousediere: “la demagogia nace de los espacios que deja la mala gobernanza”. Con razón nos convencen tantos buenos demagogos de izquierdas y derechas.