He vuelto a mi ciudad natal, luego de siete largos años sin pisar su suelo. Mi primera impresión al salir del aeropuerto fue la de siempre: el encuentro con las caras alegres y dispuestas a servir de todos los empleados del aeropuerto, así como de los taxistas que se agolpan a la salida para rebuscarse el día, me recordaron que Colombia está llena de gentes trabajadoras que se ganan el pan con honestidad día tras día.
El carretillero del aeropuerto me recogió las maletas y al preguntarle cuánto me cobraría, me respondió con insistencia en que era voluntad del visitante, que ellos no tenían un sueldo y que sólo recibían la buena voluntad de cada persona.
Siempre me ha resultado injusto presenciar como una persona que se gasta todo el día de aquí para allá, recorriendo la seca y la meca, de vuelo en vuelo y de terminal el terminal, dependa de la buena voluntad del visitante que viaja en avión, así que le dejé algo que a mí no me significaba mucho esfuerzo laboral, pero que dejó a mi ayudante sorprendido y bendiciéndome ya que le alegre el día. Bendecido estaba yo de que el haya salido a ayudarme, pues traía tres maletas cargadas de suvenires para mi familia.
El taxista salió rápidamente del aeropuerto y quise ponerme el cinturón de seguridad, el cual no encontré disponible. Ante mi sorpresa, le increpe al taxista, ¿por qué no tenía los cinturones el vehículo? Su respuesta me dejo atónito: solo los asientos delanteros lo llevan y la mayoría de los pasajeros cartageneros se quejan de la incomodidad de los receptáculos que alojan los cabezales de los cinturones, así que es mejor no llevarlos.
Le pregunte si sabía que existen cláusulas de las aseguradoras de vehículos que implican la obligatoriedad de usar los cinturones, amén de las normas de seguridad vial, pero se limitó a decirme lacónicamente: estamos en la costa, aquí las leyes no se cumplen.
Guardé silencio y en mi fuero interno me limite a rogar que la distancia entre el aeropuerto y la casa de mis padres se hiciera corta. Sin embargo, el camino se me hizo largo y de paso me percate de la presencia incesante de los moto taxistas. Aquel enjambre de motos con conductores solitarios, o bien con dos y hasta tres pasajeros, me pareció una locura. No exagero cuando afirmo que la gran mayoría no conocen las normas mínimas de conducción.
Se atraviesan de un lado al otro de la carretera, sin poner ninguna señal de dirección, sin guardar la distancia mínima reglamentaria de un metro y medio entre la moto y los vehículos o entre estas y los viandantes, y lo peor, no pocas se trepan en zonas peatonales, mientras otras van en contra del sentido de la carretera, es decir, en sentido contrario, pero del lado del conductor y con las luces apagadas!!!
¿Qué vaina es esta? Pregunte en voz alta....y una vez más el taxista contesto con un aire de grandilocuencia, -no has visto nada, atrévete a meterte por la vía que va por la terminal de transportes y no querrás volver a pasar por ahí en tu vida-. Pensé para mis adentros, que yo no tendría nada que hacer por esos lares, pero, para desgracia mía, tuve que ir varias veces, pues una hermana mía, recientemente adquirió un apartamento por aquella zona de la ciudad.
La carrera que dura unos quince minutos, me pareció que tardó demasiado, por la cantidad de huecos y baches que presentan las carreteras de la ciudad, los trancones provocados por la cantidad de vehículos y el torpe ulular de las motos que se aparecen en todas las direcciones posibles, aun cuando la vía solo tiene dos sentidos, uno para ir y otro para venir.
El taxi, que no tenía mal aspecto exterior, estaba lleno de polvo por dentro y aunque estoy acostumbrado al calor, ya que nací en Cartagena, hubiese agradecido un poco de acondicionamiento ambiental, ante tanto polvo en las calles, tanta basura y tantos olores desagradables. Ya me dirán los lectores que olvide de dónde vengo y yo les diré, muy a mi pesar, ¿cuándo sacaremos los cartageneros el pie del barro?
La ciudad se ha llenado de edificios turísticos. La Avenida Santander, que lleva del aeropuerto al centro de la ciudad y a los otros sectores turísticos de elite, se ha ido llenando paulatinamente de edificios altos que solo pueden pagar nacionales y foráneos que más tienen. Pronto los habitantes de los barrios pobres ya no podrán contemplar las playas desde sus casuchas, porque esos rascacielos se interpondrán entre ellos y el mar. Me temo que igual pasará con aquellas zonas de la periferia de la ciudad que están cercanas al mar y a la bahía: sólo aquellos que puedan pagar por un pedazo de tierra que les permita la salida inmediata al mar, -al estilo de la Florida-, podrán soñar con tener un sitio de descanso frente al litoral cercano al aeropuerto.
El taxista me dejó frente a la casa de mis padres. De la alegría de ver a mi madre al verme bajarme del vehículo público de sorpresa, olvidé mi teléfono en el taxi. Tarde en la noche me acordé de mi móvil y recordé el último lugar donde lo dejé. En la mañana regresé al aeropuerto a preguntar por el. Dialogué con varios agentes en el aeropuerto y luego de una larga espera, uno de ellos me indicó que habían encontrado la placa del taxi a través de los sistemas de vigilancia y que ya lo habían contactado: -tienes suerte de haber usado el servicio de taxis del aeropuerto, porque si no, dalo por perdido-, me espetó el agente. Una hora después, apareció mi móvil sano y salvo, como si se nos fuera la vida en ello. Tuve que grabar un video para el personal que labora en la agencia de taxis, como evidencia de que me lo habían entregado, cosa que hice de muy buena gana, pues se agradece que exista un servicio como ese tratándose de un aparato que no suele retornar a manos de su dueño una vez se extravía en casi cualquier lugar de Colombia.
Pensé que el problema del tráfico que me encontré a mi llegaba a Cartagena se debía a un asunto de horario, ya que llegué tarde en la noche y los agentes que mantienen el orden en las carreteras no trabajan a esas horas, pero para mí desgracia y la de todos los que habitan esta ciudad, el problema se presenta prácticamente a cualquier hora del día, tanto así que no pocos de los amigos que aún conservo en esta ciudad, prefieren no usar sus automóviles a menos que sea estrictamente necesario y con tal de evitar perder el tiempo.
He tenido que recorrer la ciudad un par de veces desde la zona del centro, hasta llegar a barrios de la zona de la terminal, para constatar ante mi asombro, que por todos lados donde uno meta el ojo, la ciudad presenta el mismo flagelo: las motos y los demás usuarios motorizados hacen lo que se les viene en gana en las vías. Los semáforos son escasamente respetados, pero sobre todo por los moto taxistas sin importar la hora del día, y muy especialmente en las noches. Las señales de tráfico e indicadores de velocidad son un chiste y pocos, pero muy pocos usan los direccionales para indicar a los demás el sentido de la marcha a seguir.
Es más, dudo mucho que a los demás les importe un bledo si alguien indica hacia dónde va, pues las carreteras en Cartagena son una verdadera jungla en donde sólo se salva el más intrépido y el que más ojo tiene. Caminar por la calle en algunos sectores es un verdadero riesgo, pues las motos no respetan ni las zonas peatonales y como he dicho antes, algunas motos vienen incluso en el sentido opuesto de la carretera, ocupando el poco espacio que dejan los coches entre la vía y los peatones. Todos quieren atravesar la ciudad a como dé lugar sin importar por dónde haya que transitar o a quien se llevan de por medio.
Señales pintadas en las carreteras que prohíben adelantar debido a la poca visibilidad por la presencia de curvas o cualquier otro obstáculo, son ignoradas con una facilidad abrumadora. Señales de pare o ceda el paso, son atravesadas sin ningún discrimen o cuidado y sin tener en cuenta que ponen en riesgo la vida de muchas personas que utilizan dichos servicios.
Ante lo anterior no hago más que preguntarme: ¿dónde están las autoridades encargadas de que se hagan respetar las normas de tráfico y de seguridad vial en Cartagena? ¿Dónde está el/la directora(a) de Tránsito y Transporte? ¿Es este un cargo de libre nombramiento y remoción? Porque si lo es, es hora de cambiar a quien quiera que sea y poner a alguien que sepa lo que es meter en cintura a aquellos que no hacen más que arriesgar la vida de los ciudadanos al no cumplir las normas de tráfico, de seguridad vial y de tránsito.
Entiendo que las motos juegan un papel importante a la hora de conseguir evadir el problema vehicular en la ciudad, y llegar así a tiempo a cualquier cita o trabajo, pero eso no puede ser nunca óbice para convertir a la ciudad en un espacio del sálvese quien pueda, como en efecto lo está siendo ahora. Basta con colocar radares de velocidad y cámaras por toda la ciudad que vigilen el trafico las 24 horas del día, mientras los uniformados hacen retenes en donde se controlen tres asuntos que en mi opinión marcarían la diferencia: carnet de conducir, cobertura de seguro y condiciones físicas de los automóviles.
Con esas tres cositas, se puede detener la presencia de automotores innecesarios en las carreteras. Ya me dirán los comerciantes de motos y demás vehículos en la ciudad que esas políticas atentan contra los intereses financieros de sus empresas. Seguramente sí, pero ¿quién controla la presencia excesiva de autos y motos en la ciudad? ¿Qué intereses persiguen quienes venden estos vehículos más allá de llenarse los bolsillos? ¿Piensan en la ciudad y sus habitantes?
Motos, taxis, colectivos, buses, busetas, etc., si todos pagan sus impuestos de movilidad, ¿por qué ese dinero no se ve reflejado en la calidad de las carreteras de Cartagena? Si no lo están pagando, ¿por qué siguen circulando? ¿Dónde está el dinero que recibe la ciudad por movilidad vehicular, por permisos de circulación, por multas, etc? Demasiadas preguntas sin responder a una ciudad que crece hacia arriba y hacia el sur de forma descontrolada...
Si se quiere hacer de Cartagena una ciudad de cara al turismo, como me supongo las autoridades y los grupos de intereses la proyectan, se tiene que pensar en las carreteras y en los vehículos y usuarios que la transitan. Cartagena recibe miles de millones cada año como resultado del turismo.
No tiene sentido que presente un aspecto sucio y abandonado que solo cambia cuando el turista abandona el transporte y se adentra en los lujos que proporcionan los edificios de puertas para adentro. De puertas hacia afuera, el desorden, el caos, las basuras, la prostitución y las drogas hacen su agosto al caer el sol.
Al amanecer, la otra Cartagena, la que sólo habita la ciudad popular y que no es dueña de nada, sale a trabajar en medio del caos vehicular, para hacer grande a esa otra ciudad ajena, la del turismo. Si se piensa en el turismo, lo cual está bien, también es necesario pensar en la gran mayoría de los y las habitantes de la ciudad, pues son estos los y las que contribuyen con su esfuerzo a hacer de la ciudad un centro de atracción nacional e internacional.
Vuelvo a mi destino actual, preguntándome cuando sentirá el cartagenero que su ciudad les pertenece realmente, que el progreso en la ciudad no significa construir cada vez más rascacielos y que vengan más gentes desde otros lugares lejanos a conocerla, sino que hay que asumir la ciudad, pensarla como algo vivo, que nos integra a todos, si a todos!