Es bien sabido que lo que hoy conocemos como América es muy distinto a lo que fue esta tierra antes de la llegada de los europeos, y su posterior colonización -por no llamarlo sometimiento- Era una región en la que habitaban y coexistían distintos grupos y civilizaciones con normas y costumbres establecidas que conformaban una organización social. Europa, pero aún más específicamente la península ibérica, había estado bajo el dominio árabe durante ocho siglos. Tan solo unos meses antes del descubrimiento de América, el 12 de octubre de 1492, los Reyes Católicos, Fernando e Isabel, reconquistaron España en Granada (última ciudad bajo el control del sultán Boabdil) el 2 de enero del mismo 1492.
Los indios poseían gran sabiduría, en sus sociedades había importantes diferencias con Europa, como el manejo forestal, proyectos urbanos, de ingeniería y modos de vida mucho más sostenibles, contaban con gobiernos de consenso, más igualdad de género, derechos para la mujer y participación de ella dentro de la política, religión, economía y vida en sociedad. La comunidad era solidaria y redistributiva, solían ayudarse y cuidarse los unos a los otros, por lo que no hay registros de pobreza extrema. Cabe resaltar que las sociedades prehispánicas eran mucho más respetuosas con la diversidad sexual, ya que se encontraba más normalizada.
Esteban Mira Caballos, historiador y escritor, menciona que América y Europa “llevaban su propia evolución histórica y en muchos casos quedó cortada en seco por la llegada de los europeos”
La conquista de América marcó un giro en la historia mundial, por ende transformó todo lo que existía en el continente americano. Muy diferente a como lo recuerdan los europeos, para los americanos lo que sucedió fue violencia, abusos, genocidios, esclavitud, dolor e imposición. Todo valiéndose en nombre de la razón, de lo correcto -¿correcto para quién?, ¿según quién?- destruyeron todo lo que las comunidades propias del territorio conocían, coartando así su propio desarrollo y progreso natural. Haciéndoles creer que lo que les traían era la única verdad absoluta, por lo tanto, debían aceptarlo a como diera lugar y agradecer los agravios causados por su supuesta justa causa.
¿Qué tal sería América hoy en día si lo que sucedió a partir del 12 de octubre hubiese sido un encuentro, un concilio? ¿Qué tanto hubiesen aprendido los europeos de los indígenas y los indígenas de los europeos para edificar ambas sociedades? Quizás mujeres más empoderadas ocupando roles importantes en la sociedad actual, en donde se respetara la diversidad sexual, racial y cultural, personas inmersas en la política de manera justa, equitativa y participativa, poliglotas, con grandes urbes y un gran comercio con todo tipo de intercambios, de manera terrestre y acuática. Imaginar que hubiese existido cooperación entre Europa, África y América en aquellas épocas no es más que un sueño, una utopía, una fantasía para muchos. La realidad es que América es lo que es en gran parte por lo que Europa hizo de ella. Sin una enmienda, ni un perdón. No asumir su responsabilidad, reconocer lo desastroso que fue para este territorio la masacre llamada: Colonización de América. Aquella que no para de taladrar, aun después de tantos siglos, hasta lo más profundo en la concepción de que no somos tan desarrollados como ellos, los europeos. No dejamos de ser los otros, “el tercer mundo”, “los inferiores”. Que lejos estamos de ser poco, somos mucho, somos todo, resistencia, valentía, esfuerzo, creatividad, construimos en lo que se cree que está destruido. América Latina apenas está redescubriéndose, aceptándose, despertando del eurocentrismo y pasando a ser cada día un poco más parte de la trans-modernidad.