Sigo con atención el comportamiento del entorno de los negocios en Colombia y, en general, en Latinoamérica. Una de las tareas más importantes y por la que me consultan, especialmente desde el inicio de este gobierno, es sobre el comportamiento de la tasa de cambio y la percepción de riesgo e incertidumbre.
He aprendido observando la Tasa Representativa del Mercado, que se comporta, más que de manera histórica, de forma “histérica”, especialmente en este gobierno que nos sorprende cada día con un nuevo sobresalto y un ejercicio oratorio que, como se ha señalado, insiste en mantener el discurso “ventijuliero” como si aún estuviese de candidato.
Desde el 2022 y cuando ocurrió la infame invasión a Ucrania, su comportamiento con la lente del “coeficiente de histeria” que muestra su variación ante eventos externos o internos y, desde la 1ª vuelta, es evidente que la TRM es difícilmente predecible e histéricamente reactiva. Se comporta de modo diferente a lo que sucede con las Bolsas Internacionales de Valores: se mueven según realidades del crecimiento de la economía, el empleo, la inflación, las tasas de interés, el comercio exterior, las reservas internacionales, el tamaño de la deuda externa y hechos geopolíticos de alto impacto.
La Bolsa de Valores de Colombia como decimos en el Valle no es más que una “chuspita” de 66 empresas a la que han llegado solo 16 acciones en los últimos 10 años (La República, 31 agosto/23) y, como supimos en medio de escándalos, se manipula por intereses de “cuello blanco”, por supuesto, en desmedro de quienes adquieren estos activos y están fuera de ese círculo privilegiado.
Estos datos de poco más de 25 meses evidencian varios hechos: la tasa de cambio se disparó cuando ocurrió el resultado de la 1ª vuelta, luego con el anuncio del primer gabinete ministerial y se elevó muchísimo cuando Petro anunció que salían los ministros “conflictivos”, 4 del Pacto Histórico y 3 con una trayectoria probada en sus carteras. Encontramos más tarde el pico de variación más alto cuando anuncian el 29 de julio de 2023, la captura de Nicolás Petro y Day Vásquez y el 2º más notable el 7 de octubre, con el infame ataque de Hamás y el silencio cómplice del Presidente con el terrorismo y más levemente con la muerte de Piedad Córdoba y la destitución del Canciller.
Como ya nos acostumbramos a esta “montaña rusa” que combina actos que sorprenden positivamente, con los mesiánicos, histéricos y narcisistas, la variabilidad ya no es muy alta y se consolida una tendencia de estabilidad de la tasa de cambio alrededor de $ 4.000. Nuestra inútil “bola de cristal” basada en sus inductores objetivos: precio de hidrocarburos, reservas internacionales, comercio exterior, tasa de la FED, etc., ha estado errada entre $ 600 y $ 1.000 en medio de la histeria colectiva y se ha estabilizado cuando los contrapesos institucionales operan moderando las pretensiones de cambios que amenazan el futuro del país.
¿Pronósticos? Ni loco que fuera para darlo, pero es evidente que, al verse obligado a consensuar decisiones o a enfrentar a las altas Cortes y/o el Senado, en lo que queda del gobierno tendremos una tasa de cambio menos histérica y más cercana a sus tendencias históricas e inductores, pero lamentablemente en medio de una alta incertidumbre que ha frenado el crecimiento, con una inflación y tasa de desempleo de las peores de la región, la profunda reducción del ahorro y la inversión, “adobada” con las consecuencias de la irrealizable “Paz Total”.
La consecuencia es que caeremos en una estanflación (estancamiento más inflación) a menos que regrese la sensatez: una cosa es el diagnóstico de inequidad detrás de la crisis social y la necesidad de cambio y otra, la terquedad de una gestión errática que lo que hace es empeorarnos a todos.