La Resolución 627 de 2006 del Ministerio ambiente, vivienda y desarrollo territorial establece los estándares máximos permisibles de niveles de emisión de ruido expresados en decibeles (db) para las diferentes zonas de las ciudades. Por ejemplo, indica que en zonas residenciales el nivel máximo es 65 db en el día; en zonas aledañas a hospitales, bibliotecas y hogares geriátricos es 55 db en el día; en zonas con usos permitidos comerciales con talleres, centros comerciales, gimnasios, entre otros, se permite hasta 70 db en el día. Obviamente, las restricciones son mayores en la noche, es decir los niveles máximos de decibeles permitidos son menores.
A pesar de lo que dice esta resolución, ya sabemos cómo es Colombia donde prácticamente todas las leyes se incumplen y se vive sometido a la "ley del más fuerte". Entonces, no se hace raro que estudios como los realizados por Acevedo-Buitrago y colaboradores, en 2020, sobre áreas aledañas a dos clínicas, una en el occidente y otra en el norte de Bogotá, evidenciaran incumplimientos notorios, con valores mayores a 70 db, teniendo picos de 127,4 db entre las 6 y 7 p.m. Otros estudios han encontrado valores de 75 db en el occidente en horas de la noche.
No hablo de ruido industrial, porque ese es tema de salud ocupacional, sino del ruido ambiental, el que nos vemos obligados a soportar en las grandes ciudades por efecto de la actividad humana cotidiana. Es un tema de salud mental que nos afecta a todos. No podemos ocultarnos ciento por ciento de sus efectos. Efectos directos cuando el ruido es de alta intensidad y corta a media duración. Efectos indirectos por la exposición prolongada a niveles medios a altos, como es lo que está ocurriendo cada vez con mayor frecuencia.
Y ¿cuáles son esos efectos? En cuanto a los secundarios, o causados por la acción indirecta están: ansiedad, depresión, insomnio, estrés, cansancio, disminución de la capacidad inmunitaria e, incluso, aumento de riesgo de padecer problemas cardíacos.
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Todo esto es disminución de la calidad de vida, del bienestar ciudadano. Y si se quiere, hasta de la productividad laboral, porque un trabajador que no duerme bien o que está estresado no va a producir lo esperado.
Lo han venido demostrando diferentes estudios como el de Luis Hernández Montes en su tesis de maestría sobre epidemiología el año pasado en la Universidad CES de Medellín; o el de Zamorano y colaboradores en ciudad México, en 2019 en el que encontraron asociación entre altos niveles de ruido por tráfico vehicular y el rendimiento laboral por falta de sueño; o el de Barragán y Pilay en Lima, en 2022, sobre la percepción de afectaciones en la calidad de vida y la salud de la generación Z; o el de Münzel et al., en 2021, que, no solamente evidenció asociaciones del ruido por tráfico vehicular y problemas cardíacos, sino también evaluó deterioro genético, estrés oxidativo y desajustes metabólicos. Esto es una pequeña muestra de la inmensa cantidad de evidencia científica en todas partes del mundo que refrenda la necesidad de implementar controles estrictos y más frecuentes sobre la contaminación por ruido en nuestras ciudades.
No es un problema menor. Es hora que se tomen medidas urgentes y efectivas o si no la crisis climática será poco significativa comparada con las consecuencias gravísimas sobre la vida humana que traerá esta pandemia del ruido.
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