Es letal. Ha arrasado poblaciones enteras a lo largo y ancho de tres continentes. El mortal virus de la burbuja no distingue entre hombres y mujeres, ataca personas de todas las edades, y germina en todos los climas.
Curiosamente, esta malévola infección despliega sus tentáculos principalmente en centros urbanos. Allí, donde los seres humanos han decidido aglomerarse, encontrarse, juntarse. Allí, donde el larguísimo proceso de desarrollo humano ha concluido que deben establecerse los centros de acceso a servicios, educación, entretenimiento, trabajo; donde supuestamente se dan las condiciones propicias para disparar la creatividad, estimular la innovación, y garantizar que la inteligencia colectiva encuentre caminos hacia la sostenibilidad de la especie.
El virus ataca allí, porque con frecuencia encuentra cuerpos absolutamente vacíos de anticuerpos protectores. Estos espacios urbanos son fácilmente bombardeados por eficaz propaganda a través de cuanto canal existe; logrando desdibujar la realidad. Estos lugares se prestan para debatir, soñar y justificar con base en el “qué dirán”; logrando anteponer siempre el fantástico yo egocéntrico, por delante del aburridor bien colectivo.
Las personas que contraen el virus, empiezan a mostrar síntomas preocupantes. Vuelven a hacer cosas que eran normales y aceptables en el siglo pasado: tratar a los seres humanos de manera diferente, de acuerdo a su color de piel, a su preferencia sexual, a su lugar de origen, o según el colegio donde estudiaron. Conducir absolutamente solos —esos carros gigantescos tipo “burbuja”,con capacidad para siete personas, dos perros y un racimo de plátanos— a través de las pequeñas calles de los barrios residenciales; espantando chiquitos, aturdiendo pájaros, y parqueando en andenes, cebras y jardines.
Estos infortunados enfermos son fáciles de reconocer, en sociedades que se rigen por el intangible y etéreo dinero. Sus actividades y prioridades se miden de acuerdo al tamaño de su burbuja: construyen edificios grandes y lujosos, que empiezan y terminan donde se guardan sus burbujas. Respiran solo el aire sintético que ofrece la falsa seguridad de la burbuja. Tumban naturaleza, destruyen patrimonio arquitectónico de forma tal que no estorbe el camino de sus burbujas. Sufren de una falsa percepción del tiempo; para ellos todo debe ser ¡ya!, nunca deben tener por qué hacer fila, y la velocidad es siempre más importante que el disfrute.
Aunque usted no lo crea, los contagiados no son solamente los ciudadanos. Nuestros ejemplos a seguir, nuestros modelos de éxito profesional, nuestros honorables gobernantes han sido contagiados por el virus, y ya se cuentan por los millones. Sus burbujas les permiten demostrar su (falso) poder, y aunque frecuentemente no tienen suficiente dinero para pagar la gasolina de sus inmensos tanques, siempre tienen dinero para pagar costosos asesores extranjeros, en sus modestas campañas.
¡Abra los ojos! Estos personajes saben con exactitud el precio del dólar, pero les tiene sin cuidado el impacto ambiental que generan sus acciones diarias. Conocen muy bien donde comprar la ropa de moda al precio más bajo, mientras les importa cinco reusar, compartir o reciclar. Devoran animales con gusto, siempre que vengan acompañados por una salsa en polvo de paquete con elegante nombre extranjero, pero no les genera ningún interés conocer la procedencia y procesos de producción de sus frutas y vegetales.
Además, desarrollan teorías ridículas sobre la movilidad. Juran que todo se soluciona construyendo más autopistas gigantescas para sus burbujas. No caminan, no montan en bicicleta; quienes sufren del mal de la burbuja, no pueden hacer ningún tipo de ejercicio en el espacio público, o sino ¿qué dirán? De manera sistemática, y al estar sentados en la mitad de una vía atascada, estos infectados siempre se expresarán enfáticamente en contra de quienes han causado el trancón: los otros conductores de los otros carros.
¡Revise a sus seres queridos! Si exhiben síntomas similares, sáquelos como sea de ese círculo vicioso. Si usted se empieza a sentir atraído por el olor de la burbuja, aléjese lentamente; el hoyo negro chupa con fuerza.