Hace unos meses escribí sobre quién ensucia a Bogotá, para hacer ver nuestra falta de inteligencia social, nuestra falta de pertenencia, nuestro Alzheimer ciudadano cuando de cuidar a Bogotá se trata. Para escribir aquella columna, visitamos varios puntos de la ciudad y logramos ver lo que todos vemos cotidianamente, hombres vestidos de suciedad y abandono que, sin miedo, se meten de cabeza en los containeres de basura, a veces para dormir allí, a veces para buscar algo que pueda permitirles comprar un poquito más de tiempo para huir del hambre o del frío.
Como todos hemos visto cuando vamos a casa por calor de hogar, vimos cómo ellos, esos hombres y mujeres, meten sus manos sin ninguna protección en las bolsas de basura que se encuentran en la calle y no le temen a untarse de nuestras inmundicias. Vimos cómo exploran sin prudencia los desperdicios de nuestras familias y de los comercios para poder marcharse velozmente a vender por monedas, el material que una vez obtenido, deja una estela de desorden por las calles de la ciudad; y los entiendo, ellos corren contra el tiempo para encontrar primero el material y así mismo llegar rápido a venderlo, para volver a salir y buscar más.
Ellos van y vienen por doquier, pululan por la ciudad destapando canecas y pescando entre los desechos, para todos, seguramente por la indolencia, seguramente por la rutina, se volvieron invisibles. La verdad es que algunos son agresivos, otros parecen zombis, unos son habitantes de calle, hay adictos y hay una buena cantidad de migrantes que compiten con otros recicladores colombianos, pero todos ellos, suman alrededor de 25.000 seres humanos que buscan sobrevivir en esta ciudad.
Impresionado por ver a hombres y mujeres dormir dentro de esas carretas llenas de plásticos, acomodados haciendo un cambuche, orillados en cualquier rincón indolente de la ciudad, me atreví a hablar con uno de ellos. Bueno, la verdad es que él me reclamaba porque trataba de tomarle una foto a una pareja que dormía entre la carreta en un parque público al frente a la central de Abastos. Él me requería por no respetar la intimidad de los durmientes y yo absolutamente avergonzado empecé a hablarle para poder entender más sobre su modus vivendi.
John Cortés, así se llama aquel hombre que me regañaba por mi imprudencia; me empezó a contar poco a poco, cuando le ofrecí disculpas y logré conectarme con su ser, que es padre cabeza de familia de dos niños de 5 y 6 años, que vive en la parte alta de ciudad Bolívar y que paga doscientos mil pesos mensuales de arriendo, doscientos mil más a una vecina para que le cuide el niño, porque a la niña se la cuidan sus padres que ya son adultos mayores.
A medida que John me hablaba y me contaba que su esposa lo dejó por este cruel trabajo de reciclar y que no le da tiempo para vivir y mucho menos para cuidar su familia, empecé a sentir mucha tristeza y compasión. Es que él dura cuatro días a la semana fuera de su casa durmiendo entre la carreta, entre la inclemencia de la calle, sus necesidades básicas engañadas y la inseguridad citadina. John es delgado, casi revelando una desnutrición cercana, no tiene EPS, no está afiliado a una administradora de riesgos profesionales, no tiene acceso a créditos para vivienda, educación y jamás ha salido de vacaciones con sus hijitos.
John baja de su barrio el lunes dejando a sus pequeños y solo regresa a su casa hasta el viernes, pero no es porque sea adicto, mal padre o mujeriego; él no vuelve a su casa así le arda el corazón y el alma, porque no puede volver caminando todas las noches hasta su casa con su carreta y, además, porque debe cuidar el material conseguido en la jornada nocturna que solo puede venderse cuando abren las “chatarrerías” o las ECAS (Estaciones de Clasificación y aprovechamiento) en la mañana.
John gana menos de la mitad de un salario mínimo, aunque él inocentemente me aseguró que “entre 500 o 600” eran un poquito más de la mitad de un mínimo, trabaja sin dotación, no tiene prima de junio ni de diciembre y lo peor, trabaja sintiéndose muchas veces solo, sintiendo que este gobierno ni el pasado hacen algo para ayudarlo a salir de la trampa de pobreza en la que se encuentra.
Él, a través de estas palabras, quiere enviar un mensaje al presidente Petro. Porque es que John es un nadie, no un liberto; envía un mensaje para el alcalde Galán porque ese padre cabeza de familia hace parte del esquema de aseo de Bogotá y actualmente los recicladores se encuentran abandonados; también envía un mensaje fuerte y claro al señor superintendente de Servicios Públicos Domiciliarios Dagoberto Quiroga, porque es que John, es un aguerrido defensor del planeta que no recibe una retribución justa por su trabajo, a pesar de que la pagamos en el servicio público de aseo. El mensaje para todos es: “Para mí la basura es como el petróleo, pero los que se lucran, son otros…”
“Para mí la basura es como el petróleo, pero los que se lucran, son otros…”
Y es que sin querer sonar peyorativo o tratar de insultar a los recicladores, todo lo contrario; ellos, la fuerza de primera línea de la economía circular u operarios de aprovechamiento, parecen esclavos. Trabajan sin ninguna dignidad, con horarios de trabajo desbordados, para ellos no hay derechos humanos ni laborales, trabajan por migajas, por miserias que apenas les permite sobrevivir y los que se lucran de esa tragedia humana, son otros que parecieran esclavistas.
Esos otros u otra, a los que se refiere John, señor superintendente, son “líderes” de asociaciones que no andan durmiendo entre las carretas ni dejando sus hijitos solos. Aquellos tienen carros de élite, tienen negocios y bodegas, visten con ropa de marca y hasta andan con abogado. Usted sabrá identificarlos para que los investigue, sobre todo, porque según la ley, esas asociaciones hoy ya deberían ser empresas de servicios públicos que ministren dignidad y no asociaciones que vivan de esa esclavitud moderna.
Para John esto de reciclar, es un trabajo “berraco” pero también es un trabajo “bonito” señor alcalde; por eso sería importante que cualquiera no pueda convertirse en reciclador huyendo de la trampa de pobreza. Tal vez, el Sena pueda ayudar a capacitarlos, tal vez, puedan organizarse hogares de paso que les den dignidad cuando ellos están limpiando la ciudad; tal vez puedan censarse y organizarse en áreas de servicio exclusivo, tal vez pueda prohibirse que particulares organizados o empresarios les arrebaten el material antes que lo puedan reciclar, incluso, tal vez, puedan ellos soñar con tener derechos laborales, un poco de humanidad y libertad de la miseria, tal vez.
Sabemos que no es su culpa señor alcalde y señores del Concejo de Bogotá, especialmente le hablo a Juan Daniel Oviedo. Porque ahora que inician sus mandatos, sería muy bueno que sepan que en este momento hay más de sesenta mil millones de pesos destinados en un fondo llamado VIAT, para hacer proyectos de aprovechamiento; pero acceder a ese fondo es sumamente difícil. Es así como esos recursos que podrían ayudar, seguirán estáticos y creciendo sin parar, mientras los esclavistas se llenan los bolsillos y los miles de hombres como John, todos los días se acuestan y se levantan con sus generaciones, en esa voraz trampa de pobreza.
Por favor haga algo por ellos presidente Petro, ha pasado un año y medio de su gobierno y John aún no ha visto el cambio. La situación de los recicladores es muy crítica, es una emergencia, hay que liberarlos de la miseria. ¿Cuándo y quién lo hará?
@hombreJurista