Cuando conocí a mi amigo Luis Altamar en medio de una campaña política, nunca llegué a imaginarme que detrás de su intelectualidad, seriedad y metodicidad para abordar los asuntos, se pudiese albergar un legado cultural por parte de su familia vinculado al Carnaval de Barranquilla que este año cumple las cuatro décadas.
Compartir con ellos, me abrió las puertas para conocer los agites de su mamá Isabel Muñoz por brindar un buen espectáculo a través de su comparsa, las Negritas Puloy del barrio Montecristo, también conocí la sonrisa brillante de su hermana Luzzany y cómo olvidar el corazón siempre afable de Marta Muñoz, todas ellas siempre dispuestas a no dejarse vencer por los tropiezos que se tiene cuando se trabaja con las uñas.
Esta semana en una entrevista de un medio local, me sorprendió ver una publicación que no solo destacaba los años de esfuerzo y dedicación a una tradición familiar y cultural que ya hace parte del mismo Carnaval de Barranquilla, también dejaba en evidencia una triste noticia, no participarían del desfile principal, la batalla de flores de este 2024 como tradicionalmente ha venido ocurriendo años tras año.
Al parecer la causa de esta ausencia, es no haber ganado un premio, el Congo de Oro el año inmediatamente anterior, el cual es algo así como el pase para participar dentro del evento cultural para el siguiente año.
Me llenó de asombro que un grupo folclórico tradicional, que tiene un mensaje intrínseco de empoderamiento femenino, con un amplio reconocimiento, que ha sido objeto de premiaciones a través de los años, se les apartara de una manera, a mi juicio, bastante excluyente y poco agradecido con el aporte cultural que la señora Isabel y Martha Muñoz le han dejado a la historia del Carnaval de Barranquilla con las Negritas Puloy.
Es una afrenta a la cultura, es un desconocimiento por los verdaderos hacederos del carnaval, es un desprecio por el esfuerzo y el amor que estas personas como las señoras Muñoz, han impregnado año tras año para ofrendarle a esta ciudad un legado de alegría, diversión, baile y sobre todo, respeto por la mujer.
Dentro de mis remembranzas de infancia, recuerdo que mi diversión al asistir a estos eventos cuando me llevaban mis padres, era ver todo ese mar de disfraces y grupos folclóricos que desfilaban ante las miradas de propios y extraños al son de los tambores y la música, si entonces hoy despreciamos todas esas apropiaciones culturales, qué le va quedando a la esencia del Carnaval de Barranquilla.
Lo bonito de esta festividad, reconocida por la Unesco como Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad, es que brinda los espacios para que la gente pueda expresarse, es una convocatoria a que la diversidad se haga presente, sin embargo, así como vamos, permitiendo que desplacen a quienes son la esencia del carnaval para darle espacio a personas que buscan vitrina, cabría preguntarnos en qué tipo de festividad estamos participando, si la de la farándula, las marcas y el comercio, o la de la tradición de nuestra cultura caribeña.
Desde esta primera columna de este año, les pido que abracemos y respaldemos a nuestros grupos folclóricos tradicionales, lo tienen más que ganado, se lo merecen, porque gracias a ellos el Carnaval de Barranquilla tiene el reconocimiento mundial que hoy ostenta.
* Desde estas líneas hago un reconocimiento al esfuerzo y dedicación a las Negritas Puloy de Montecristo en el Carnaval de Barranquilla; las que fueron, las que son y las que serán por siempre, un símbolo de nuestras tradiciones.