Casi todos los días me pregunto con impaciencia porqué no he escrito un artículo bien hecho sobre un hecho bochornoso de la cultura de nuestro país. No me puedo escudar en la excusa de muchos de que no sé escribir como escritor profesional ni periodista ni creador de opinión pública sino apenas un ciudadano más del número de personas sin voz, una personita y nada más.
Siempre he creído que Colombia es un Estado Social de Derecho que se funda en el respeto de la dignidad humana y que garantiza a toda persona la libertad de expresar y difundir su pensamiento y opiniones. Sin embargo, la vida colombiana contradice el espíritu de la Norma de Normas que debe orientar nuestras actuaciones.
Mucho se ha dicho y con mucha autoridad sobre la corrupción que impera en nuestra sociedad, de modo que no creo que tenga nada nuevo, interesante o serio para escribir sobre este asunto. Me preocupa sí, como me preocupan los problemas graves y serios que vive nuestro país.
La lacra social de la que quiero llamar la atención hoy es a las actuaciones cotidianas de faltarles al respeto a las personas con quienes uno no está de acuerdo.
Me parece carente de solidez el argumento de usar palabras obscenas para referirse a quien no nos cae bien. No es un argumento, simplemente. Es demostración de ignorancia y de conciencia social.
Quisiera dar unos ejemplos para ver si me hago entender. Por ejemplo, no estoy de acuerdo con el presidente Juan Manuel Santos en muchos puntos de su actuar político. Como ciudadano responsable, es mi obligación argumentar con razones, hechos, datos y evidencias que lo que plantea el presidente no corresponde a las necesidades ni a los intereses del pueblo colombiano sino que obedece a otros intereses. Nada más. Es decir, estoy en contra de las ideas del presidente, dentro del más sano respeto sin ofender su dignidad como persona.
No estoy de acuerdo con el senador que manipula a su colega para que no le dé papaya al senador Robledo. Estoy en contra de su actuación, pero no en contra de su dignidad personal. Ni siquiera uso el lenguaje que él utiliza porque es una falta de respeto conmigo mismo.
No estoy de acuerdo con las actuaciones políticas de la Ministra de Educación, pero respeto su dignidad personal. Y así con todas las personas.
Y es que esto de respetar la dignidad de las personas es una actitud no solo civilista sino también de supervivencia. ¡Cuántos compatriotas no han perdido la vida por una palabra soez en contra de un rival más fuerte, más rápido o más furioso!
Esa expresión cultural con la que me siento frustrado, impaciente y a la vez lleno de valor para escribir en contra de ella, se llama intolerancia. Fue por intolerancia que en días pasados un hombre lanzó a otro a la muerte en Transmilenio. Es por intolerancia que Fernando Vallejo despotrica contra todo el mundo. Es por intolerancia que medio país matonea al otro medio y será por intolerancia que el postconflicto se convertirá en una quimera, una utopía, una farsa.
Algunas personas con las que he tratado este tema me dicen que es necesario hacerse respetar y, con esa falacia, se asientan en sus necias actitudes de intolerancia. Otras personas me dicen que la intolerancia, el matoneo, la falta de respeto a los demás es un problemita, una cosita al lado de los monstruos que hoy tenemos en el país, como la corrupción, la inseguridad, la delincuencia, la ignorancia, la falta de oportunidades, el desempleo, los impuestos y todo lo demás.
¿Será utópico pensar en que uno puede tratar a los demás de la misma manera que uno quiere que ellos lo traten a uno? Yo quiero ser tratado con respeto, con decencia, con tolerancia, con argumentos. No necesito que la gente esté de acuerdo conmigo pero creo que vale la pena pensar cómo vamos a actuar después de que se acallen los fusiles.