En medio del proceso evolutivo de los humanos y para vivir en una sociedad hemos
tenido que aprender a cumplir con ciertos cánones, formalidades y maneras de
relacionamiento, que aunque en ciertas ocasiones me parecen exageradas, ayudan
a que la convivencia humana se lleve en los mejores términos.
Pero, con todos los cambios que ha traído esta nueva era, un nuevo discurso
infinitamente exacerbante se ha posicionado, acompañado de una forma de ser y
habitar el mundo que reduce todo a “la actitud”.
Este tipo de formas impuestas tan claras en las redes sociales, son propagadas con
videos de autoayuda que difunden aquel mensaje que achaca el origen de los
problemas de la vida privada, laboral, comunitarios, etc, a esa presunta “falta de
actitud”, bombardeando a las personas y moldeando la idea de que son ellos
quienes tienen toda la culpa de lo que les acontece.
Con fuerza se obliga a los consumidores del mensaje a dejar de lado las
“emociones negativas” para entrar en sintonía con este argumento vacío, mientras
se le prohíbe lentamente que muestre y ponga de manifiesto su inconformismo con
lo que le molesta, lo injusto, lo que en el caso de muchas sociedades sólo beneficia a unos pocos sobre el dolor y sufrimiento de muchos otros.
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Con la imposición del positivismo absurdo quedan relegadas las responsabilidades
de terceros en situaciones de toda índole, y peor aún son muchos los que creen que
todo, absolutamente todo lo que les sucede es por su “actitud frente a la vida”.
Un discurso así llega a ser peligroso cuando se le separa al ser humano de su
capacidad de sentir, sobre todo cuando ese sentir es señalado como: “poco
positivo”.
Es así como en el trasegar de la vida nos vamos encontrando con frases de este
tipo: ¿Te molesta una situación injusta en tu trabajo? No lo manifiestes ¿Te sientes
agotado por el ritmo de vida que llevas? No lo digas ¿Consideras injustas ciertas
situaciones? Calla lo que piensas.
Con esto no quiero decir que cuando alguien siente enojo por algo deba ser
agresivo o afectar a terceros, pero sí que me preocupa que estemos viendo como
se prohíbe con más fuerza manifestar lo que se siente.
En un afán por dar soluciones rápidas, e ineficaces cuando las situaciones de
muchos son tan complejas que desbordan el alma y salen a flote, bajo el gran lema
potencializador de ese positivismo absurdo relucen las palabras vacías que ponen
de nuevo en la raíz del problema este discurso:
“Si pones actitud sales de esta”, “te sientes enojada porque te faltó una mejor actitud”, “es que si tuvieras más actitud” todo con el afán de reducir, y de desligarse del sentir del otro para estar en un confortable mundo donde sólo vale el “yo”.
Que fácil resulta propagar esta falaz idea de que con los pensamientos se puede
cambiar todo, es más y por qué no decirlo ¡sería espléndido! Pero el mundo real
llega de frente y sin titubeos de nada, y la realidad demuestra que todo no se limita
al “poder de la mente”.
Para finalizar, es importante mencionar que no niego que los pensamientos sean
importantes para cambiar realidades, pero no son suficientes, menos cuando tantos
viven bajo condiciones tan complejas a nivel social, económico y político en todo el mundo.
Pero, lo que sí observo es que este positivismo absurdo usado como un pañuelo de
agua tibia para ocultar situaciones de injusticia, sólo deja, como es costumbre, en el
aire la responsabilidad que tienen las condiciones del medio que se habita en las situaciones de cada uno.
