La Casa Arana donde murieron miles de indígenas por los caucheros hoy es un colegio que se cae a pedazos

La Casa Arana donde murieron miles de indígenas por los caucheros hoy es un colegio que se cae a pedazos

Rescatada en el Gobierno de César Gaviria, pero abandonada desde entonces. 360 indígenas asisten a clases sin luz ni agua ni internet. La comunidad lo mantiene

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enero 25, 2024
La Casa Arana donde murieron miles de indígenas por los caucheros hoy es un colegio que se cae a pedazos

Son cerca de trescientos niños de las etnias Okaina, Maine y Huitoto quien surcan el serpentoso río Igara Paraná para llegar cada día a recibir una clase en la Institución educativa Casa de Conocimiento que funciona desde 1994. Gracias a la gestión de la primera dama de entonces, Ana Milena Muñoz de Gavirira se rescató la edificación y se realizaron las únicas mejoras que se han hecho desde entonces para adecuarlo como colegio donde asisten 360 niños indígenas. Funciona sin agua, ni electricidad, ni internet, ni baños ni cocina a pesar de albergar algunos niños cuyas familias están en lugares apartados en la selva amazónica.

La mayoría viven en La Chorrera, un pueblo que hoy tiene 3.878 habitantes y que fue el epicentro, en su momento, del furor del caucho. Los muchachos saben que, dónde está el colegio, en esa casa construida en 1881, se erigió la compañía cauchera que propicio trabajos forzados y que su crueldad llevó a que 30 mil indígenas murieran en la Compañía cauchera del peruano Julio Cesar Arana que operaba en los límites de Perú y Colombia.

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César Gaviria y Ana Milena Muñoz en el Amazonas

La Ministra de la cultura Paula Moreno en el gobierno de Álvaro Uribe declaró en 2008 la edificación, el lugar donde los caucheros sembraron el horror, bien de interés cultural. Fue la respuesta a un proceso que iniciaron la Asociación Zonal de Cabildos y Autoridades Tradicionales de La Chorrera (Azicatch) y con esta decisión se ha intentado darle un nuevo significado y se busca que la recuperación de este símbolo del horror de los caucheros forme parte de la celebración de los cien años de publicación de La Voragine, la magistral novela de José Eustasio Rivera que recrea ese aterrador mundo.

Hay un salón, por ejemplo, al que llaman La Bodega. Allí, por orden del dueño de la compañía cauchera, el temible senador peruano Julio César Arana del Águila, encerraban a los indios que no podían traer el caucho que les pedían. Hace unos años el periodista Alberto Medina del Canal Caracol realizó un recorrido del lugar, ya vuelto colegio, y esto fue lo que encontró.  

Una terrible historia en el corazón del Amazonas

Alrededor de este lugar del Amazonas, un enclave con el Perú, son muchas las historias que se tejen. Se cuenta de un árbol llamado Hevea de donde se sacaron miles de litros de caucho con el que se consolidó la modernidad en Europa. A medida que la fiebre crecía el árbol escaseaba y, para traer el caucho, los huitotos tenían que caminar cada vez más. En el camino podrían perder el líquido o no llevar lo que los capataces de Arana, considerados demonios, exigían.

Se tenía que cumplir con una meta diaria de recolección. Así que el castigo eran encerrarlos por docenas y sólo abrían la puerta cuando el olor fétido anunciaban su muerte. Eran una de las maneras que torturaban y mataron a los indígenas. Se cree que por lo menos veinte tribus desaparecieron de la faz de la tierra por culpa de Arana.

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La crueldad de Julio César Arana, un empresario del caucho de Iquitos en Perú dejó su huella en la región y la Casa Arana tiene ese valor simbólico

Desde la próspera población de Iquitos, en el Amazonas peruano, manejaba Julio Cesar Arana su emporio del caucho. A principios del siglo pasado, en 1909, aparecieron en el periódico Trust de Londres, en un artículo titulado El paraíso del diablo, en donde se ponía al descubierto las mutilaciones, violaciones, desapariciones, fusilamientos, azotes, encadenamientos, que sufrían los indígenas que trabajaban en la Casa Arana, eran no más que cuentos de los ingleses que buscaron en el senador peruano un chivo expiatorio.

El Colegio del conocimiento manejado por la gobernación del Amazonas tiene como rector a Edwin Teteye. Vive en La Chorrera. Además de enseñarle a los niños indígenas los conocimientos básicos de un bachiller colombiano, es obligación de ellos, como educadores, preservar el legado que alguna vez tuvieron sus abuelos y, sobre todo, no olvidar.

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Edwin René Teteye Botyay

El profesor Edwin Teteye es desde hace ocho años el rector la institución educativa Casa del conocimiento que cuenta con ochos sedes, cuya principal es la Casa Arana. Fue propuesto por la comunidad en el 2016 y aunque depende laboralmente de la gobernación del Amazonas no ha logrado que ésta invierta un centavo en el mejoramiento de las instalaciones para que los niños tengan mejores servicios educativos.

Los últimos recursos importantes que recibieron fueron los $ 100 millones que gestionó la Primera Dama hace ya casi treinta años, un lugar que la comunidad ha conservador y que los viejos se han encargado que la dolorosa historia se mantenga viva. 

Casa Arana - La Casa Arana donde murieron miles de indígenas por los caucheros hoy es un colegio que se cae a pedazos
La Casa Arana hoy es la Institución educativa Casa del Conocimiento, un colegio donde está prohibido olvidar el horror

En este lugar se cuentan historias. Hasta hace unos años era común que, cuando pasaba un avión por La Chorrera, los más viejos buscaran un sitio para esconderse porque iban a llegar los que los iban a quemar. En algún momento, a mediados del siglo XIX, este lugar tuvo cerca de 60 mil habitantes. Hoy sólo hay 4.000. 

Miles de aventureros llegaron a este lugar del Putumayo a buscar fortuna. Desde que desembarcaron los españoles en la isla de Santo Domingo, el 12 de octubre de 1492, la obsesión por la riqueza fácil dañó más de un alma. Primero fue el oro, después el petróleo y hubo unos años en donde el caucho era la principal esperanza para un aventurero salir de pobre. La travesía de un bogotano yendo al corazón de las tinieblas para torcer su destino la retrata José Eustasio Rivera en La Vorágine, un libro que en 1924 cumplirá cien años.

Este libro y las denuncias que se hicieron en periódicos londinenses, además del Informe sobre Putumayo, escrito por Roger Casement, poniendo a la luz pública los crímenes de la Peruvian Rubber Company – Arana tenía de socios a empresarios ingleses que rebautizaron su compañía- no impidieron que las atrocidades se siguieran dando durante años.

En el colegio de La Chorrera reposan copias de los informes guardados en el Centro Nacional de Memoria Histórica en donde se eterniza el horror. En uno de ellos está el testimonio de un indígena huitoto quien habla de cómo era recibir una golpiza de uno de los capataces de Arana: “Nos azotaban con un látigo grueso, hecho de cuero de danta, a unos, extendiéndolos en el suelo y boca abajo, sujetos a cuatro estacas y, a otros, amarrándolos de las manos a la espalda y colgándolos después de un árbol o de una viga de la casa. Cuando dejaban de azotarnos nos echaban en las heridas agua sal caliente. A mí me castigaron en esa forma muchas veces”.

Chamanes que se convierten autoridad en La Chorrera, como el taita Manuel Zafaima, máxima autoridad local, afirma que en este lugar está prohibido la guerra. Que, aunque existe memoria no hay rencores. Porque en la Chorrera también está prohibido olvidar.

El poder de Julio Cesar Arana fue tan grande que llevó al Perú a sostener una guerra con Colombia en los años treinta, buscando quedarse con el territorio de donde salía el caucho. Querían quedarse, nada más y nada menos que con ocho millones de hectáreas.

Pero poco a poco, y gracias a los avances científicos, el caucho fue reemplazado por materiales sintéticos. Cerca de cumplir noventa años Arana, un genocida, moría tranquilamente en el Perú en donde se le rindieron honores en su sepelio como si fuera un jefe de estado. La huella del horror que sembró, la institución educativa Casa del Conocimiento, permanece en pie, amenazada eso si por la desidia de los gobiernos a los que poco les ha interesado mantener viva la memoria y ofrecerles futuro a los niños del Amazonas.

*El texto original fue actualizado para su publicación 25/1/24

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