Esta semana en Panamá se desarrollará la VII Cumbre de las Américas con la presencia de 26 jefes de Estado y Gobierno de los 35 Estados que componen la Organización de Estados Americanos (OEA). El origen de estas Cumbres se dio en 1994 por iniciativa de Estados Unidos con el fin de promover la Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) que finalmente fracaso en 2005. Desde ese momento este foro ha carecido de peso y de significación para el continente, reflejo de lo anterior fue la cumbre del 2012 en Cartagena, la cual no arrojo una declaración final, varios jefes de Estado se retiraron antes de terminar y hubo manifestaciones fuertes contra Estados Unidos.
La Cumbre de Panamá ha estado precedida de varios hechos que son importantes en las relaciones de América Latina y Estados Unidos. El restablecimiento de las relaciones entre Washington y la Habana, el decreto de Obama que sanciona a funcionarios del gobierno de Venezuela, el débil papel de la OEA, la presencia de nuevos efectivos militares de EEUU en Perú, la disputa de las Malvinas entre Argentina e Inglaterra y los procesos de desestabilización política en Argentina y Brasil, marcaran una interesante agenda que estará como trasfondo de la Cumbre.
Las Cumbres de las Américas resultan ser un escenario importante para evaluar la política exterior de Estados Unidos hacia la región. Panamá va ser el escenario donde por primera vez después de 54 años un presidente de Estados Unidos y de Cuba se sentaran en el mismo recinto, lo anterior producto del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre ambas naciones, y posiblemente anunciaran la apertura de la embajada de Washington en la Isla. El bloqueo significaba un obstáculo para restaurar las relaciones de Estados Unidos con varios países de la región, que en los últimos años tomaron distancia de las directrices que venían de la Casa Blanca, menguando de esta forma la capacidad de influencia que antes ejercían.
La nueva forma como Washington afronta las relaciones con Cuba no significa un cambio en sus intenciones de acrecentar su influencia en la Isla y cambiar al gobierno cubano. La posición frente a Cuba tampoco puede interpretarse como una nueva lectura de Estados Unidos hacia el continente, pues no ha dejado de considerarlo su “patio trasero”, así lo evidencia luego del anuncio de sanciones unilaterales contra Venezuela y de catalogarla como una amenaza a su “seguridad nacional”, hecho que generó un rechazo generalizado en el continente, especialmente de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y el Caribe (CELAC), quienes han insistido en fortalecer el dialogo y retirar tales sanciones. El encuentro entre Maduro y Obama marcará el rumbo hacia donde se dirigirán las relaciones entre ambas naciones.
La influencia económica de Estados Unidos en América Latina se ha erosionado. Luego de la derrota del ALCA y de la crisis del 2008, Washington ha visto como China, su principal contendor económico, se convirtió en el segundo socio comercial de la región, quitándole mercados y aumentado su inversión; Obama no pasa por alto el anunció del presidente Chino Xi Jingping, en el foro CELAC-China, de aumentar en 10 años el flujo comercial entre América Latina y China a $500.000 millones dólares y una inversión de $250.000 millones en el mismo tiempo. Estados Unidos le apuesta a un ALCA más pequeño impulsando el proceso de Alianza Pacifico, que hará parte del Acuerdo Transpacífico el cual lidera. Es probable que la Cumbre de Panamá se fomente la participación en este organismo, que lideran sus aliados Colombia, Perú, México y Chile, y se espera que Costa Rica y Panamá lo integren próximamente.
Las Cumbres de las Américas se realizan bajo el auspicio de la OEA, una organización cuyo peso político ha disminuido conforme la influencia de Estados Unidos ha decaído en el continente, eliminando así cualquier foro de diálogo político entre Washington y América Latina. La tendencia de varios gobiernos de la región ha sido propiciar una política exterior más autónoma y regional, generando escenarios independientes de integración sin la presencia estadounidense, tal es el caso de UNASUR y CELAC, que han sido los escenarios a los cuales los países latinoamericanos acuden para solventar sus diferencias y coordinar políticas de cooperación, seguridad y comercial. Sin embargo, hay una serie de gobiernos como los de Alianza Pacífico que quieren regresar al esquema de predominancia de la OEA, donde el eje de las relaciones continentales sea Estados Unidos y por ende fortalecer el modelo de libre comercio que representan los Tratados de Libre Comercio (TLC); esta posición es la principal razón que al interior de la CELAC no se ha avanzado en materia institucional, pues cualquier avance se tiene que dar por consenso. Esta Cumbre tratará de revivir la desfallecida OEA, la salida el insulso José Miguel Insulza de la Secretaria General y la llegada del ex canciller uruguayo Luis Almagro apuntan hacia este objetivo.
Son claras las pretensiones de Estados Unidos con América Latina, sin embargo la agenda entre ambos sigue siendo conflictiva, la necesidad de revaluar la fracasada guerra contra las drogas, la militarización del continente, la política migratoria, la disputa por las Malvinas, la independencia de Puerto Rico, entre otras. Latinoamérica y el Caribe tendrían continuar sus procesos de desarrollo autónomo, diversificando su producción, fortaleciendo el bienestar social de sus ciudadanos. Debería propiciarse en espacios de diálogo bilateral Estado Unidos, Canadá – CELAC para poder generar mejores condiciones de negociación y presión, respetando el camino de desarrollo de cada país. La Cumbre de Panamá conforme a su predecesora dejará ausencia de acuerdos importantes, pero puede visibilizar el debate de cuál debe ser la apuesta de América Latina en su proceso de integración y como serán sus relaciones con Estados Unidos.
Andrés Sebastián Aristizábal Vásquez
Centro de Estudios Latinoamericanos – CELU –
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