Los estudiantes recordaban a Dulyadin Gamadhere como un tipo intransigente. Al Corán no había que leerlo sino aprendérselo de memoria, amarlo y respetarlo. Si fuera por él, devolvería de un solo manotazo el libro de la historia hasta que no quedara nada de esa hiedra podrida llamada cristianismo. En el 2009, al ver que desde su trabajo como profesor de religión no le aportaba en nada a la fe del Islam, decidió enrolarse con el Al Shabaad, grupo extremista formado en el 2006 con los restos que habían quedado del derrotado movimiento Unión de Tribunales Islámicos de Somalia.
Educado con mano férrea por su madre, una musulmana radical buscada por la policía keniata y que recibe el apodo de La dama de hierro, Dulyadin Gamadhere no sólo dejó su profesión sino que se cambió el nombre: De ahora en adelante se le conocería como Muhamed Kuno y, con ese seudónimo, esparciría una estela de sangre, venganza, horror y muerte por todo Kenia.
El pasado noviembre, hombres bajo su mando detuvieron un bus de transporte público en Nairobi. Después de hacer bajar a sus 28 ocupantes, les ordenaron acostarse en el suelo y allí, uno a uno, los fueron aniquilando con un disparo en la nuca. El único crimen que habían cometido esas era el de profesar un credo diferente al suyo.
Sus actos terroristas llegaron al punto máximo el jueves en la madrugada, cuando cinco de sus muchachos, entre los que se contaba Abdirahim Adbullahi, un aventajado estudiante de Derecho al que muchos vislumbraban en un futuro como un brillante jurista, irrumpieron en la Universidad de Garissa y asesinaron a 149 personas.
Garissa era una ciudad que guardaba recuerdos entrañables para Muhamed Kuno. Allí no sólo pasó largos periodos de su vida, sino que conoció a una de sus tres esposas actuales. La conocía bien aunque la verdad, nunca le gustó el clima que se respiraba en la Universidad. Kenia era un reducto católico casi que inexpugnable. El ochenta por ciento de su población profesaba esa fe, aspecto que una organización como Al Shabaad no iba a seguir tolerando.
A las tres de la mañana los terroristas entraron al hostal de los varones. En tono pausado preguntaron si allí había infieles. Con timidez algunos muchachos levantaron la mano. Los pusieron en un rincón del cuarto en donde estaban y allí mismo los ametrallaron. Los que se habían quedado quietos los confrontaron y les hicieron al instante un test improvisado sobre el Corán. Los que no lo pasaban eran muertos al instante.
Esa primera ráfaga despertó el caos. Las mujeres, en la residencia aledaña, corrían por los pasillos medio desnudas. Los terroristas trataban por todos los medios de conservar la calma y el cálculo. Siguieron preguntando por los infieles, los unos se señalaban a los otros. A los cristianos se los llevaron a un cuarto del hostal, los encerraron y allí mismo los decapitaron.
Afuera las balas zumbaban como avispas asesinas. Alebrestados por la sangre, los yihadistas dejaron de discriminar a sus víctimas: ahora caería todo aquel que los osara mirar a los ojos. Tenían todo el tiempo del mundo para actuar, las brigadas especiales keniatas se tardaron demasiado en aparecer en escena, tanto que hoy en día la prensa local tildan su negligencia de criminal. Algunos estudiantes alcanzaron a huir saltando muros, llenándose el cuerpo de sangre o encerrándose en lugares imposibles. Mientras tanto ciento cincuenta muchachos, caían bajo la furia de los extremistas.
Lejos de encontrar paz ante esta descomunal masacre, Al Shabaad profetiza nuevos genocidios y ya ha jurado que no descansaran hasta sacar a patadas a los cristianos del territorio musulmán. El sábado cinco de los terroristas fueron abatidos por soldados keniatas. En un espectáculo que azuzará todavía más el odio de Muhamed Kuno y sus discípulos, pasearon el cuerpo de los militantes muertos por las calles de Garissa para que la gente los apedreara y escupiera.
La mitad de África busca sin descanso a Kuno quien ha visto con satisfacción como su cabeza, que hace una semana costaba apenas 30 mil euros, hoy se ha cotizado en 250 mil. Escondido en cualquier hueco, sigue incansable enseñando y propagando la fe del islam. Con un Corán en la mano caerá, no sin antes dejar su legado de odio en uno de los cientos de jóvenes que siguen a rajatabla sus enseñanzas.