Se han agotado los días del calendario 2023; un año díscolo, pendenciero, lleno de guerras, manipulaciones, infamias y polarizaciones que no dejan buen sabor, que nos intoxican con la banalidad del mal que con certeza señalara la filósofa Hannah Arendt el siglo pasado, cuando hacía la inteligente anotación respecto al hecho de que los extraordinarios actos violentos cometidos como sucesos de guerra y soberanía son en realidad agenciados por personas ordinarias que cumplen órdenes y que hacen bien sus tareas, en medio de los afanes que les impone el reloj y del bloqueo del pensamiento que cubre las rutinas.
Con lo que pasa en Gaza y lo que sigue pasando en el Este europeo, con las migraciones que surcan por todos los continentes, con las violencias metropolitanas, con los radicales efectos climáticos que vemos por televisión desde ciertas partes del globo terráqueo, nos conmovemos por momentos, pero poco logramos hacer, pues las ciudadanías globales aún son una simple metáfora; con lo que pasa en el país arrasado por odios y narrativas perversas, tampoco hacemos mucho, aunque ahí si tendríamos más posibilidades de responder con sentido de protección de lo común; por ejemplo, no haciendo eco a las mentiras de unos y otros lados, no entusiasmándonos con el matoneo psicológico, desestimando incendiar los conflictos para insistir en buscar salidas porque la vida en este tiempo lo que necesita es respuestas creativas, conversadas, pactadas. Digámoslo más precisamente: hay un estado de ánimo colectivo con el cual llegamos a las celebraciones y fiestas de fin de año del 2023 que deberíamos exorcizar, pensarlo bien en términos de sus consecuencias para que no termine afincándose más aún en el 2024.
Hagamos vacío en la rutina estandarizada y tóxica que nos consume, tomemos por unos días otros caminos
En medio de ese ambiente moral precario, síntoma de un régimen productivo y de un ordenamiento civilizatorio cansino y ya casi amortajado, es deseable que en este tiempo de fin e inicio de año, hagamos vacío en la rutina estandarizada y tóxica que nos consume, que tomemos por unos días otros caminos, que probemos volver a casa con los deudos o conocer otras formas de morar los días, que cambiemos de lugar, que caminemos despacio, que veamos y leamos otros horizontes, porque quizás ese gesto humano posibilite pensar la vida de formas distintas, nos permita salirnos del molde que hace persistir en el error de desoír los síntomas del cataclismo ambiental, del sufrimiento humano, de la banalidad suntuosa que nos circunda y que sin darnos cuenta ayudamos a crecer como incendio planetario y de nación.
Es necesario recordar que habitar el mundo implica formar cotidianamente una sensibilidad, un lenguaje, una práctica de comunicación que se gesta en el caminar, en el movimiento, encontrando y desencontrando diferencias, inventando signos, símbolos que permitan interactuar, morar, producir, consumir, supervivir y a veces bien vivir; reconozcámoslo, esto último está cada vez más lejos. Necesitamos relajar, sentir, pensar, narrar el país de otra manera. En ese camino, parece también pertinente recordar que no somos dioses, ni ángeles, gente mortal es lo que somos, gentiles perdidos, perdidas en el tiempo, buscándonos, en medio de una indigencia cósmica que esencialmente nos exige entendernos y orientarnos en la relación con otros, que nos demanda sostener el vínculo común que permite coexistir en la diferencia, sin destruirnos, sin dañar el entorno. Ese es el deseo, que busquemos la mejor versión del nosotros.
Feliz año nuevo 2024, para este país de regiones que se busca en medio del incendio.