En los últimos meses, los acontecimientos relacionados con figuras del Centro Democrático y del establecimiento han desencadenado una serie de controvertidos contraataques.
En mayo, Salvatore Mancuso expuso detalles sobre hornos crematorios entre Colombia y Venezuela, mientras se resucitaba un antiguo robo contra Laura Sarabia.
Junio trajo verdades incómodas al presidente Duque en EE. UU., pero también la invención del supuesto suicidio de Oscar Dávila, un testigo clave. En julio, se revelaron conexiones de Francisco Barbosa con Jorge Gnecco y presuntos financiamientos de Odebrecht a Óscar Iván Zuluaga. A pesar de estas revelaciones, el arresto de Nicolás Petro y Days Vásquez acaparó la atención.
En agosto, la Corte de EE. UU. sancionó a Grupo Aval por sobornos de Odebrecht, mientras surgían acusaciones contra Argos y 617 empresas por despojo de tierras. Las confesiones en la JEP sobre falsos positivos en septiembre coincidieron con acusaciones inventadas sobre el presidente.
En octubre, se capturó a Cielo Gnecco, pero la estrategia persistió con falsas acusaciones contra Petro en noviembre. Mancuso confesó que los Gnecco eran paramilitares, pero la atención se desvió con consignas en estadios.
Diciembre trajo la captura de Ciro Ramírez, respondida con desinformación sobre Daniel Rojas. La estrategia es clara: desviar la atención de las acusaciones reales con información fabricada. En este juego de contrataques, la clave parece ser discernir entre la verdad y la distracción.
En el trasfondo de esta sucesión de eventos, se revela una intrigante dinámica en la que la gran prensa desempeña un papel crucial al establecer los temas de conversación y decidir qué permanece en el silencio. Los contraataques estratégicos del Centro Democrático parecen sincronizarse con una hábil manipulación mediática que busca desviar la atención de las cuestiones más comprometedoras.
La selectividad de la cobertura mediática resalta cómo ciertos temas son elevados a la prominencia, mientras que otros, quizás igualmente relevantes, son relegados al olvido. Esta práctica no solo afecta la percepción pública, sino que también moldea la narrativa política. El público se ve bombardeado con información diseñada para desviar la atención, diluyendo la verdad en un mar de distracciones.
En este juego de ajedrez mediático, la responsabilidad recae en la audiencia para discernir entre la información esencial y las artimañas distractivas.
La necesidad de un periodismo crítico y transparente resurge como una herramienta esencial para contrarrestar las manipulaciones que perpetúan una narrativa selectiva. En última instancia, la capacidad de la sociedad para distinguir entre lo genuino y lo fabricado determinará la salud de su democracia y la calidad de su debate público.