En momentos de crisis, de dificultades, bien vale la pena un bálsamo en lejanía con los temas, lograr una reflexión; un alto en el camino.
Miren ustedes, las propuestas del Gobierno presentadas en la alocución presidencial de la semana anterior, con el fin, supuestamente, de hacerle frente a la crisis de la justicia, ni son novedosas, ni —qué pesar— resuelven los grandes retos que, por cuenta de la ‘posible’ corrupción, atraviesa la Corte Constitucional.
Qué pena ser tan crudos, pero nada dice; el tribunal de aforados, con mejores dientes, como se dice en el argot popular, tiene a su vez un defecto aún insepulto, como que se convierte en escribiente, en antejuicio político que, solo debía ser posible para el presidente de la República y, hasta su vicepresidente; ello, por razones atendibles a cuestiones políticas, que no con bases jurídicas; y, es que se debe recordar que el manido y, casi manoseado tema de los fueros, cada vez tiene menos relevancia en el concierto internacional; por el contrario, el Estatuto de Roma que instituye la Corte Penal Internacional, le dio, como se dice en estos días de Semana Santa, cristiana sepultura; no se requiere de fueros para garantizar un juez par, un juez natural; lo mejor sería que los denominados aforados, fueran investigados y juzgados por la Suprema Corte y, si es sobre un miembro de la misma, pues, con imparcialidad y, buen propósito, por ellos mismos, como se hace en una democracia robusta. La razón es una: los magistrados o los altos funcionarios del Estado con jurisdicción se han de investigar no por sus fallos, sino por sus fallas, en una palabra por la posible conducta que refiere a un acto de corrupción. Y, así, así, el Presidente no aprovechó la oportunidad para tomar definición en torno a la crisis de la justicia; la denominada ‘puerta giratoria’, los cambios en el gobierno de la rama judicial, la supresión del Consejo Superior de la judicatura, nada, nada nuevo y, nada, nada con respecto a la crisis. Esperemos a ver qué más sucede o, qué se requiere para que se le llame la atención al Gobierno que, como función de Estado, debería ser el llamado a la convocatoria, a un pacto por la Justicia. Qué pesar.
Por ello, dejemos que pasen los días y, mientras, recordemos la Semana Santa; sí señoras y señores, recuerden ustedes las épocas de la Semana Santa, en todos los hogares, al memos en Boyacá, con música clásica, compartidas las enseñanzas de los mayores en la ilustración del autor, su contorno histórico, la clase de sociedad que lo ambientó, los instrumentos utilizados, los sonidos, los silencios, lo que el autor no deseaba contar pero que, como era —así pasa en la pintura y en la escultura— era el trasfondo de su situación y de su sociedad, en veces hasta iconoclasta; qué rico el pasear la mente en momento de históricas hazañas; con especial recogimiento, con la salida a las procesiones: desde el estandarte de la iglesia anfitriona, hasta el paso de las bandas de guerra —militares o juveniles—; los conciertos en vivo en varias parroquias. Ahhh y, por supuesto, los amasijos que, como se decía, ‘hechos por las niñas de la casa’, llevaban a la participación de todos, pues entre separar los insumos, la materia prima, elaborar la masa y preparar las empanadas, las galletas, colaciones, repollitas y demás, cada invitado iba saboreando los productos terminados, al momento de salir del horno; de las doscientas colaciones, empanadas, etc., al final, con tanto ‘peaje’, quedaban solo, ufff únicamente las necesarias… Qué delicia.
Eso sí, sin falta las comilonas de Jueves y Viernes Santo; oír el Sermón de las siete palabras, saborear un delicioso vino de consagrar y, departir con los propios; eso sí, el Jueves Santo, a las 11 de la mañana, antes de visitar los monumentos, participar de la procesión de niños: en Tunja, con salida de la Iglesia de Santa Clara: muchos estuvimos allí, no solo mirando pasar a los pequeños, estuvimos en disposición de curas, penitentes, Magdalenas, Verónicas, soldados romanos, Nazarenos, en fin, en fin; procesión que cuenta ya 55 años de su debut. Tradición, hoy, en sus bodas de esmeralda, liderada bajo un grupo de señoras que, por cuenta de Julita Angulo de Mejía, su inspiradora, ha logrado este bello recuerdo y esta bella realidad: La Tradición.