Otro animal
Opinión

Otro animal

La línea delgada que separa la domesticación de la domesticidad, esa, la obligatoria.

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diciembre 12, 2023
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Era una fiesta de Navidad. Quince invitados. Siete mujeres, el resto hombres. Ellas, definidas desde la invitación: la esposa de, la hija de, la novia de.

Cocina abierta, natilla, buñuelos, asado, trago, música, baile...

La dueña de la casa, anfitriona llena de cariño y agradecimiento con sus invitados, había hecho los preparativos con días de antelación. Había pedido la comida, necesitó favores entre sus invitados para algunos menesteres especiales, y aquellos con mucha alegría y generosidad estuvieron prestos a apoyarla.

Llegó el día: sol pleno, felicidad por la bienvenida que dábamos a la Navidad y el corazón lleno de gratitud. Transcurría la fiesta en paz. Conversaban y reían mientras mecían por turnos la natilla, receta de la abuelas, una construcción colectiva, cada quién aportaba y recordaba trucos de su madre, tía o abuela para que las viandas especiales de esta época fueran las mejores. Que agréguele aguardiente, que mejor con clavos, que la canela atada con una cuerda, que en mi casa le echaban quesito, no mejor mantequilla. Una tarde maravillosa.

Uno de los invitados había anunciado que llegaba al final de la tarde por razón de trabajo y su esposa lo precedió. Cuando él llegó, avanzada la jornada, ya habíamos almorzado y estábamos en el segundo postre con cafecito. Ese último tinto que despide amorosamente cuando todavía se quieren ir pero ya la fiesta no da más de sí.

La anfitriona pregunta por el recién llegado y alguno contesta que ya la esposa "lo estaba atendiendo", es decir, ya le había servido el almuerzo y lo acompañaba mientras comía en otra mesa. Ella los vio desde la ventana de la cocina y comentó "qué harían los hombres sin las mujeres". Sin solución de continuidad, riéndose, le contesta a ella otro de los invitados: "adiestraríamos a otro animal".


Ella los vio desde la ventana de la cocina y comentó "qué harían los hombres sin las mujeres". Sin solución de continuidad, riéndose, le contesta a ella otro de los invitados: "adiestraríamos a otro animal"


La dueña de casa inicialmente no entendió. Era tan fuerte el comentario, denotaba tanto, pero tanto desprecio por nosotras, las mujeres, era tan contundente, que no había posibilidad de traducir su significado de alguna manera benévola, ¡algo! ¡Por las hadas! que pudiera atenuar el dolor profundo que había causado su chiste.

Ése fue uno de los efectos. El dolor íntimo que le produjo a la anfitriona. Otro más grande fue el que ella sintió por todas aquellas mujeres reunidas allí, amas de casa. En dependencia económica seguramente, con hijos e hijas bajo su cuidado y con seguridad con toda la carga doméstica, física y mental que implican los cuidados del hogar: casa, cocina, crianza, cama: techo, lecho y pan.  No basta con llevar el pan a casa, cuando entra, esa comida se procesa, se cocina y se sirve. Todo lo que da bienestar, es bello y está limpio en casa proviene de una persona que cuida y para hacerlo, emplea su tiempo, energía y conocimientos.

Los cuidados se aprenden, se entrenan, se ordenan en secuencia, se prodigan. Es rico cuidar. Y es cierto, en eso tenía razón el chistoso: para la supervivencia de la especie es crucial adiestrarse en cuidados. La antropóloga estadounidense Margaret Mead refiere que el primer signo de civilización de la humanidad fue el cuidado. No fue el anzuelo, la olla de barro o la piedra de moler. En un hallazgo arqueológico de un homínido con un fémur fracturado y sanado está la clave. Alguien cuidó a ese ser. Jamás podría haber soldado sin los cuidados de otro ser que acompañó, alimentó y protegió mientras curaba. ¿Era un animal adiestrado el que cuidó? No confundir por favor esclavitud con cuidados. Esa línea delgada que separa la domesticación de la domesticidad, esa, la obligatoria.

Para dicha anfitriona, más allá del dolor, consustancial a su condición de mujer, apareció un pensamiento antiguo que como bandera libertaria ha ondeado siempre en su memoria, en la saga femenina de su familia. Se reafirmó el sentido fundamental de su vida: la lucha por la libertad y la dignidad de las mujeres para una vida plena de derechos. Trabajar sin denuedo para que no quepa en nuestra cultura esa idea aleve de que somos animales a quienes se adiestra para que estén al servicio de los hombres y en la prueba máxima de deshumanización, son reemplazables según su disposición incuestionable a cuidar del respectivo (indico con cuidar todas aquellas actividades centradas en los intereses, las necesidades y el bienestar del otro, aún a costa de los propios). Vale la pena haber vivido y seguir haciéndolo hasta el fin de los días.

Claro. Ella entendió diáfanamente muchos datos provenientes de la literatura médica respecto a las mujeres que no tienen que servir como prueba de su adiestramiento: que las viudas florezcan una vez muerto el domador o que duren más y tengan mejor salud las solteras y las separadas; obvio, nadie las tornea a diario para que caminen al compás.

También entendió a cabalidad cuál es la creencia fundamental del patriarcado. Costó pero entendió, que a pesar de sus años, no había sentido cómo era esa creencia de los machos que los hace habitar el mundo como reyes, a quienes las mujeres, bien adiestrados, deben servir incansablemente, so pena de ser relevadas por otro animal, ése sí dispuesto a cumplir las reglas del juego, las del adiestramiento juicioso para que se queden con ellas y a ellos no se les ocurra cambiar de animal.

Y con respecto a todas las formas de maltrato también por fin entendió cuál es el origen. Esa idea de la superioridad – depredadora por demás-, primero la del animal para carga y segundo la del animal adiestrado, para su beneficio. Pues claro. Con razón a una tercera parte de las mujeres su pareja masculina les pega o las ha maltratado físicamente alguna vez en la vida. Con razón las cifras de feminicidio en el mundo. Con razón cabe siempre la posibilidad de ser atacadas sexualmente en el limpio lecho conyugal o en la sucia carretera. Y ni qué decir de los insultos proferidos, zorra, gallina, perra. O las disciplinas impuestas: joven, bonita, sexi, flaca, casta en la calle y puta en la cama, siempre dispuesta, casera, discreta, una señora de la casa; y no sobra si además trabaja en el ámbito público y factura. Esa sí es la perfecta: un animal bien adiestrado.

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