Anoche, cuando comencé a organizar mis apuntes para escribir esta columna, no podía parar de sacarme esta idea de la cabeza. Que por trayectoria, constancia y hasta sonido Los Fabulosos Cadillacs son la agrupación activa más cercana a ser una especie de The Rolling Stones. La comparación es odiosa, como la mayoría de las comparaciones, pero les aseguro que nos va a permitir un análisis interesante.
La razón más simple para llegar a esta conclusión es que si sólo nos limitamos a hablar de bandas activas, nos quedan muy pocas con ese recorrido tan extenso y que tengan la influencia del rocanrol tan presente.
Por ejemplo, Caifanes y Café Tacvba parecen haber priorizado la exploración de otras influencias y La Renga, que sería la comparación más obvia, no tiene el mismo nivel de impacto y prefirió priorizar al público rioplatense. Todo bien hasta ahí.
Pero también está el asunto de la constancia. Las pausas de Los Fabulosos Cadillacs no suelen ser tan extensas, al menos no si se las compara con las de otras agrupaciones de rock latino e incluso con las de los propios The Rolling Stones.
A veces, cuando están en sus periodos de actividad, ni siquiera lanzan discos. Cuando sí lo han hecho, en los últimos años, han priorizado los de nuevas versiones y rarezas o quizás alguna grabación de un vivo.
Por esta misma razón, no son una banda de éxitos, aunque los tengan de sobra. Pueden pasar años sin presentar un videoclip y un día te lanzan un Padre nuestro (la versión de 2008 con Pablito Lescano de Damas Gratis) y todo estalla.
Aquí radica la parte polémica del enunciado inicial. Las canciones de Los Fabulosos Cadillacs, esa banda que comenzó como un parche ska de amigos de los años ochenta, tienen muchísimo rocanrol, pero también cumbia, murga (un género uruguayo con tambores), punk, metal y hasta salsa. La mayoría de lectores seguramente recuerda que compusieron esa canción preciosa llamada Vasos vacíos con Celia Cruz.
Y es que es simple chicos, Los Fabulosos Cadillacs aman la música en general. Lo único que no han creado son canciones de reggaetón, pero no por prejuicios sino porque tal vez sea una especie de statement (declaración de principios). Como si dijeran, todo bien con el reggaetón, pero nunca nos ha hecho falta. En el show de Bogotá, por ejemplo, la rompieron con una versión reggaetonera de uno de los primeros éxitos del reggae latinoamericano: La chica de los ojos café de Renato.
Cantando con él, se popularizó otro gran precursor del reggae y del reggaetón del continente: Edgardo Franco, mejor conocido como El General.
Las declaraciones de principios de Los Fabulosos Cadillacs en Bogotá
El próximo año cumplirán 40 años de trayectoria y aunque, como suele pasar con agrupaciones de nuestra infancia, algunos asistentes pretenden ir a un concierto a escuchar dos o tres éxitos, Los Fabulosos Cadillacs no son una banda de éxitos (como ya había dicho anteriormente). Ambas cosas quedaron muy claras en los dos conciertos que ofrecieron en Bogotá.
Es posible que esa sea la razón por la que el show comienza con dos instrumentales de su primer álbum (Bares y fondas, Noches árabes) y con uno de sus primeros éxitos Mi novia se cayó en un pozo ciego. También, por la que en el concierto sonarán muchas canciones conocidas, pero también regalitos sonoros para sus fans o para ellos mismos, quizás.
Más adelante, Los Fabulosos Cadillacs van a interpretar tres éxitos de antaño que en Colombia les conocimos por un compilado llamado Vasos Vacíos que salió a mediados de los noventa, un disco que erróneamente muchos considerábamos un álbum de la banda y que nos hizo amar canciones como Manuel Santillán, El León, Demasiada presión y V Centenario. Recordada por su icónico estribillo gritado: ¡No hay nada que festejar!
Pero es que sí había mucho para festejar. O al menos yo si festejé mucho cuando al final de El genio del dub, me metieron una nueva versión de Radio Kriminal, que no sonaba tan hiphopera como la original. Ahí me tuvieron gritando: “Hey, no te levantes, si no vas a terminar lo que empezaste a romper”. Un fuckin’ temazo.
También celebré con los cañonazos bailables que se tocaron. Bailando toda la noche con Gitana, emocionándome hasta la médula con Siguiendo la luna y recordando mi infancia con la frase tan poderosa “vos que andás diciendo que hay mejores y peores, vos que andás diciendo qué se debe hacer” que abre Mal bicho. Ideal para los pelotudos que opinan sin informarse en internet.
Porque lamento romperles la ilusión amigos, pero Los Fabulosos Cadillacs son una banda que siempre estuvo a la izquierda y le cantó a cosas que para muchos millenials de la época eran obvias, pero que ahora vuelven a enlodarse en absurdos debates. Por ejemplo, ¿qué significa realmente la palabra libertad?
En fin, la primera tanda terminó con El satánico Dr. Cadillac y estuvo a punto de terminar también con un ahogado Vicentico. Pasa que Gabriel Fernández Capello (nombre de pila) está llegando a los sesenta y los 2600 metros más cerca de las estrellas de nuestra querida Bogotá, tampoco ayudan.
Matador abre la última tanda del show y me pregunto cómo puede ser que ya no haya rock mainstream (el que suena con el impacto que ahora tiene el reggaetón) y cómo ya no es posible convertir en hit un himno a las declaraciones incómodas (statement), como el que en algún momento fue esta canción: “Balas de paz, balas de justicia, soy la voz de los que hicieron callar sin razón, por el sólo hecho de pensar distinto”.
Me duele ver que todo el manual para ser sociedades medianamente funcionales lleva muchos años escrito en sus canciones o en las de agrupaciones como Panteón Rococó o Los Rabanes, dos bandas que también han dicho cosas muy importantes e incluso llegaron a tener discos producidos por Flavio Cianciarullo, el bajista de Los Cadillacs.
Se me sale una lagrimita mientras Flavio nos acompaña coreando la última canción del show Yo no me sentaría en tu mesa, pero no porque me hayan hecho falta más canciones. Sino porque frases como: “ahora somos más hermanos que antes” o “nunca podrás callar esta canción” me hacen recordar lo divididos que estamos y los silenciadas que están nuestras voces.
Me reconforta saber que existen Rolling Stones latinoamericanos que siguen cantando a las cosas que importan, pero también me retiro del Movistar Arena con un sentimiento de rabia e impotencia.