Eduardo Galeano, el inmortal filósofo uruguayo, maestro y consejero de varias generaciones, se refirió alguna vez a los tiempos oscuros y la actitud con la que debíamos enfrentarlos. A decir verdad, la izquierda en nuestro continente y el mundo tuvo su época de gloria, cuando parecía que sus postulados ideológicos y políticos se hallaban a punto de materializarse, días en que nadie imaginó que sobrevendría lo que vemos.
En aquellos días de brillo alucinante, cuando África se despedía del colonialismo europeo al precio de caudales de sangre negra derramada, cuando el pueblo de Vietnam desterraba de su suelo, con el aplauso del mundo entero, al ejército más poderoso jamás imaginado, resultaba fácil reclamarse antiimperialista y rebelde. Cuba se erguía con Fidel y el Che como potencia moral y justiciera, motivando a más y más jóvenes a imitarla.
La victoria anhelada milenariamente por los pobres, los parias de la Tierra, los humillados y ofendidos, se veía realmente cercana y posible. El optimismo cundía, no habría que esperar siglos, ni siquiera muchas décadas. Era cuestión de expandir la conciencia entre los trabajadores, sedientos del mensaje liberador y la guía hacia el triunfo. Había que movilizarlos a luchar por sus derechos, por el poder, desde el que todo comenzaría a tener solución.
La historia, sin embargo, sorprendió con jugadas impensables. El New Deal de Roosevelt, que propició finalmente la idea del Estado de Bienestar, resorte del impresionante desarrollo del capitalismo durante las décadas subsiguientes, con base en el crecimiento incesante de la producción industrial, resultó desplazado por el neoliberalismo, una era económica fundada en la especulación financiera, con la potencia para revertir la tendencia al cambio.
Pinochet y su brutal dictadura anunciaron al mundo que los amos del capital no estaban dispuestos a tolerar por más tiempo procesos revolucionarios ni aventuras progresistas de ninguna naturaleza. Se trataba de rescatar la herencia nazi derrotada por la Unión Soviética en 1945, para cuando fuera necesario arrasar con ella pueblos enteros, si es que giros de otro orden no funcionaban, como funcionaron para derribar la experiencia socialista de Europa Oriental.
En adelante, lo más importante sería la multiplicación del capital financiero, a costa de los derechos alcanzados y reconocidos en casi todo el planeta. Por eso vemos hoy que todo aquello que se llegó a considerar sagrado e irreversible puede ser pisoteado con la mayor impunidad. Ideas fijas, vacías de cualquier contenido efectivo, flotan en el aire hipnotizando enormes masas humanas. La democracia no es más que una palabra. Poderes mayores la aplastan.
Los derechos humanos, el derecho internacional humanitario, el derecho internacional y demás entelequias parecidas semejan caricaturas esqueléticas frente a la voluntad omnímoda de las corporaciones transnacionales. Los principios universales dejaron de serlo, para acomodarse al interés privado. Valen y se usan, por ejemplo, para condenar a Rusia por la denominada invasión a Ucrania, pero no existen en absoluto si se trata de mirar a Palestina o Cuba.
Los principios universales dejaron de serlo, para acomodarse al interés privado. Valen y se usan, por ejemplo, para condenar a Rusia por la denominada invasión a Ucrania, pero no existen en absoluto si se trata de mirar a Palestina o Cuba
El parlamento europeo vota masivamente en contra de un cese al fuego en la tierra santa, mientras los misiles de Israel asesinan cada día y noche centenares de niños, mujeres y ancianos. La Asamblea General de las Naciones Unidas se pronuncia por enésima vez en contra del bloqueo norteamericano a Cuba, sin que el gobierno de Biden, al igual que los de sus predecesores, se conmuevan un tanto por la trágica miseria que genera su inhumana decisión.
Es el mundo que vivimos ahora, el de una hegemonía norteamericana en declive frente al crecimiento en todos los sentidos de China y los BRICS, en el que con más furia los Estados Unidos se empeñarán en su dominio sobre América y Europa. Lo de Ucrania parece demostrar que las cosas no les funcionarán del mismo modo con Asia, en donde nuevos centros de poder se imponen. Parecemos condenados a que las garras del águila se hundan más en nuestra piel.
Por eso lo que vemos. El acrecentamiento de la ultraderecha aquí y allá, del que la más reciente muestra es Javier Milei. No es casual que los grandes medios nos presenten a Bukele como el modelo a seguir. Ni que el esfuerzo conjunto del gran capital apunte a convertir en un fiasco las experiencias de izquierda. Lo que pasa con Petro son apenas los primeros asomos de lo que se vendrá en su contra. Minan con saña la alianza que le permitió ganar.
Trabajan incansablemente por desprestigiarlo ante el pueblo que creyó en su proyecto. Vivimos tiempos oscuros, en los que, como dijo Galeano, hay que ser lo suficientemente sanos como para vomitar las mentiras que nos obligan a tragar cada día. Hoy somos perfectamente claros de que los imperialistas no son tigres de papel, como lo aseguraba Mao. Pese a ello, no podemos dejarnos arrebatar la esperanza, ni cansarnos de sembrar la semilla de un mundo mejor.