Alguna vez en una cantina mexicana estaba borracho el célebre cantante y compositor José Alfredo Jiménez, depronto se acercó el cantinero y le preguntó si le servía más trago, Jiménez replicó que no, pues no traía más plata; de inmediato el mozo le dijo: “no se preocupe don José Alfredo, que su palabra es la ley”.
De allí surgió la mundialmente conocida canción “El Rey”. Eso nos hace recordar el valor y la importancia de la palabra y la fiabilidad de los hombres en sus compromisos; es una virtud que hoy se ha perdido, pues nos enseñan que las palabras se las lleva el viento y hay que desconfiar hasta de la sombra.
En esta época poselectoral donde ya empieza a aflorar la decepción de muchos por la ruptura de la palabra, hay que recordar la responsabilidad que tenemos de combatir esa mala fama que bien se ha ganado el quehacer político como un estadio de mentiras y decepciones.
Al elector hay que dirigirse con honestidad, al ciudadano hay que respetarle; muchas veces sin haberse posesionado ya se están ganando la etiqueta de incumplidos y mentirosos.
En una biografía del maestro Rodrigo Arenas Betancourt, que ha sido uno de los escultores más grandes de Colombia, decia que cuando él daba la palabra firmaba un contrato y cuando pasaba la mano, firmaba una escritura. Señores alcaldes, gobernadores, diputados; aprendamos a enaltecer la palabra.