A finales de septiembre en Las Vegas se abrió con un concierto de U2 la Esfera, un impresionante escenario de cien metros de altura, completamente futurista, que trasladaba a la gente a lo más profundo del inconsciente. Los irlandeses fueron elegidos primero porque tienen excelente relaciones públicas y segundo porque su álbum, Acthung Baby, cumplía treinta años. Grabado en Berlín, una ciudad que vivía a comienzos de los noventas notables transformaciones, presentó un punto de quiebre para el rock y para la música electrónica. Era el sonido del futuro. Canciones como The Fly o Zoo Station marcaron un derrotero que al final se terminó cumpliendo. Las imágenes son un estallido sicotrópico en la cabeza. Son muy parecidas a lo que viví en el 2018, la última vez que vi a Roger Waters en el Campín.
Forman parte de la mitología del rock la pelea entre Roger Waters y David Gilmour después de crear su última maestra, The Wall y que explotó en mil pedazos ese monolito llamado Pink Floyd. Desde entonces se formó una rivalidad entre ambos bandos, tan dura como la que pueden tener los hinchas de Boca con los de River. Waters asumió el concepto más radical, política y estéticamente hablando, del grupo. Y aunque Gilmour ha sabido responder con giras monumentales como Pulse, Roger Waters se ha sabido poner a la vanguardia de todo con su show.
Forman parte de la mitología del rock la pelea entre Roger Waters y David Gilmour después de crear su última maestra, The Wall y que explotó en mil pedazos ese monolito llamado Pink Floyd
Es que de su cabeza salieron las imágenes alucinadas de todo el disco de Dark Side of the moon, de baladas sicotrópicas como Wish you where here o Confortably Numb. Waters se inventó la tal esfera de Las Vegas hace años, por lo menos dos décadas, en un show que ha venido perfeccionando. Lo vi hace cinco años en el Campín, un espacio para 40..000 espectadores, y fue una experiencia faraónica, ¿Cómo será ahora en un escenario tan especial como el Med Plus, para veinte mil personas? Será un viaje. Las imágenes de su pantalla están hechas para ligar con su música, para que entre en la piel y todos los sentidos. No se necesita saber demasiado de la historia de Pink Floyd para estremecerse con un concierto de estos. Hay que tener sentidos para vivirlo. La vida pocas veces le pone al frente una oportunidad de hacer funcionar el cerebro en un 100 %. Waters logra el milagro.
Así que mientras muchos lamentan la muerte del rock otros vamos a celebrarlo este cinco de diciembre. Roger Waters vuelve con su banda y los mundos que desata desde sus máquinas.