La enfermedad no está en el cuerpo, título para crear de una vez polémica. Cuando más crecemos es cuando enfrentamos lo que no creemos o rechazamos, es la forma que la vida nos da para ampliar horizontes, para crear nuevos paradigmas y evolucionar. Esta es una invitación a estudiar un pensamiento ¿novedoso?, no, pero actual.
El origen de la enfermedad no está en el cuerpo, está en la mente y las emociones cuando entran en conflicto con la guía del alma. Es muy sencillo, piensa en los momentos en que el cuello se ha puesto tenso ante el estrés de una reunión; cuando hay dolor de cabeza a raíz de un problema que no nos da tregua; en los momentos previos al encuentro amoroso cómo la piel nos avisa; o el vómito —supuesto por la comida dañada— pero que va simultáneo a una discusión que no queremos tragar. También la gripa que agradecemos ya que nos permite dejar de asistir a esa reunión familiar o de trabajo que tanta pereza teníamos. Finalmente, para no aburrirlos, investiguen cómo las personas cardiacas tienen una personalidad específica, los obesos otra y las personas con artritis que se caracterizan por su dificultad en conectar con otros seres —inflexibles—. O recuerden la tronchada del pie por no ver un desnivel en la calle al estar distraídos por la mente. Es al estar distraídos de lo que sucede en la vida, por estar centrados en el futuro o el pasado —emocionalmente hablando— cuando la enfermedad anida.
El cuerpo es solo del depositario final. El cuerpo no es la enfermedad, es su manifestación física. El cuerpo es el terreno en que crecen las plantas cuyas semillas hemos sembrado en mente y emociones. El cuerpo enferma con el cáncer, la bacteria, el accidente o la autoinmunidad como resultado de la desnutrición energética que sufre con los pensamientos que trancan el fluir energético o con las emociones que se depositan desvitalizando los órganos. Para comprender esto tendremos que estudiar la anatomía del espíritu, la fisiología del alma, lo cual espero sea parte del currículo médico, académico, en un futuro cercano. Las evidencias de su existencia no se pueden tapar con las manos puestas al sol. El cuerpo es solo el vehículo que nos llama la atención a retomar el rumbo impreso por el alma.
La energía universal es espíritu, alma sutil, se condensa un poco en los pensamientos y emociones y se solidifica en el cuerpo, a donde ingresa a través de la red de nadis, de los canales de acupuntura y de los chacras, para llegar a hacer su influjo final en las glándulas endocrinas y el sistema nervioso, para de allí distribuirse a todas las células del cuerpo. Pero nada de esto necesitas saber si logras ante una enfermedad explorar las emociones que la agravan o mejoran, al igual que los pensamientos con los que hay bienestar o malestar. Conectas con el cuerpo. Se vuelve tu experiencia, tan personal que nada ni nadie puede arrebatarla por unas estadísticas o por otras teorías que acompañan al ser humano desde la industrialización o un poco antes. Tu resistencia a los hechos de la vida, el no mirar opciones y alternativas, la falta de creatividad, la obstinación o la fuga, se condensan en el cuerpo, allí donde solo ves los efectos —malestar— mas no el origen de la enfermedad.
Nos gusta responsabilizar a la bacteria, a la hormona, la inmunidad, el defecto bioquímico o la genética. Todas ellas sí actúan en el cuerpo y producen la enfermedad física, pero nos cuesta reconocer que nosotros y solo nosotros, fuimos quienes preparamos el terreno para que ello sucediera. Cómo sería de fácil curar si lo hiciéramos. En una próxima columna veremos cómo la medicina “científica” no cura las enfermedades crónicas, debido a que no quiere comprender que la enfermedad no está —o sea no se origina— en el cuerpo.
