De medallista olímpica a soldado nazi

De medallista olímpica a soldado nazi

Violette Morris ganó cerca de 50 medallas en distintas disciplinas. Una deportista homosexual a quien la sociedad francesa le arruinó la carrera y para desquitarse se convierte en espía nazi.

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marzo 29, 2015
De medallista olímpica a soldado nazi

Su historia tiene elementos dignos de cualquier guión de Hollywood: Nazis, homosexualidad, espionaje y guerra, por lo cual no es de extrañar que en cualquier momento sea llevada al cine. Violette Morris es la mujer quien durante la Segunda Guerra Mundial fue la más temida entre los nazis, se trata de una francesa que en principio nació súper dotada para los deportes pero que su propio país condenaría por su orientación sexual, albergando en ella el resentimiento suficiente para convertirse en una espía dispuesta a entregarle la Torre Eiffel a Hitler. Morris ganó cerca de veinte títulos atléticos en su país, desde boxeo hasta lanzamiento de peso. Aunque solo medía 1.65 metros y pesaba 75 kilos, ganó cerca de 50 medallas, participó aproximadamente en 200 partidos de fútbol profesional y fue primera en al menos dos docenas de carreras automotores.

Nació en 1893, era hija de un prominente militar francés y fue criada en un convento, sin embargo nunca tuvo el perfil de una jovencita de la alta sociedad francesa a principios del siglo pasado. Durante la Primera Guerra Mundial, se ofreció como voluntaria manejando una ambulancia en medio del campo de batalla sin importar las balas alemanas, con el fin de recoger soldados franceses y llevarlos al hospital antes de que murieran desangrados. Se estrenó en la Batalla de Verdún, donde manejó la ambulancia a través de uno de los campos más sangrientos en la historia humana, con dos millones de hombres matándose los unos con los otros en una masacre de nunca acabar que duraría 10 meses. Luego sirvió como mensajera en la Batalla de Somme, -la segunda más sangrienta después de la anterior- llevando suplementos, municiones y comida al frente de guerra francés.

Luego de la guerra Violette incursionó como medallista olímpica, ganando el oro en jabalina y lanzamiento de peso. Sin embargo la velocidad era una necesidad presente en su hambre de victoria, que exigía ser saciada detrás de un volante, por lo que en 1922 incursiona en el Bol d'Or, una carrera de 24 horas en la que los concursantes no solo deben perseguir el primer lugar sino permanecer despiertos todo el trayecto. Violette fue la primera mujer en participar, en aquél entonces quedó cuarta, y para 1926 tendría tres campeonatos consecutivos.

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A mediados de los años veinte también incursionó en el fútbol femenino y dio rienda suelta a la atracción sexual que sentía por sus compañeras de equipo. Su orientación nunca fue secreto y lo reconocía abiertamente, se vestía como un hombre, fumaba tres paquetes de cigarrillos al día, tomaba trago y cantaba en bares de mala muerte de la capital francesa. Finalmente se sometió a una doble mastectomía para extripar sus senos pues estos eran tan grandes que no le dejaban estar cómoda tras el volante en los carros de carreras, así mismo eran un rastro de aquella feminidad que nunca le interesó tener.

Tales comportamientos no agradaron al Comité Francés de Atletismo, entidad que por esa misma razón la vetaría del deporte y le quitaría todos los títulos ganados, prohibiéndole así la participación en los Juegos Olímpicos de 1928 y de cualquier otra competencia deportiva. Igualmente la prensa francesa de la época montó una campaña de desprestigio de tal magnitud a su alrededor que la dejó al borde de la quiebra y como única opción de supervivencia le quedó el dar clases de tenis a jóvenes aristócratas. Violette estaba humillada, arruinada, y desde entonces tanto su resentimiento como ansias de venganza se hacían cada vez más grandes conforme iban pasando los años.

En efecto, la oportunidad de desquitarse le llegaría en 1936 y paradójicamente de la mano de la alemana Gertrude Hannecker, una de sus antiguas rivales de las carreras que sabía de su odio hacia Francia por haberle arruinado la vida luego de haberle servido en la Primera Guerra Mundial. Hannecker estaba ahora dedicada al espionaje en favor de los nazis, y le hizo a Morris una tentadora oferta que no pudo rechazar. De entrada, fue invitada especial de Alemania a los Juegos Olímpicos de 1936, dejando atrás el capítulo de haber sido vetada por Francia de los de 1928.

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Desde entonces la francesa se une al Reich, y se dedicaría a cometer actos de espionaje en contra de su propio gobierno durante finales de los años 30. Cuando Francia cae ante Hitler en 1940, Violette Morris se vuelve tan temida que se le empieza a conocer como “La hiena de la Gestapo”. Era tal su imponencia que los nazis cayeron en cuenta que podían usar a la antigua campeona olímpica para torturar a sus prisioneros y sacarles información. Así fue como armada solamente con un encendedor y un látigo destruyó gran parte de la resistencia francesa y a espías británicos de la SOE, un ejército secreto creado por Winston Churchill, en donde pudiese encontrarlos.

Se volvió una pieza tan importante para el nazismo que la SOE organizó una misión especial para aniquilarla definitivamente, pues sus métodos de tortura y tácticas de espionaje representaban una auténtica amenaza. Fue así como a sus 51 años, el 26 de abril de 1944 –poco más de un mes antes del desembarco de Normandía- los comandos británicos y la resistencia francesa arremetieron en emboscada contra el carro en que se desplazaba, encendiendo una balacera fulminante para asegurar el fin de la mujer que murió haciendo una de las cosas que más le gustaban; manejar carros. Su cuerpo fue enterrado en una fosa común pues nadie quiso reclamarlo y hasta el sol de hoy es despreciada en Francia. Así acabó una mujer que puede ser percibida como héroe o demonio cuya historia nos recuerda la dualidad presente en el ser humano.

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