Es cierto, la filosofía no recobra la salud, pero sí el sentido de la cortesía y la cultura, ya que no es posible vivir sin certeza, sin eso que signifique goce a lo hedonista, igualmente es verdad que la filosofía se está poniendo de moda y por ello la edición de obras que dirigen hacia la superación, al valor de la autoestima y otros.
La postmodernidad ha demostrado un cambio en la historia de la filosofía, seguimos con los referentes clásicos, pero se han superado a pensadores de la talla de Heidegger, Sartre, Gadamer por aquello de elaborar teorías ambiciosas como consecuencia de la década de los ochenta y novena, también por la caída del muro de Berlín, e igualmente por la ambición de las superpotencias de apoderarse de los mercados, del petróleo, de las piedras preciosas, basta mirar Irak y muchos países árabes para darnos cuenta que se ha permeado el pensamiento, la ideología, la economía y arraigado los problemas sociales, entre estos, las desigualdades en todo sentido.
Basta leer a Byung Chul Han (coreano), Slavoj Zizek (esloveno) o a Hartmut Rosa (alemán), para entender que la filosofía ya no se hace desde la academia, de la escuela, desde el escritorio, el primero refiere a una sociedad del cansancio, el segundo a que vivimos una confusión total, este es el momento de la filosofía, mientras que el tercero aduce que la dialéctica de la aceleración hace que el mundo sea enteramente disponible para su posesión y explotación (Gómez, 2023), significando que hay que hacer reingeniería de la filosofía pues hay que entenderla a partir de los relatos culturales de la sociedad, del avance del universo y lo más importante la interpretación historiológica del hombre; no basta comprender al hombre, basta comprender su relación con la sociedad y la dinámica mundial.
Se nos ocurre interrogar los motivos del ataque de Israel a Palestina, del apoyo a uno y otro por parte de países vecinos y otros lejanos, buscando quién sabe qué, mientras en América ocurren situaciones risibles o ridículas en palabras de algunos entendidos, el cambio de gobierno de la derecha por la izquierda, de la izquierda por la derecha, que el centro, el centro derecha, es decir, una cantidad de grupos que en vez de ayudar lo que hacen es polarizar el mundo de las ideas, resultado de ello son las políticas de gobierno inconclusas, incongruentes, los líderes que nos dirigen habrá algunos locos, medio locos, o totalmente idos.
Ya no se teje un mundo de respuestas a las grandes preguntas de la epistemología, la ética o la antropología, y el mundo de los grandes relatos se ha acabado; albergamos dudas pues la certeza es provisional y relativa y ello como consecuencia de la postmodernidad que no ha avanzado; el dilema social nos mantiene en la ataraxia a la que se refería Epicuro, es decir, en la imperturbabilidad y ausencia de dolor físico, alma y cuerpo, pues ya no nos duele nada, no nos sorprende nada, nos acostumbramos a ser personas indolentes, no hay participación democrática a pesar de sufragar a veces no por el más digno, sino por el que nos de más.
Las palabras ya no pueden reducirse a una interpretación referencial y unidimensional, su naturaleza es explosiva y polisémica, generar una constelación inacabable de semántica, para que la comunicación sea tan importante como el signo, es decir, poder negar y afirmar simultáneamente.
Ello nos lleva a la elaboración de nuevas teorías e interpretaciones que permitan el protagonismo del que mucho se ha criticado; hay que cultivar la claridad para que las ideas convivan de manera elegante con las metáforas, los símiles, mitos y otras figuras literarias que enriquecen el conocimiento por un lado y al entendimiento por el otro.
La filosofía no es un caso aislado entre la psicología, la sociedad y la educación, pues las preguntas del pensamiento no pueden quedar abiertas, el valor universal no puede ser ingenuo, hay que cosechar transparencia y sencillez, un nuevo grupo de lectores de la dinámica universal de la sociedad, superando la barrera del tiempo en donde las alternativas sean ese constructo que superen la perplejidad, la angustia o el desaliento.
Recobrando la cultura de la filosofía se recupera el sentido de la cortesía, se incrementa la ambición para proporcionar respuestas convincentes, que permitan aclarar los grandes enigmas de la existencia, de la política, de los gobiernos y sus gobernantes, no claudicar en corrientes hermenéuticas, sino estar en búsqueda de sentido al que se refirió Viktor Frankl. La misión de la filosofía es acompañar al ser humano en esa tarea.