Probablemente usted ha asistido a alguna consulta médica donde el profesional de la salud pone más atención a la pantalla del computador que a lo que usted va diciendo. No es nada nuevo. Yo me di cuenta de esta tendencia en 1975 cuando asistí por primera vez a revistas clínicas, rounds, en los EE. UU. Ya en aquel entonces se le ponía más atención a los datos de laboratorio que a la narración del paciente. Y he visto antiguas ilustraciones de la medicina medieval donde los facultativos daban la espalda al paciente para consultar entre todos un gran libro, muy seguramente Galeno.
Pero el peligro de consultar computadores, libros o la misma biblioteca de Alejandría en su época radica en buscar allí solo información y no formación, solo buscar qué pensar y no cómo pensarlo, buscar solo datos y no “imaginación moral” (The call of stories: teaching and the moral imagination, Robert Coles MD, 1989). Actualmente esta incapacidad de los médicos para leer con profundidad se ha vuelto más peligrosa ante la abrumadora presencia de grandes y rápidas redes de información en la práctica clínica cotidiana. Los profesionales de la salud estamos perdiendo la habilidad de “leer” textos y personas reflexiva y empáticamente. Y la necesidad de llenar formatos e historias clínicas electrónicas empeora la situación.
Durante mis años de práctica leí miles de artículos y revistas. Pero solo unos pocos libros de medicina y biología cito repetidamente y hoy reconozco su profunda influencia en mi pensamiento. En estos días de asueto quisiera recordarlos y releerlos en mi corazón para ustedes. Pues los médicos nos hemos convertido en pésimos lectores (repito, de libros y personas). Aquí van pues 4 libros y 4 ideas:
En las vacaciones anteriores a mi curso de bioquímica compré El Azar y la Necesidad de Jacques Monod, Nobel de Medicina en 1965. Llevé el libro a clases ya leído y subrayado. Una profesora se sorprendió que lo tuviera y me lo pidió prestado. Nunca me lo devolvió o lo perdí y lo tuve que comprar de nuevo, glorioso destino de los buenos libros. ¿Qué idea fundamental me dejó Monod?
Que la vida biológica tiene dos fuerzas en combate íntimo, dos ejes en su diseño esencial. Las proteínas funcionales o estructurales (enzimas metabólicas, receptores de membrana, microtúbulos del citoesqueleto, etc.) que determinan lo que somos, cómo vivimos y nos comportamos bioquímicamente, la Necesidad. Y los ácidos nucleicos (ADN, ARN, en sus distintas formas) que contienen la información para construir lo anterior y son el producto del Azar con sus mutaciones. El epígrafe del libro era la enigmática frase (Todo es producto del azar y la necesidad) atribuida al presocrático Demócrito, el Filósofo que Ríe, materialista y fundador del atomismo. Esa fue mi lectura e interpretación en aquellos días.
Años después al releer a Monod observé que para él el Azar eran las proteínas y sus pequeñas variaciones, y la Necesidad eran los ácidos nucleicos y su información obligatoria. Hoy en verdad no sé que es azar y qué es necesidad. Pero lo importante es que la lectura de ese libro alimentó un provechoso combate, palabra importante para Demócrito, conmigo mismo durante años que me maduró y formó no solo informó.
Es también interesante que en aquellos años yo era un joven católico de izquierda (¿recuerdan a Camilo Torres y luego la Teología de la Liberación?) pero el materialismo de Demócrito y Monod no me convirtieron en ateo. Eso fue otro combate (“El buen combate de la fe” como escribe el Apóstol a Timoteo) alejado de la bioquímica. En resumen, la lectura de El Azar y la Necesidad es un buen ejemplo de los libros que lo forman a uno.
Un año después cursaba patología, el estudio de las enfermedades, que se convertiría después en mi especialidad y trabajo clínico. Seguía semana a semana las columnas que publicaba un reconocido patólogo en la más importante revista de medicina norteamericana, The New England Journal of Medicine. El título de la sección escrita por Lewis Thomas era “Notas de un espectador de la biología” y ellas fueron el embrión de estas columnas en Las 2 orillas siendo la emulación la forma más íntima y personal de elogio. Era un ardoroso fan de Thomas quien discutía temas de medicina, antropología, etimología, música y transmisión del conocimiento médico. Todo eso despertó mi vocación actual de comunicador en salud.
Se publicó la primera colección de sus columnas titulada The lives of a cell (Las vidas de una célula, 1974) y la principal enseñanza que me dejó ese libro es paradójica siendo yo patólogo: las células en realidad no existen. No estamos formados por ladrillos sino por comunidades submicroscópicas de fragmentos biológicos. El mismo mundo no es sino una gran célula comunitaria. Seguiré explicando esta visión la próxima semana.