Los 13 mil habitantes de Montabaur, un apacible pueblito ubicado en la región de Renania-Palatinado, vieron esta mañana como su tranquilidad era abruptamente interrumpida. Frente a la casa de los Lubitz, decenas de carros de la policía se estacionaban para hacer un repentino allanamiento. El hijo de Gunter y Patricia, el piloto que era el orgullo de la familia, había sido acusado de matar a más de 140 personas.
Nadie podía creer lo que estaba pasando, ni los habitantes de Montabaur, ni el director del club local de Bremen en donde Andreas Lubitz obtuvo su primera licencia de vuelo, ni Carsten Spohr, presidente de Lufthansa que había comprobado, en continuos y exhaustivos test que el joven de 28 años no tenía ningún problema sicológico. Lo único extraño que se podía decir de él es que interrumpió ,de una manera misteriosa, sus estudios hace seis años durante unos meses en los que literalmente desapareció. Padre de dos hijos, Andreas era querido por todos los que lo conocían y ninguno lo pudo calificar como una persona depresiva, al contrario, en todas las declaraciones aparece como una persona con gran sentido del humor.
Sin embargo, la caja negra encontrada entre los restos de hierros retorcijos, de amasijos de carne chamuscada, lo señala como el principal responsable del accidente en donde los 144 pasajeros que iban en el Avión de Germanwings perdieron la vida.
A pesar de lo que dijera la aerolínea alemana, Andrea había estado incapacitado por estrés laboral. En el 2009 había sido diagnosticado con el síndrome de burnout, de allí el medio año en el que misteriosamente desapareció.
Era un vuelo corto el que tenía que cubrir el Airbus 230. Entre Barcelona y Dusseldorf hay apenas dos horas. Habían superado buena parte del viaje, el avión ya estaba a 30 mil pies de altura, el comandante, identificado como Patrick S, se relajó, se levantó y le dio el mando del vuelo a Lubitz. En la grabación se escucha como la puerta se cierra, una silla se reclina y el copiloto respirando tranquilo sin ninguna alteración.
Después vendría lo inexplicable: el airbus, comandado ya por Lubitz, empieza a descender sorpresivamente. Detrás de la puerta se escuchan golpes que cada vez van aumentando en intensidad y desesperación. Los pasajeros se dan cuenta de la situación y gritan histéricos. La alarma, que indica que el avión está perdiendo altura, se activa. En la cabina, Andreas Lubitz permanece inmutable. El comandante da la calve una y otra vez para abrir, pero la compuerta permanece cerrada; desde adentro el copiloto la ha cerrado. Se escucha el cuerpo de Patrick S. golpear una y otra vez la puerta pero ésta no cede. El descenso termina ocho minutos después con el golpe seco que se dio el avión contra uno de los riscos que conforman el macizo de Trois Eveches. La tragedia se ha consumado.
La confirmación de que la causa del accidente había sido por un acto deliberado del copiloto del avión de Germanwings, compañía filial de Lufthansa, ha generado estupor. Las teorías empiezan a pulular e incluso no se descarta que haya sido un acto terrorista, a pesar de que Andreas Lubitz no contaba con un perfil que lo pudiera hacer sospechoso de pertenecer a algún grupo extremista. Por su carácter jovial y aparente cordura, tampoco se cree que haya podido haberse suicidado arrastrando con él a 144 personas entre los que se incluía al arquitecto payanés Luis Fernando Medrano y la estudiante bogotana en Alemania, María del Pilar Tejada.
Por lo pronto las acciones de Lufthansa y otras aerolíneas caen dramáticamente y desde ya se implementan medidas para evitar que una tragedia de estas proporciones pueda volver a repetirse.
Los padres y los dos hijos de Lubitz acaban de llegar a Barcelonnette, localidad cercana al lugar del siniestro. Llevan en sus manos ofrendas florales y en su pecho el dolor y una pregunta que nadie podrá resolver por ahora ¿Qué pasaba por la cabeza de Andreas en los ocho minutos que duró el descenso que lo llevaría hasta la muerte?