“Yuuuca, yuuuuca, yuuuuca, la buena yuuuuca”, era el sonsonete con el que rompía la rutina en las tardes al caer el sol, y todos los vecinos sabíamos que se trataba del mismo viejo que tenía la costumbre de salir a las calles a promocionar su producto como uno de los mejores de la región, porque era traído desde las sabanas sinceanas en unos costales de fique a un precio que debía estar al alcance de todos, porque no era mucho lo que le duraban los dos quintales que siempre traía a nuestro viejo y querido pueblo de El Bagre.
Entonces llegaba a la casa y con toda la tranquilidad del mundo, como si no quisiera hacer la venta, procedía a desenganchar la carga de la angarilla de su burro, - y para quienes no se acuerdan qué era esa pieza tan nuestra y tan olvidada -, digamos en pocas palabras y a mano alzada, que se trataba de un armazón de madera dividida en dos partes, una a cada lado del lomo del animal de carga, y unidas como en ele, bien con unas pequeñas tablas en medio, o como las hubiera pedido el cliente, porque hasta mi papá las hacía en su carpintería, y una vez el viejo Basilio desenganchaba la carga, que así se llamaba nuestro personaje, procedía con la misma paciencia de Job a sacar del costal dos o tres yucas, cuyo peso era calculado con plena certeza en un artilugio doméstico hecho por él mismo, que incluso hasta pensé que era sacado de su imaginación, llamada por él como pesa de totumo.
Dicho de otra manera, ese famoso trasto estaba compuesto de una base hecha en madera que se parecía más a un zapato, con una base ancha y con mucho peso atrás, amarrada con una pita a un totumo, a su vez enganchado por medio de tres orificios por donde le cruzaban la pita.- Tiempo después al totumo lo jubilaron y lo cambiaron por una pequeña ponchera de aluminio: una señal de progreso.-
Visto más de cerca, uno se daba cuenta que el mango tenía muchas rayitas hechas con una bárbara precisión de cirujano, que en principio no sabía para qué demonios servían, hasta que me di cuenta que allí estaba el secreto del famoso artefacto.- Una rayita: una libra; dos rayitas, dos libras; y así sucesivamente, pero no pasaba de seis y no me pregunten por qué.
Aquellas pequeñas cosas vinieron a mi mente en esta mañana de sábado y hasta ahora me doy cuenta que ellas solas comprendían el mundo que hasta entonces comenzaba a descubrir, sin saber que ese producto, uno de los más codiciados porque servía para todo en las comidas, y hablo de la yuca, fue uno de los hilos que unió a tantas familias que llegaron con sus costumbres al pueblo, que me parece que es lo mismo que dicen hoy del tal “tejido social”.
Me puse a averiguar y supe que la yuca es un tubérculo cuya raíz es comestible, originario de América del Sur con Brasil como su origen, y que el hombre introdujo en su menú hace unos 5.000 años y que en nuestro país se producen cerca de 2 millones de toneladas al año, siendo la región del Caribe la que más aporta con el 50 % del total nacional.- Para que vean que de algo sirve la política cuando comienza a aburrirlo a uno con tantos resultados, cifras, excusas y un largo etcétera, pero a ella habrá que volver.-
Claro que podría extenderme en muchos de los usos y de las derivaciones que por allá se le daba a este producto, como cuando nos servía para hacer el famoso almidón que usábamos para pegar cuánta vaina hubiera que pegar, incluso los famosos afiches de propaganda política y terminar, con sumo cuidado, las cometas de agosto.- Con razón alguien dijo que la yuca no aburre.-
Al viejo Basilio se lo tragó la historia y nunca más supimos de él desde la segunda toma guerrillera y los muertos del famoso paro cívico que hubo por allá un mes de febrero de no sé qué año –por que este sábado es para recordar las cosas buenas – pero esté donde esté él debe saber que sin su concurso, nos hubiéramos privado de conocer semejante alimento.
Entonces, desde aquella cacerola en donde el viejo Basilio pesaba la yuca, que luego mi mamá echaba a una olla de donde salía con un gusto que hasta ahora me doy cuenta falta me hace con un plato de carne salada y el debido suero, recuerdo la voz de una paisa de hace apenas tres años y dos meses, cuando me preguntó con inspirado acento: “¿Y tú, que tanto le ves a ese pedazo de yuca?”
Es que tú nunca has saboreado el manjar que es un plato de arroz blanco, salpicado con medio litro de suero y un perol lleno de yucas al lado, le dije y salimos a la calle, a buscar ese producto que hoy venden en porciones precocidas en los tales almacenes de cadena, para descubrir con una lágrima en el alma, que no es la misma yuca de El Bagre, la que el viejo Basilio nos vendía y esa vaina produce nostalgia.
La madre que sí.