Confieso que escuchando ciertos pasajes del discurso de Joe Biden el mismo día de su regreso de su viaje a Israel pensé que no era él quien hablaba sino Teresa de Calcuta. Porque la verdad es que no parecían suyas sino de la santa sus muestras de dolor no solo por las víctimas israelíes sino también por las palestinas y especialmente por las que murieron en el atroz bombardeo del hospital bautista Al Ahí de Gaza - “que no fueron causadas por los israelíes”, como afirmó en contra de la opinión de numerosos testigos y observadores. Conmovedoras igualmente sus palabras cuando contó que la semana pasada, “aquí en América”, “una madre fue brutalmente apuñalada” y “un niño de apenas 6 años asesinado en su residencia en las afueras de Chicago”. Ambos, víctimas de la misma islamofobia que se desencadenó a propósito de los atentados del 11 S y sobre cuyo resurgimiento alertó.
En otros pasajes del mismo discurso, sus palabras fueron en cambio las de un firme candidato al Premio Nobel de la Paz. Contó que había dicho en Israel que “por difícil que sea no podemos renunciar a la idea de la paz y a la solución de los dos estados. Israel y los palestinos merecen vivir en seguridad, dignidad y paz”. Y que, en su reunión con Abbas, el presidente de la Autoridad Palestina, le había reiterado el compromiso de los Estados Unidos “con el derecho a la dignidad y a la autodeterminación del pueblo palestino”.
No sé que le respondió Abbas, pero no es en absoluto descartable que pensara que esas mismas palabras, dichas por gobernantes y políticos norteamericanos, las venía escuchando desde la firma de los Acuerdos de Oslo I y II de 1993. Los acuerdos que, con el patrocinio de Bill Clinton, firmaron el primer ministro israelí Isaac Rabin y el líder palestino Yasser Arafat. El asesinato del primero y el envenenamiento del segundo confirmaron que esas palabras eran vanas, porque lo que vino después fue una intensificación de la política israelí de despojo de los palestinos de sus casas y sus tierras y su reemplazo por nuevas oleadas de inmigrantes judíos europeos. Hasta la situación de hoy: el mapa Cisjordania convertido en una piel de leopardo donde las manchas son los islotes donde están confinados los palestinos y la Franja de Gaza convertida en una prisión al aire libre rodeada por los 73 kilómetros de un muro impenetrable y vigilado por cámaras 24 horas al día.
Cierto, cabría pensar que Biden, el senador que con tanta decisión apoyó en su día la invasión de Irak, haya aprendido de esta y otras igual de horribles experiencias bélicas la lección de que la guerra no resuelve ningún problema, sino que por el contrario lo agrava. Y que, por lo tanto, esta vez las palabras de un presidente de los Estados Unidos si son genuinas y que está por fin dispuesto a cumplir lo que promete.
Una petición en principio humanitaria que encaja en la táctica israelí de desplazar al sur la población gazatí antes de su ofensiva final sobre el norte para “aniquilar a Hamás”
Me temo, sin embargo, que esta vez tampoco va ha ser así. Porque al mismo tiempo que Biden leía los pasajes más pacifistas de su discurso, Israel continuaba los despiadados bombardeos de Gaza con el fin de obligar a un millón cien mil de sus habitantes a abandonar sus hogares y a desplazarse al sur, donde ahora mismo están mucho más hacinados y desamparados de lo que ya estaban. Es imposible de creer que Biden no supiera nada de estos planes y menos aún que los desaprobara. En su discurso pidió que se abriera un corredor humanitario para llevar ayuda una Gaza a la que Israel le había cortado el agua, la electricidad y los alimentos inmediatamente después de los ataques de Hamás. Una petición en principio humanitaria que, sin embargo, encaja perfectamente en la táctica israelí de desplazar al sur a toda la población gazatí, antes de emprender su ofensiva final sobre el norte con el fin de “aniquilar a Hamás”, como ha afirmado su ministro Defensa. Otra prueba de la aprobación por parte de Biden de la política israelí de tierra arrasada y ningún miramiento a la población civil son las votaciones de Estados Unidos en contra de dos proyectos de resolución presentados al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que pedían un cese al fuego inmediato con el fin de salvar vidas humanas inocentes.
En otro de los pasajes de su discurso, Biden afirmó que “Estados Unidos y nuestros aliados estamos trabajando por un futuro para el Oriente Medio, uno donde la región sea mas estable y mejor conectada con sus vecinos (…) con mercados predecibles, mas empleo, menos conflictos y menos guerras”. Un futuro deseable, desde luego, pero es muy difícil de creer que se pueda conseguir bajo el liderazgo de Estados Unidos que, en lo que va corrido de este siglo ha invadido a Irak y a Siria, apoyado la invasión de Yemen por Arabia y acaba de dar luz verde a Israel para que consume la “solución final” del problema palestino destruyendo a Gaza y condenando a sus supervivientes al enésimo exilio.