Van y vienen, cruzan ríos, montañas, abren trochas, se asientan en lugares inhóspitos, labran la tierra, los esclavizan, construyen caminos, fundan pueblos, plazas, iglesias y barrios. Se desplazan, huyen a lugares ignotos con sus mujeres y niños, regresan, los encarcelan, los acusan de todo y de nada. Son los condenados de los tiempos modernos, los desheredados de la tierra de todos los tiempos. No tienen patria. Viajan de sur a norte, los reclutan para “salvar la patria”, mueren en guerras que no les pertenece. Van a otras guerras, gritan y sueñan y mueren con la miseria a cuestas.
Son los inmigrantes, indocumentados, los infelices, hijos de la nada, los miserables como los describe en su obra magna, Víctor Hugo, el escritor francés. Afirma el historiador tolimense Hermes Tovar Pinzón en: Emigración y Éxodo en la Historia de Colombia: “Caravanas enteras se revolvían sobre el territorio de la actual Colombia, por llanos y selvas, montañas y ríos en un esfuerzo por preservar su cultura, lejos de las zonas de conflicto. Pueblos de aquí se asentaban allá y los de más acá tuvieron que refundar su cosmos en las tierras de otros lados.
Estos desplazamientos dejaron un mapa etnológico confuso en la historia de Colombia”. (...) “Pero huir no es como en los años de 1950, cuando era posible buscar un nuevo lugar para refundar la casa y el patrimonio. En nuestros días, huir es revolverse sobre sí mismo, es no tener lugar de destino ni esperanza de retorno. Huir es casi morir con el espacio, con los referentes culturales, con los sueños y en el intento de sobrevivir. Huir es no llegar a ningún destino”. (...) “Enfermos de miseria miles de desplazados llegan sin Visa hasta las aldeas globalizadas. Una población, la cual, al convertirse en refugiados, queda “expuesta a maltratos y abusos de las fuerzas militares” de países vecinos y amigos, “bajo la consideración de que se trata de narcotraficantes o de colaboradores de los actores armados colombianos”.
Entonces son comprensibles las leyes de extranjería cuyas murallas quieren detener los sueños de paz, de vida y de orden de estos desterrados de la guerra”. Los migrantes e indocumentados viajan en rebusque, al otro lado, en busca del “sueño americano”. “Es espantoso solo de imaginarlo y terrible el vacío que dejan en sus países y lo que tienen que vivir en la travesía, nos dice Ilka Oliva Corado.
Para enfrentarse posteriormente a un sistema que los denigra por no tener un papel que los acredite como seres humanos con derechos laborales”. (...) “Duele en las manos de las mujeres que limpian casas, en la artritis de los huesos, en los brazos de las niñeras que cobijan niños ajenos mientras los propios se quedaron en la tierra lejana a cuidado de los abuelos o las tías; la patria entonces es un vacío insondable”
Las migraciones han sido una constante y una característica distintiva de la historia de Colombia desde el día que los invasores españoles se apropiaron del territorio con el beneplácito de la “divina providencia” y esclavizaron con criollos, mestizos y patriotas a millones de humanos que vivían en esta parte de Abya Yala en sana paz con sus mujeres, sus hijos y sus dioses.
Desde entonces una nube de humanos deambulan en busca de una patria u otro cielo que los libere de sus miserias y anónimas desgracias. Son los migrantes, los desplazados, los sin nada. Los condenados de la tierra.