Todo el mundo marcha a prisa por estos días; especialmente nuestras ciudades bullen en una aceleración de todos sus cruces y movimientos proyectando un activismo de la sociedad que raya en la angustia; pongamos solo algunos ejemplos:
En el ámbito de los poderes políticos y públicos, el gobierno nacional acelera su carpeta de reformas y la oposición se ocupa de montar una agenda agresiva para enfrentar los argumentos de cambio y para promover mediáticamente una imagen de caos generalizado en el país; en el caso de los relevos en posiciones del poder judicial, Corte Constitucional, Fiscalía, entre otros, hay velocidad en acudir a promover la mutua desconfianza entre los actores institucionales involucrados; en el campo de la búsqueda de paz y reconciliación, el gobierno marcha a instalar acuerdos parciales con actores regionales de la violencia, pero en las regiones corren las voces de estupefacción ante injustificadas situaciones de agresión a las comunidades; los organismos de prevención del riesgo y los territorios de mayor vulnerabilidad impulsan mecanismos para paliar los efectos del verano y para prepararnos para el período invernal radicalizado por el fenómeno del Niño que se viene; y para sumar al entorno turbulento, una confrontación de alcances internacionales en Gaza también nos lleva ligeros a la confrontación ideológica; el enfrentamiento no para, es la velocidad del juego político fuerte. Ver noticieros y documentos informativos por estos días estresa.
En los ámbitos regionales y locales, los gobiernos salientes corren a cerrar sus ciclos, a entregar sus obras, a concluir sus contratos y con el sol a las espaldas tratan de lograr en pocas semanas lo que no pudieron hacer en cuatro años; por otro lado, las y los candidatos a alcaldías y gobernaciones van desbocados tratando de instalar relatos muy simples e incluso precarios que hacen énfasis en proponer biografías e individualidades elegibles por las ciudadanías, lo cual se hace atacando simbólicamente a los competidores, generando un gran barullo de violencias narrativas que generan poca confianza, tanto en las elecciones como en los proyectos en disputa. En este ámbito electoral, las redes sociales se han constituido en un cuadrilátero para enfrentarse con malos tratos, odios y noticias falsas, mientras los análisis y propuestas de sociedad brillan por su ausencia o por la banalidad de las que se logran escuchar en el juego de algoritmos
En el ámbito económico ya se sabe que “desde septiembre se siente diciembre” y las grandes plataformas de comercio nos conducen con sus dispositivos de publicidad a un gran aquelarre que hace del fin de año y la navidad un ducto de consumos que se alimentan de la expectativa del encuentro y la fiesta; las cosas, el estreno, el regalo de marca, la compra de experiencias de espectáculo y vacaciones formateadas, terminan usándose y poniéndose por encima del encuentro, del balance y del regreso a la familiaridad y a la vecindad hospitalaria. Por esa razón las gentes, las multitudes, corren a trabajar más fuerte, a endeudarse, a rebuscar los recursos para poder asistir a fiestas tan masificadas como, contradictoriamente, solitarias. Los vecindarios se sienten, abruptos, raudos, callados y prevenidos. ¿Cuál es la tensión que se puede observar? Podría pensarse que de todos esos activismos van a salir muchas realidades nuevas; parece sin embargo que no es así, puede ser que estemos asistiendo al mismo guion de siempre con distintos actores.
Se necesita menos voluntarismos institucionales y más capacidad de acción compartida con los territorios y las comunidades ante los proyectos de nuevos gobiernos con viejo talante
La sociedad está agotada ante problemas económicos, ambientales, políticos y culturales que no son de ahora, hay falta de escucha y comprensión de las contradicciones, se busca abordar las problemáticas irresueltas con las mismas estrategias, valores y estéticas que las han generado. Como están las cosas se necesita menos voluntarismos institucionales y más capacidad de acción compartida con los territorios y las comunidades; ante los proyectos de nuevos gobiernos con viejo talante, se van a requerir movimientos ciudadanos y sociales que tengan capacidad de ejercer con prudencia la protección de la vida y la democracia; ante la tendencia a someter todo a transacciones económicas, es necesario recuperar una sensibilidad desde el cotidiano que vaya más allá de la mercantilización, el individualismo y el egocentrismo.
Una transformación de estas prisas que son más de lo mismo implicaría explorar creativamente otras formas de cuidar y expandir la vida, es decir, otra manera de vivir esta época, en la cuales se puedan escuchar más despacio las situaciones que nos atraviesan. El año se extingue, es también una forma de decir que la sociedad se percibe agotada y que se necesita, a propósito de los rituales del tiempo, mediar las carreras, hacer balances, pensar cómo estamos actuando y relacionándonos con nuestros entornos. Quizás entonces podremos generar nuevos ritmos, espacios y temporalidades para que la vida común sea más llevable y esperanzada.