Una lectura actual al escaparate del mundo, de Latinoamérica y del país nos remite a la imagen de profundos desencuentros y disputas. La forma como se tramitan las tensiones de este tiempo genera gran escepticismo sobre la condición humana y sobre el devenir en convivencia de nuestras sociedades. ¿Cómo afrontar este tiempo, sin dejarnos colonizar por la incertidumbre?, veamos algunos síntomas.
No para la confrontación entre Ucrania y Rusia, se radicaliza la confrontación entre Israel y Palestina que involucra al mundo árabe, en las fronteras de Europa y en Norte América el drama de los migrantes presiona los países metropolitanos y demanda de sus reservas humanitarias y de solidaridad; en América latina el virus del narcotráfico deja centenares de muertes y la violencia política en México, Ecuador y Argentina registra una gran incertidumbre sobre el futuro de nuestros países. En esos contextos, lo primero que se sacrifica es la posibilidad de la confianza básica para tramitar los conflictos y para establecer unas transacciones mínimas que aseguren el vivir cotidiano.
En Colombia asistimos a nuevas olas de criminalidad en las regiones y a una gran confrontación política a propósito de las elecciones locales y regionales a realizarse el próximo 29 de octubre, que tienen mucha carga de violencias simbólicas, aquellas que dejan salir estereotipos, estigmas, enfrentamientos personalistas, estrategias de mentira y difamación que hiper inflaman la sensibilidad respecto al habitar en común; asuntos como estar permanentemente prevenidos ante los posibles riesgos de agresión, dudar de todo el que no esté en la propia esfera de conocimiento y cercanía, asumir como enemigo al que no piensa como yo, del cual primero hay que denigrar y después hay que atacar, son los principales síntomas que se observan en pueblos y ciudades; se trata de síntomas de intolerancia, fundamentalismo y en síntesis de crisis ética que configura un entorno moral precarizado.
Los síntomas que se observan en pueblos y ciudades son de síntomas de intolerancia, fundamentalismo y en síntesis de crisis ética que configura un entorno moral precarizado
Sucede que no estamos cuidando suficientemente nuestras relaciones de mundo compartido, nuestro ambiente de vida. La velocidad de las comunicaciones, lo abrupto de los procesos económicos y políticos, las angustias de la sobrevivencia, nos arrasan la capacidad de reflexión sobre el vivir y especialmente sobre las posibilidades de convivencia y de la protección de lo común. Aclaremos un poco este asunto en la perspectiva del entorno o ambiente moral que remite al conjunto de relaciones, vínculos, prácticas y actos que sostienen los agenciamientos personales y sociales; se entiende que los comportamientos humanos están atravesados por intereses, por referentes culturales e ideológicos, por confrontaciones permanentes; sin embargo, también implican la pregunta ética por la reflexividad humana y por un sentido de vida compartida. Cuando en el fragor de la lucha y en el vértigo de las situaciones de disputa, no tenemos suficiente atención a las relaciones que tenemos con el mundo, con la sociedad, con las cosas, con los espacios, con los procesos colectivos, con los congéneres, se nos nubla el actuar y podemos terminar siendo parte de agendas y narrativas del mal.
En ese contexto, es importante poner más atención a nuestros actos en el sentido ético de la palabra. El acto moral involucra reconocer las motivaciones, los valores, el discernimiento de los propósitos y las formas de llegar a ellos, la reflexión sobre la acción y el comportamiento de cada uno frente a la búsqueda de los objetivos propuestos; especialmente es clave que pensemos en las consecuencias de nuestros actos y seamos consecuentes con los balances que vamos estableciendo para el vivir.
Estos son tiempos difíciles para ejercer la libertad de pensamiento y acción, se necesita tener la mayor capacidad de reflexión para evitar ser usados por los discursos de odio, por los intereses mezquinos, por las mafias políticas y económicas que al final viven del crimen y de la banalidad de sus ambiciones. No ser idiotas útiles, no dejarse colonizar por hordas que predican instrumentalmente valores altruistas, pero tienen prácticas violentas y depredadoras de la vida, es quizás un esfuerzo necesario para este momento, se trata de cuidar nuestras relaciones con el mundo.