En 1938 un holandés denominaba al hombre, en tanto especie, como Hommo Ludens (hombre que juega). Aquella clasificación, palabras más, palabras menos, se debía a que Johan Huizinga, quien es el holandés a quien me refiero, planteó que el juego es consustancial a la cultura humana.
Así las cosas, quiero tomarle la razón a Huizinga y pensar que nosotros los colombianos hemos estado jugándonos el país como premio los últimos 200 años. Primero nos jugamos el país con jueguitos de guerra. El juego de la Independencia, el juego de los Conventos o de los Supremos, el juego de los Federalistas y Centralistas, el juego de los Mil Días, el juego de la Violencia… sin mencionar los innumerables juegos civiles y el juego del conflicto armado que es al que quiero llegar y por lo mismo atañe a estas líneas.
El conflicto armado ha sido el juego más largo (1964-¿?) quizá porque nos ha parecido el más divertido; llevamos cientos de miles de perdedores, pero las recompensas de los ganadores, a parte del país, son asombrosas: tierras, dinero, rutas comerciales, fama, poder… no obstante los participantes se están aburriendo y desde hace algunos años se han inventado un nuevo juego; a saber, el juego de la paz.
Con el juego de la paz las reglas han cambiado, no es como los juegos anteriores donde se hacía; ahora en el juego de la paz se trata más de decir que de hacer o eso es lo que dan a entender. Se dice reconciliación, se dice justicia, se dice reparación, se dice verdad. No importa qué tan histriónicos sean los jugadores, porque este juego de la paz no ha requerido actuar demasiado, lo importante en el juego de la paz, al parecer, es la grandilocuencia, por eso las palabras se han vuelto importantísimas; de hecho el juego de la paz es un juego de mesa.
Hay mesas para unos jugadores llamados victimas, otra mesa para los llamados victimarios, mesa para asesores, mesa para los que únicamente quieren ver, que por lo regular son de otros países, ya que presuntamente en el juego de la paz no se permiten jugadores extranjeros.
Lo curioso es que en el juego de la paz se está haciendo trampa, pero como es el juego de la paz los árbitros del juego son consecuentes y dejan que se haga, lo digo porque no queda muy claro los bandos, hay momentos en que los victimarios parecen más víctimas que los propios, tachando incluso de victimarios a los jugadores llamados victimas.
Por supuesto, el juego de la paz no es fácil. El decir es más complicado que el hacer, y como son tantas las palabras que se dicen y tan pocas las cosas que se hacen, el olvido y la confusión imperan, de ahí que los roles de los bandos tiendan a confundirse y si a eso le sumamos que hay otro bando llamado gobierno, las cosas se tornan peores, porque éste, dentro de todo lo que se ha dicho, a veces aparece como víctima, otras como victimario y siempre, indefectiblemente, no es aceptado ni por unos ni por otros. Además es pésimo perdedor, porque en las penitencias que ha debido cumplir, que vienen siendo indemnizaciones, disculpas públicas, restituciones, inversión social, se hacen los confundidos; sin embargo son los más empeñados en que se siga el juego.
No quiero señalar si el gobierno se hace o está realmente confundido, lo que sí es claro es que entre lo que dice y lo que hace pareciera que está jugando a la paz con la dinámica de la guerra. No digamos en el juego del conflicto armado, sino nuevamente con un juego civil, pues hay que ver como dice paz, pero hace guerra con los camioneros, la gente de a pie, los agricultores, los indígenas, las comunidades afro… y entre tantas acciones y palabras que vienen y van yo solo me pregunto si es con la guerra o la paz que alguien se va a ganar el país que nos jugamos.
En el juego de la paz nos estamos haciendo trampa
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