Es hermosa y casi frágil. Eso puede decir quien no la conoce porque ciertamente es bella muy bella y, a la vez, delicada en gestos y en su cuerpo delgado. Es inteligente y muy fuerte. Eso puede decir quien la haya leído porque ciertamente sus columnas de opinión son demostración de su talento, de la mujer culta y sensible que es, de sus posiciones polémicas y frenteras. Ella es incómoda, dirán los poderosos. Ella es necesaria, decimos los ciudadanos. Ana Cristina Restrepo es hoy una de las más importantes voces del periodismo de opinión en Colombia, una de las periodistas más influyentes que se puedan encontrar en provincia (porque para pensar bien no hay que estar en Bogotá) puedes leerla semanalmente los miércoles en El Colombiano y los sábados en El Espectador. Su firma es suficiente motivo para visitar las páginas de un periódico. Su pluma es razón suficiente para entregarse a la lectura de un libro. Su nombre le da buen nombre a la facultad de comunicación en EAFIT en la que dicta clases y las palabras suyas en su voz son buen motivo para escuchar la radio nocturna en la emisora Cámara FM en la que realiza el programa Página en blanco. Ana Cristina nos reconcilia con el periodismo en un país en que la decepción está a la orden del día.
Ana Cristina es hija, hermana, madre, esposa.
Ana Cristina es una de esas mujeres que puedes admirar con facilidad porque es consecuente. Actúa como piensa. Y en esta ciudad, Medellín, que por momentos sigue siendo una parroquia salida de los relatos de Tomás Carrasquilla su postura de mujer que no calla resulta ser transgresora para algunos, incomprensible para otros, aplaudida por muchos.
Es sábado.
Suena el teléfono.
Ella contesta.
Al otro lado una voz que nunca antes ha escuchado le llama por su nombre y le habla de su familia y lo que sigue es un rosario de insultos de grueso calibre y amenazas que prometen muerte con balas de algún calibre, digo, para resumir la llamada.
Ana Cristina no es cobarde, es consciente. Ella ya ha leído mil y un insultos en los comentarios de sus columnas de opinión, conoce incluso la mirada desaprobadora de padres de familia del colegio de sus hijos porque ella dice lo que dice igual contra un expresidente que a favor de un campesino. Y ante lo que sucede en esa llamada matutina una vez más decide ser consecuente: una amenaza se denuncia, no se calla.Y eso hace. La acompaña su esposo Jeremy McDermott, también periodista como ella, fundador y codirector del portal In SightCrime, uno de los mejores medios de comunicación de investigaciones periodísticas sobre crimen en América Latina. Gente bien informada. Las amenazas que recibe Ana Cristina señalan a la banda criminal conocida por años como La oficina de Envigado, molestos porque las investigaciones recientes de la también reportera y cronista se adentran en la realidad de lo que hay tras los inquilinatos en la Comuna 4 de Medellín.
Qué pequeño es el hombre que tiene por argumento un arma para intimidar.
Porque un arma no es un argumento.
En las palabras hay valor, en las armas cobardía.
Tal vez usted se pregunte por qué tanta alharaca por una amenaza más, una amenazada más, en un país donde el miedo ha sido lengua materna y a diario son amedrentados tantos colombianos. “Claro, es que una amiga suya” dice el indolente. Y le respondo que sí, que quiero yo que ella me sienta su amigo porque sería un honor para mí. “Claro, es que son colegas” y le digo que sí, que me siento orgulloso de que gente como ella dignifique y eleve esta profesión. El asunto, para que quede claro en esta Colombia de fobias y filias, es que amenazar a una periodista no es amenazar a una sola persona: es intentar callar a todos a los que ella les da voz, a una comunidad entera que sólo encuentra eco cuando alguien como ella cuenta su historia. Amenazar con silencio de muerte a una periodista es intentar callar a una sociedad entera, prohibirle pensar en voz alta, romper los espejos en que nos reflejamos y condenar a los demás a la oscuridad.
En los pocos meses de este 2015 en Colombia ya ha sido asesinado un periodista (Edgar Quintero, en Palmira), han sido agredidos nueve en ejercicio de su labor y se reportan 17 periodistas amenazados, según indican los informes de la Fundación para la Libertad de Prensa.
Los que quieren que Ana Cristina Restrepo no duerma tranquila al cerrar sus párpados son los mismos a los que no les conviene que ella nos abra los ojos con la mirada sensible con que ella acostumbra acompañarnos cada día.
Por eso invito este lunes 16 de marzo (mañana) a las 12 del día a quien quiera acompañarnos en un gesto de solidaridad a reunirnos en la Plaza de La Libertad, justo donde está la llama eterna en honor del periodismo, para que juntos rechacemos cualquier intimidación. La amenazas a ella, nos amenazas a todos.
Escribo porque esto es lo que puedo hacer para abrazarla. Escribo para decirle a los que la insultan que también a mí me insultan. Escribo porque la vida es sagrada y se defiende cada día en cada gesto además de caminar las calles un domingo. Escribo para decirle a quienes la amenazan que, entonces, yo también estoy amenazado. No puede haber temas de los que esté prohibido hablar, no puede aceptarse que haya lugares de la ciudad a los que te prohíban regresar, no puede ser que unos pocos decidan sobre qué pueden enterarse los demás. Escribo estas líneas porque muchas veces estoy de acuerdo con ella y también porque muchas veces no estoy de acuerdo con ella. Escribo esto con rabia, impotencia y tristeza enredadas entre los dedos a la hora de escribir. Ella defiende la libertad, la democracia, la búsqueda de la verdad ¿no es a eso a lo que aspiramos todos los demás? He conocido a pocos como ella que las sacuda la inequidad y lo expresen en voz alta sin temor al que dirán. Escribo para pedirle a las autoridades que investiguen y además que la acompañen en esta zozobra y le brinden seguridad. Escribo como una forma de protestar contra la indiferencia, que es una forma de complicidad con todo crimen que se quiera perpetrar.
Si mañana tengo la mala suerte de volver a las listas de amenazados en que estuve alguna vez quiero que Ana Cristina Restrepo pueda levantar su voz pronunciando mi nombre. Porque solo así —juntos— podemos derrotar a quien nos odia, a quien nos prefiere callados y quiere hacernos todo el mal.
@lluevelove