El amor cortés surgió en el siglo XI, más allá de los planteamientos de Platón sobre el amor, del milenario erotismo del kamasutra y del Cantar de los Cantares de Salomón, la noción del amor cortés supuso una especie de protocolos para conquistar y amar a una mujer.
Esos detalles de llevarle rosas a la amada, de decirle poesías de amor que más adelante se configuraría en las famosas serenatas. Que los enamorados son capaces de recorrer la tierra por amor a la mujer de sus sueños, que también son capaces de enfrentar al mundo por una mujer, que se quitan la capa para que pase la amada, todo ello tiene un sólo e histórico propósito, y es hacer eso que ellas quieren que hagan los hombres.
Ahora parece que estamos viviendo un reencauche del amor cortés pero con otros intereses. Esos intereses tienen que ver con las relaciones políticas, por ejemplo, hay casos de esposos en el que el hombre es capaz de renunciar a algún cargo burocrático con el fin de apoyar las aspiraciones de su pareja.
Otro campo conocido es el de las disciplinas del conocimiento, en el que los esposos comparten los deseos investigativos, o también en el campo del deporte, en que el hombre decide apoyar a la esposa.
¿Y qué hay en el fondo? Un deseo de hacer eso que ellas quieren que hagan los hombres.
Entonces si ellas dicen que en un beso (caso Rubiales) existió la figura de acoso y abuso, que así sea, hay que reconocer que fue acoso y abuso y por lo tanto merece la cárcel porque así lo dictan ellas (hasta las injusticias se aceptan por amor a ellas).
Si ellas dicen que hay que ayudarles en el hogar para que haya “igualdad”, que así sea, tocó hacer las labores domésticas. Si ellas dicen lo uno y lo otro y cualquier otra cosa, que así sea, porque todo hace parte de la extensión de esos protocolos del amor cortés.
Que nos gobiernen las princesas porque eso es lo que quieren y por amor a ellas, que así sea.
