El nuevo poder popular
Opinión

El nuevo poder popular

Por:
marzo 14, 2015
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Creería que no cabe duda que el plan pensado y repensado por Nicolás Gaviria para hacerse conocido y reconocido en este país del tu cara me suena, ha salido a la perfección.

Después de dos intentos (¿habrán sido solo dos?) de grabarse en discusiones estúpidas y altaneras con agentes de la policía en donde resalta su importancia dentro de nuestro medio y comenzando siempre con la ya conocida frase del “usted no sabe quién soy yo”, ha logrado conseguir su objetivo.

Y lo logró. Muy pocos en este país del Sagrado Corazón dudarán por más de diez segundos en reconocer a Nicolás Gaviria dentro de una multitud y con seguridad que la foto de Wally (del juego aquel “dónde está Wally”) será prontamente remplazada por la de Nico.

Ya todos sabemos quién es Nicolás Gaviria y dudo bastante que el juego ¿Dónde está Nico?,  tenga mayor éxito.  Todos le odian por su accionar, pero ya todos sabemos quién es él y lo reconoceremos donde se encuentre.

Y si por un lado hace sol, por el otro llueve. En efecto, uno coronó (aunque es odiado), pero es claro que a Juan Sebastián Toro sí le fue como a los perros en misa.

No solo es odiado por todos, sino que de momento, se sabe que haber matado a sangre fría a un perro en otro altercado de tráfico le va costando su carrera como deportista. Poco a poco se va sabiendo de todos los patrocinadores que le van quitando el apoyo económico sin los cuales, imagino, acudir al Dakar 2016 será un imposible.

Y todo esto, ¿gracias a quién?

Las llamadas redes sociales son las culpables. Gracias a ellas o por culpa de ellas el soberbio Gaviria sale del anonimato o el deportista Toro cae al abismo.

Obvio que con sus acciones soberbias o asesinas, uno y otro han fomentado las consecuencias, pero el desenlace final de toda esta historia sería bien diferente si estuviéramos en 1990.  En este país sin justicia, habría salido en los medios impresos que pocos leen, que un pendejo le recalca a unos uniformados que es el sobrino preferido de un presidente, o que en un altercado “que no llegó a mayores” se ocasionó la muerte de un can. Y ya, fin de la historia.

¿Y qué tal el terrible caso de Andrés Blackburn?

Cuando desaparece víctima de un supuesto paseo millonario las redes sociales se exaltan en contra de la inseguridad y pidiendo todos, como en una cadena de oración, que aparezca pronto y todo se solucione.

A los pocos días se conoce la noticia de su inesperado vuelo a Miami y, ahí todas las redes sociales a reírse a carcajadas desnudando la vida sexual y desenfrenada de Blackburn, asegurando todos, con plena convicción y conocedores de la materia, que obedece a un pecaminoso asunto de faldas.

Y cuando se conoce el triste desenlace, lo único que  se oye es el silencio.

Parecemos ovejas guiadas.

En épocas romanas el pueblo vociferaba para condenar a un gladiador a la muerte o para salvarle la vida.  Y el emperador, atendiendo cualquier razón, levantaba o bajaba el pulgar dictando así la sentencia final.

Hoy no hay pulgar. Somos todos, en frente de una pequeña pantalla que está todo el día encendida y alerta quienes, con o  sin información o detalles previos y guiados por un odio enfermizo, sabiendo solo lo que acabamos de oír, condenamos o aplaudimos lo que hacen los demás.

… y hablando de…

Y hablando de desvergüenzas, qué vergüenza la que produce Ernesto Samper Pizano quien, como anda de izquierdas sin tener idea que no hay nexo entre izquierda y las dictaduras de Venezuela o Nicaragua, debe abrazar a Maduro como su fiel compañero y debe guardar silencio cómplice frente a la violación que comete el régimen bolivariano en contra de los derechos humanos de los opositores, sometidos a prisión sin juicio y cárceles asquerosas.

Dudo mucho que cargue ahora una monedita de la suerte con el rostro angelical de Stalin por un lado y Mao por el otro.

Pero, ¿qué más se le puede pedir a Samper Pizano?,  si no fue capaz de ver aquel elefante cargado de platas del narcotráfico.

O mentiras, si lo vio, y pensó que qué carajos importa si estamos en Locombia.

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