El Oriente Antioqueño, antes reconocido por sus paisajes y la productividad de sus tierras, ha sufrido en un periodo muy corto de tiempo un proceso de transformación y urbanización intransigente y demoledor, para cada habitante de esta zona del departamento de Antioquia no es un secreto que, en un abrir y cerrar de ojos, el verde que cubría los horizontes de sus montañas ha empezado a llenarse del gris del asfalto y el concreto.
La expansión del área metropolitana y la perdida de capacidad habitable de la ciudad de Medellín, han empujado al oriente a una sobre habitación desmedida y la instauración de proyectos que no han tenido en cuenta la capacidad sostenible de los pueblos del Oriente, múltiples problemas ha acarreado esta urbanización agresiva, la gentrificación de Guatapé, los trancones interminables de Rionegro y ahora la postulación de un PBOT en el municipio de La Ceja, que pretende eliminar más de 1500 hectáreas de área natural protegida.
Bajo esta misma línea, los pueblos se han ido expandiendo exponencialmente, basta con mirar algunas fotografías de un par de décadas antes para dimensionar la cantidad de tierra fértil y áreas naturales que hemos devastado solo para ubicar un edificio de apartamentos más, que, al final, solo logra encarecer la vida media de subsistencia dentro del territorio.
¿Cubriremos nosotros también nuestras montañas de ladrillos y cemento? Es increíble pensar que, aquello que nuestros mandatarios denominan progreso, solo traiga en realidad una continua perdida de la productividad campesina que siempre nos caracterizó, esa pujanza de la papa y la flor, hoy se ve marchita por la sombra de los edificios, la contaminación del aire por la circulación masiva de automotores, la industrialización estéril que deja dividendos a extranjeros, la venta de nuestras tierras para la minería y la puesta en riesgo de cientos de especies de fauna y flora nativas.
Creemos que estamos avanzando porque cada vez hay más concreto sobre los prados, pero en realidad estamos debilitando aquello que como oriente antioqueño nos caracterizaba; el campo, la tranquilidad y el bienestar de los habitantes.
Es increíble pensar que, dentro del área, dada la expansión y la constante destrucción del entorno ambiental, podamos afirmar que hay una institución que “vela” por los recursos naturales del oriente, CORNARE pasó de ser un ejemplo en sostenibilidad y protección de recursos naturales, a ser la mera prostituta de gamonales desconocidos que financian grandes proyectos urbanísticos, sin considerar los impactos que estos tienen sobre los recursos naturales donde se posan.
¿Hasta dónde queremos llegar? Acaso parece ser que se cumplirá ese sueño ambicioso y nauseabundo de tener al Oriente Antioqueño unido a la gran ciudad, mientras sus habitantes, típicos campesinos de la gran Antioquia, preparan sus maletas, entregan sus fincas, respiran los últimos bocados de aire puro y se preparan para irse a otra tierra, donde los inversionistas extranjeros no deseen poner de nuevo una piedra sobre la flor.