La Arquidiócesis de Bogotá cuenta en la actualidad con 138 parroquias inscriptas en su libro de registro. O sea, casi una centena y media de lugares compuestos por toneladas de concreto que no sirven para algo diferente que reproducir uno de los mensajes más mentirosos y dañinos que ha conocido la humanidad. Una historia que se ha transmitido durante siglos manteniendo a esta parte del mundo en un bloqueo lamentable en términos de producción científica y artística. Pero eso tiene una explicación clara si comparamos el total de templos católicos con las 38 universidades, entre públicas y privadas, que hay en mi ciudad y que todas las semanas están repletas de muchachos con ganas de ser útiles a la sociedad.
De sur a norte y de oriente a occidente, por toda la capital del país, se encuentran los templos que, usualmente, están vacíos 6 días de la semana. Y digo esto porque no he visto a muchos bogotanos posando sus pies en los pisos de las hermosas construcciones, que ocupan espacios enormes en la mayoría de barrios, un día diferente a los domingos. Y creo que estoy exagerando, porque ahora con la acogida que tienen las sectas protestantes, en toda América Latina, hay templos a los que no van más de 20 personas a escuchar los sermones de unos pobres varones que entregaron su vida a una falacia. Algo injusto, en términos de uso del suelo, si tenemos en cuenta que las universidades están repletas de jóvenes mínimo 5 días de los 7 que hacen parte de una semana.
Hay nombres de templos para todos los gustos. 4 de los 138 son nombres de beatos; 2 hacen referencia a algo divino; casi 20 son en tributo a una variedad importante de “señoras nuestras” que yo no conozco; y un montón de santos tienen sus sucursales en Bogotá, pasando por personajes desconocidos para la mayoría de colombianos como Damián de Molokai, por ex hombres de la ciencia como el médico italiano Ricardo Pampuri, o filósofos como la alemana Edith Stein. La mayoría quedan en los barrios populares de una ciudad en la que, incluso, hay templos en las montañas. Y si no me creen levanten su rostro y vean al lado por donde sale el sol en Bogotá, mejor dicho: miren hacia Monserrate. Dudo que haya algún residente capitalino que no sepa dónde queda esa iglesia. Por eso, seguramente, esa Basílica Santuario, ubicada en los cerros orientales y a la que algunos fanáticos suben arrodillados, junto con el eje del turismo religioso conocido como el 20 de Julio deben ser los lugares que más redito le dan al señor Arzobispo de Bogotá, Rubén Salazar, quien hace poco fue nombrado cardenal por orden papal.
La otra noche, mientras pensaba en la cantidad de niños bogotanos que no pueden acceder a un colegio cercano por cuestiones de superpoblación escolar, me puse a pensar en qué bueno sería que en mi ciudad no existieran todos esos lugares de peregrinaje y que, en vez de ellos, hubiera más escuelas u hospitales para que todos mis paisanos puedan tener mejores condiciones de vida. Es increíble que esa secta de seguidores de un personaje que no existe ocupe tanto espacio en Bogotá. Y también es cruel, pues en las clases de catequesis, a los niños, no les enseñan algo diferente que a ser ciudadanos prejuiciosos, hipócritas, doble moralistas y solapados. Por todo eso sueño con el día en que haya más escenarios para la pintura, el teatro, la danza, la literatura y toda expresión cultural que aporte, significativamente, en la vida de los menores.
¿Se quieren imaginar ustedes cuán hermoso sería tener una enorme biblioteca en el lugar donde por estos días existe la Basílica del Niño Jesús? Allí sí habría libertad de pensamiento y, seguramente, los niños no pensarían en salir a delinquir como lo hacen cuando salen de las iglesias con hambre espiritual y física. Un niño que se acerca a las artes nunca va a ser un criminal, mientras que los que tanto citan a Dios en su discurso ya nos han demostrado de qué son capaces. Y si no me creen revisen la historia colombiana reciente, Uribe no para de nombrar a Dios en su discurso pero todos sabemos el daño que le ha hecho el expresidente a la especia humana.
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