Alfredo Villalba Bustillo *
Durante siglos la pasión se ha venido considerando una virtud política, sostenedora de la vida comunitaria y fuente de la solidaridad social. Como tal, se trata de un delirio que se encuentra en la base de los sistemas simbólicos del pensamiento político occidental, sí bien ayer, pasiones y política parecían dos conceptos alejados entre sí. No obstante, en un mundo en vías de globalización resurgen con fuerza términos como solidaridad o cooperación, conceptos que implican una buena dosis de "amor político". El objeto de esta nota es recurrir al ejemplo histórico como una buena manera de señalar los riesgos y limitaciones de esta estrategia. Así, en él se analizan los debates suscitados en el siglo XVl en torno a la forma correcta de analizar a las sociedades indígena americanas a través de la polémica entre el "universalismo benevolente" de Bartolomé de las Casas y la idea Casas de "cruzada como acto de amor" de Ginés de Sepúlveda. Esta polémica histórica resulta ser un magnífico ejemplo de la disputa en torno a la correcta utilización de las "pasiones políticas".
Estamos viviendo en el continente americano un período de conflictos socio-políticos donde las pasiones se están convirtiendo en un componente muy peligroso por la polarización de las ideas y las confrontaciones, por eso que le llaman “la supremacía de las ideas”. Así, estamos viviendo una región convulsionado por la preponderancia de algunos gobiernos, por la expansión de un sistema que ellos piensan deberían sobreponerse sobre los otros, inmiscuyéndose en la soberanía de los demás. Y otros defendiendo su sistema considerándolo la panacea: defendiendo grupos de privilegios tantos los que se consideran de avanzada; como también los conservadores y guardianes de los mayorazgos.
En principio parece que el delirio o pasión sea lo contrario de la razón. La razón es orden y rigor, mientras que el delirio es desorden y exceso. Delirio y razón se contraponen como esterilidad y fertilidad. He intentado ver en la pasión formas de: memoria, conceptualización y de discursividad, que tienen un sentido en el interior de ella. Esto permite que se pueda entender lo delirante en términos racionales, pero a partir de una racionalidad abierta y tolerante, no pasiva e intolerante de lógicas diferentes.
Por esta razón llamo a los conciudadanos y amigos a mantener una racionalidad en el pensamiento político, lógicamente guardando sus ideas, no como armas de discordias, sino como escudo de la coherencia, la sensatez y la discreción.
Si los colombianos guardamos la racionalidad política en cualquiera de las corrientes del pensamiento, estamos dando un paso, y muy grande, para dar el ejemplo a los otros gobiernos del continente que se han desbordados en sus mandatos por carecer, precisamente, de ese sentido de creer que las pasiones mantienen nuestras ideas por encima de la lógica de gobernar.
*Profesor Titular de la Universidad de Cartagena